De pura casualidad, consultando algunas de mis fuentes
habituales de Internet, me topé hace pocos días con un evento inesperado. Los
101 km Rolleando de Ambite. Pese a la preocupación de no saber si ser capaz de alcanzar,
apenas comenzada mi temporada de entrenamiento, tan larga distancia patinando,
el evento me llamó poderosamente la atención y me resultó especialmente
apetecible. Además, lo reconozco, mayo se me antoja aún lejano como para tener
que esperar tanto tiempo para debutar en algún reto “oficial” este año. Así
pues, ni corto ni perezoso, se lo comenté a Jesús, y sin dudarlo nos
inscribimos. Y ahora andamos a punto de viajar hacia la Alcarria para tomar
parte en tan peculiar evento.
En realidad la prueba discurre por la Alcarria madrileña,
desde el borde justo del límite provincial con Guadalajara, a orillas del río
Tajuña. Primero iremos en dirección oeste para regresar hacia el este,
dibujando doblemente una especie de y griega tumbada, de ida y vuelta. Para mí
es un viaje hacia lo desconocido, ya que apenas he visitado una zona que, sin
embargo, desde hace años me ha intrigado y con la que tengo algún que otro
apetecible plan pendiente. Jesús por su lado hasta ha vivido por allí, tanto en
Alcalá de Henares como en Arganda del Rey (extremo occidental de nuestra ruta),
como consecuencia de su paso como profesor de la Universidad de Alcalá hace ya
unos cuantos años. Aunque nunca me ha hablado especialmente de haber realizado
rutas o actividades deportivas al aire libre por allí. Ya me contará durante el
viaje, si hubo algo de ello.
Madrid es una provincia francamente interesante. Demasiado
olvidada por la omnipresente celebridad de su capital, muchas personas,
especialmente los visitantes, no suelen prestar atención a sus alrededores,
error además acrecentado por el hecho de que otros destinos urbanos de fama
mundial como Toledo, Segovia o Ávila, se encuentran a tiro de piedra de la
capital. Sin embargo hay mucho que recorrer y explorar si uno tiene ganas de
naturaleza. Por mi parte conozco relativamente bien toda la zona de la sierra,
tanto en sus áreas del norte como del oeste. La bicicleta de carretera, la de
montaña, el senderismo y el esquí alpino, me han permitido descender sus
laderas, ascender algunos picos, recorrer itinerarios clásicos de la montaña y
asimilar el paisaje circulando por amplias rutas rodadas, alternando el pedaleo
entre las provincias de Ávila, Segovia y Madrid. Desde el norte también he
circulado en moto hacia Guadalajara. Partiendo de la Sierra de Guadarrama, por
las inmediaciones de Riaza, para conocer los “pueblos rojos” y “los negros”,
comarca que visité por vez primer en Vespa y a la que decidí regresar en moto
grande poco tiempo después. Por si alguien no lo conoce, aseguro que merece la
pena, y de paso, para aquellos “kamikazes” del descenso rodado, que no dejen de
aprovechar la cercanía de la estación de esquí de La Pinilla, que funciona como
centro de actividades para bicicletas de esa modalidad.
Ahora bien, ese amplio sector circular que podríamos, a
groso modo, dibujar entre Guadalajara capital y Aranjuez, extendiéndolo hacia
el este, se escapa a mi conocimiento previo, lo cual me parece una auténtica
lástima que, tarde o temprano, debería remediar. No en vano son destacadas las
referencias que de toda esa zona tengo archivadas. Este plan será una primera
toma de contacto. Espero que agradable y confirmadora del interés que la zona
merece, aunque a todas luces insuficiente, especialmente teniendo en cuenta que
nuestro plan de viaje será fugaz, con traslado de víspera y regreso en el mismo
día de la gran patinada. Cerca de allí estuve una vez, pero encerrado en un
aula impartiendo un curso de entrenadores de triatlón. En Rivas-Vaciamadrid
concretamente. Y no me dio tiempo para ver nada de nada, salvo transitar
deprisa por la autovía de ida y vuelta hacia la capital. Ya va siendo hora de
arreglar tanto desdén juvenil.
Nuestro evento, pese a tan solo rozar la provincia de
Guadalajara, creo que puede considerarse como ubicado en la Alcarria (tal y
como dejo claro, no soy experto en la región), aunque se encuentra más al sur
que la zona que describe la reducida literatura que sobre tan afamado
territorio dispongo en casa. Recorre la Vía Verde del
Tajuña, de la que ya hace tiempo me habían llegado excelentes referencias
para su disfrute circulando sobre ruedas. Sobre sus bondades y atractivos,
espero poder escribir a la vuelta, tal y como acostumbro a hacer. Por el
momento voy a entretenerme dando cuenta de algunos de los atractivos románticos
y desconocidos que la amplia comarca que he tratado de localizar hace unas
líneas, hace ya tiempo que me sugiere, y cada poco, a través de resonancias
mentales internas, parece invitarme a visitar, una y otra vez, con
persistencia, sin descanso.
La Alcarria “clásica” se me antojaba siempre un destino sugerente
para el cicloturismo desordenado y de interior. Ese que con alforjas y ganas de
descubrir carreteras muy olvidadas, te hace sumergirte en la profundidad rural
de nuestra península, en la búsqueda de maravillas sencillas de sabiduría
ancestral entre la gente, las viviendas añejas, la gastronomía y el paisaje
natural sostenible y no arrasado. Sin embargo me cuesta encontrar alguna
orientación que me aclare como acometer la ruta, con alguna lógica estratégica,
ya sea circular, lineal o de cualquier otro modo. Mi desconocimiento es tal,
que se me hacen imprescindibles consejos previos o lecturas pausadas, y sobre
todo, encontrar una época poco extrema para una visita en formato de viaje de
nómada, lo cual creo que descarta tanto el verano como el invierno (y esto
dificulta un poco más el planteamiento para alguien que cómo yo, disfruta de un
formato vacacional llamémosle “escolar”). Entre mis escasas referencias
dispongo de una guía cicloturista muy vistosa pero poco práctica y otra mucho
más “realista” aunque obsoleta. Creo que lo suyo será ponerse a ello
decididamente, en una futura ocasión, y convertir temporalmente el ático de casa en un gabinete geógrafo para,
combinando las guías con un gran mapa provincial, establecer algún itinerario
con cierta lógica y que trate de recorrer aquellos parajes más recomendados, a
través, eso sí, de carreteras o pistas que combinen la posibilidad de ser
rodados con mi Dawes con la ausencia de tráfico motorizado veloz o abundante.
Pero todo ello partiendo de una guía emocional, que en este caso no será
ninguna otra que la del “Viaje a la Alcarria” de Camilo José Cela, escritor del
que apenas he leído un par de clásicos, motivados por la exigencia académica de
mi lejano bachillerato y ya casi olvidados, así como una apócrifa edición de cuentos
que el Premio Nobel dedicó al fútbol. Si a Don Camilo, un gallego de pro, y con
el carácter tan singular que parecía lucir, esta comarca le sugirió tal interés
literario, es que perderse por ella, casi con total seguridad, será una
aventura que merecerá la pena. Algún día… no lo debería demorar demasiado.
De nuevo la literatura me invita a acercarme a tan
desconocida tierra, aunque en este caso en la búsqueda de un destino fluvial.
El del Alto Tajo. “El río que nos lleva” es una novela que José Luís Sampedro,
recientemente fallecido escritor y una de las voces más “indignadas” de los
últimos tiempos en España, basa en la actividad desarrollada por los gancheros
cuando trasladaban los troncos de madera flotando aguas abajo, en dirección a
Aranjuez. Sampedro es un literato de culto, y aquella novela fue elegida por
Antonio del Real, para adaptarla al cine, consiguiendo un laureado largometraje.
Viajar utilizando un río como guión de itinerario es una experiencia vital
diferente que recomiendo a todo el mundo. Es algo que he tenido la suerte de
experimentar en varias ocasiones y a través de diversos medios de locomoción:
bicicleta, traje de neopreno, motora, barcaza habitable, moto e incluso kayak o
canoa. En cualquiera de tales modalidades la aventura lo merece, y la
perspectiva y el sentido del viaje cobran especial significado. Ya sea un río
corto, de montaña, largo y pausado, o un canal, seguir su curso (o tratar de
hacerlo lo más fielmente posible), te evita plantearte otras alternativas, te
concentra en la misión, te aporta otra perspectiva visual, otro ritmo y te
ofrece la posibilidad de vivir el paisaje con las progresiones naturales que
por mutua influencia, el curso de agua y el territorio experimentan.
Jesús en nuestro viaje por el Navia en canoa.
El Tajo
se me antoja un río interesante, largo y lleno variedad. Hace pocos años
decidimos seguir el curso del Duero en pareja a lomos de nuestra motocicleta.
Comenzamos ascendiendo, caminando por los bosques sorianos hacia su fuente, y
acabamos navegando en un barco turístico hacia su desembocadura en Oporto.
Entre ambos puntos: miles de curvas, cambiantes ambientes geográficos y
humanos, y una rica variedad de vinos de Ribera, Toro, Oporto… fue una
experiencia realmente plena y recomendable, y eso que se trataba de un
recorrido bastante conocido parcialmente por nosotros. Replicar lo mismo en el
Tajo, supongo que sería aún más sugerente, pues la mayoría de las comarcas que
recorre resultan mucho más desconocidas para mí. Partir de su nacimiento cerca
de Albarracín, en los Montes Universales (por allí sí que disfrutamos de un
paso fugaz en moto hace algunos años), recorrer el Alto Tajo (al que me estoy
refiriendo más en esta ocasión), sus cursos medio y bajo (Toledo, las
vertientes sur de las Sierras de Gredos, Béjar, el Parque Nacional de
Monfragüe, etc.) y alcanzar su desembocadura en Lisboa (ciudad de la que
también he podido disfrutar en un par de ocasiones), parece un plan de viaje
más que justificado. Tan sólo dependiente de cuánto tiempo disponer, para en
función de lo cual elegir un medio de transporte u otro.
Buscando las fuentes del Duero.
Y por si todo esto fuera poco, hace algún tiempo, ya no
recuerdo ni como, di con la existencia de una ruta de senderismo de lo más atractiva,
denominada “Senderos de la Miel”. Indagando un poco al respecto, encontré que
la misma configura el sendero de largo recorrido GR-10 a su paso por
Guadalajara y que fue marcado y topografiado por el Club Alcarreño de Montaña,
que en 2002 publicó una guía actualizada, que tengo en mi poder y a la que
hasta ahora tan sólo he prestado una atención de aspirante poco decidido a
partir. Es un mal típico de quienes como yo, sufren un permanente desequilibrio
entre la acumulación de destinos (o mejor dicho trayectos) deseables que cubrir,
y la cantidad de compromisos vitales de los que responsabilizarse. De tal forma
que acumulamos planes, proyectos y material informativo al respecto y no damos
abasto para hacerlos realidad, por mucho empeño que pongamos en ello. Por si
fuera poco, además, siempre se nos cruzan alternativas que surgen por sorpresa
en cualquier parte o momento. Quizá por nuestra predisposición a captar esas
señales que tan sólo percibimos aquellos que nos caracterizamos por buscarle
cierto sentido nómada a nuestra actividad viajera. Lo cual en mi caso contrasta
con el estable afincamiento de la historia de vida cotidiana personal, que
apenas ha sufrido cambios geográficos. Un contraste interesante, que por otro
lado tiene muchas ventajas.
En definitiva que sobre ese amplio territorio al que me
estoy refiriendo hoy, tengo tantas potenciales posibilidades pendientes, que he
decidido leerme el relato de viaje de Cela para ambientarme. Acabo de finalizar
un libro tan diferente, que el radical cambio temático se me presenta sugerente
y quizá sea una culta forma de provocar mayor motivación aún de la que ya de
por si llevo. ¡Falta me hará! Según defienden en la web del evento, se trata de
un esfuerzo factible en el que lo físico representa tan sólo el 20% mientras
que lo mental alcanza el 80. Mucho mental es eso, teniendo en cuenta que yo
dudo de mis posibilidades físicas para soportar 101 km patinando en una única
jornada. Tanto para Jesús como para mí se trata de un reto singular y novedoso.
Lo normal es que nuestras sesiones de entrenamiento sobre patines oscilen entre
los 20 y los 30 km sin parar. Parece que podemos mantener velocidades medias
suficientes como para completar este largo recorrido con cierto margen sobre
los límites horarios establecidos. La cuestión es cómo nos afectará la fatiga
acumulada. Nuestra única experiencia similar fue hace dos años con ocasión de las
24 de Le Mans. Allí superamos ligeramente los 100 km cada uno, pero era otra
historia pues lo planteamos a base de constantes relevos, de una vuelta cada uno,
entre cuatro patinadores. Hubo fatiga muscular, desde luego, pero también hubo
poco dormir y el estar 24 horas ininterrumpidas pendientes de la actividad.
Esto será diferente, y esperemos que asequible. Una verdadera incógnita. Ya os
contaré.
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