viernes, 11 de abril de 2014

12. 101 Km ROLLEANDO.




El comienzo de la Challenge Rodador 2014 ha empezado con intensidad y muy fiel a la filosofía de la temporada pasada. Finalmente nos decidimos por adelantar un día nuestro viaje, tratando de sacar un poco más de partido al desplazamiento. Y la verdad es que fue un acierto. Parte de la culpa la tuvo el que durante la semana me aplicase en la lectura del libro de Camilo José Cela (“Viaje a la Alcarria”), el cual, lejos de aburrirme o resultarme fuera de época, me convenció, me enganchó y me ha estado haciendo disfrutar mucho. Me parece un estupendo ejemplo de relato viajero de mochilero. Pero no de mochilero de última generación (permanentemente conectado, atraído por la densidad urbana, el transporte público y la globalización cultural), sino de mochilero de antaño, con provisiones, ganas de conversar, sin teléfono ni pantallas, con botas, manta y un trato natural que lo hace a uno integrarse en el paisaje rural, confundido con la “fauna y flora” de los parajes que recorre. Creo que José Antonio Labordeta en su serie de documentales televisivos de un “País en la mochila” debió inspirarse mucho en esta lectura. De hecho a mí, se me han alterado una vez más (lo cual no es difícil) las ganas de viajar, en plan nómada, también caminando.
El caso es que el viernes por la tarde salimos en coche, Jesús y yo, por la carretera de Burgos, y tras puertos, paisajes que nunca aburren, cañones y meseta, fuimos avanzando hacia la provincia de Guadalajara hasta que en ella se nos hizo de noche. El GPS del teléfono nos aclaró algunas indicaciones incomprensibles del cada vez más gordiano nudo de enlaces, autopistas, autovías, vías rápidas, vías de servicio, “erres”, etc. Que poco a poco, o mucho a mucho, van extendiéndose alrededor de Madrid, amenazando al resto del centro peninsular. Y llegamos a Sacedón, nuestro destino, en plena noche, sin poder contemplar aún el paisaje entre embalses. Allí fue instalarnos en un hostal, cenar y dormir.
El sábado amaneció con niebla. Dormimos bastante bien y desayunamos mejor, en un bar de la plaza, con bastante animación local, a base de zumo natural, café o cacao y tostadas con tomate triturado y un aceite francamente delicioso. Tras el desayuno y después de dejar el alojamiento, nos pusimos en marcha en el coche. Al salir del pueblo, a orillas del embalse de Entrepeñas, pudimos ver un montón de recintos llenos de embarcaciones náuticas de recreo, y aunque el aspecto de los barcos y su servicio de almacenamiento nos pareció, por lo general, más bien descuidado o poco vistoso, de lo que no cabe duda es de que la cantidad de instalaciones y embarcaciones eran numerosas, lo cual parece sugerir que en verano el embalse tenga mucha actividad. Cruzamos su presa y nos desviamos hacia el norte, por una preciosa carretera de montaña que además de bordear en altura la enorme extensión de agua, serpentea entre bosques y laderas, invitando a admirar y recorrer paisaje sin parar, cual si de un sugestivo anuncio de automóvil se tratara. La niebla era más bien alta, lo cual dejaba ver bastante panorama, y el trazado: estrecho, rugoso y constantemente revirado, obligaba a ir a una velocidad compatible con la admiración del entorno. Tras un rato prudencial alcanzamos nuestro destino matinal, El Olivar. Se trata de un pueblo alcarreño, que se ha convertido en una verdadera joya de la tradición, pues conserva absolutamente todos sus inmuebles en el tipo de construcción de piedra que muestran las casas originales. Las nuevas, que las hay, no sólo no desmerecen con respecto al aspecto de las más antiguas, sino que respetan la tradición, y en muchos casos resulta muy difícil atreverse a adivinar cuál es cuál entre nuevas y viejas.

Jesús al comienzo de nuestra excursión por la Alcarria

Sin demorarnos allí, dejándolo para el regreso, comenzamos nuestra ruta de senderismo. Ese era el plan del día, la causa de la ampliación de nuestra escapada, seguir algunos de los pasos de Cela por la Alcarria, una de esas regiones que ambos, por razones diferentes, teníamos en cierta medida pendientes. La ruta fue de lo más acertada, pues coincidía con parte del recorrido descrito en el libro, resultó muy bonita, era circular y se ajustaba a la dosis de esfuerzo que buscábamos: algo suave en distancia y desnivel. Fueron unos 13 km con algunas cuestas moderadas. Desde el principio descendimos en dirección norte, por una especie de vallecito cada vez más salpicado de vegetación. Nos llamó poderosamente la atención la diversidad de arbolado presente. No se trataba de bosques densos o frondosos, sino de una presencia agradable, aunque moderada, de ejemplares caracterizamos por ser de especies muy variadas. Enseguida alcanzamos Budía, nos acercamos a las ruinas de su convento carmelita y nos topamos con su “nevera” aneja, una construcción muy similar a la “fresquera” pasiega que visitamos hace tiempo por los bosques de la zona oriental de Cantabria, y que igualmente servía para fabricar y almacenar hielo, con idéntico sistema. Budía es un pueblo agradable, con calles estrechas, una plaza elegante y una referencia al paso de Cela en una placa.


Lo abandonamos por una fresca vaguada, y un tramo posterior de carretera antes de caminar entre olivos por pista y caminos de tierra. Marchábamos ahora hacia el este. El terreno se iba haciendo un poco más abrupto y más abierto al paisaje de lejanía. La vegetación se tornó en arbustos de muchas especies diferentes y gran cantidad de flores silvestres de todos los colores. Poco a poco el zumbido de las abejas sustituyó en notoriedad al constante trinar de los pájaros del tramo anterior. Vimos colmenas, muchas colmenas. Y panorámicas de alcarrias, de páramos, de embalse y de algún abrupto tajo en el terreno. Un descenso ligero nos introdujo precisamente en un estrecho tajo de esos, que formaba un pasaje angosto y sombrío entre unas peñas. Un lugar bastante singular y atractivo, que servía de paso hasta la localidad de Durón. Atravesamos el pueblo hasta una elegante fuente junto al ayuntamiento. A estas horas ya lucía el sol y el día se había ido tornando cálido, aunque sin exceso. Aprovechamos para comernos uno de los enormes y deliciosos bocadillos que con generosidad Arancha nos había preparado para el viaje. Todo un detalle. 


Tras la parada, nos internamos por el monte otra vez, con un rumbo diagonal hacia el suroeste, para cerrar el triángulo dispuesto entre las tres localidades. Poco a poco fuimos ascendiendo, al principio en espacio abierto, con proliferación de arbustos y flores, pero progresivamente entrando en zona de olivares y aumentando cada vez más la pendiente. Arriba ya divisábamos algunas casas del Olivar, la sombra nos vino bien para combatir el sudor causado por el buen día y el ascenso. Y contentos, satisfechos y poco cansados, regresamos al punto de partida, para admirar con calma la preciosidad de pueblo que es El Olivar, y comernos el segundo bocadillo en la plaza, al sol, dando la espalda a la iglesia y con el ayuntamiento a un lado. Se veía gente de visita, y otros de fin de semana, tiene pinta de ser un lugar con cierta vida social de vecinos de segunda residencia, amantes del mundo rural y cierto sibaritismo nostálgico (les comprendo). Aprovechamos para comprar miel de espliego artesana y nos tomamos un café en el bar del pueblo, ese que está animado a cualquier hora y que reúne a todo el paisanaje local: un anciano cazador con pinta de trampero, un abuelo soportando estoicamente a sus nietos de visita de fin de semana, etc. 


Ya por la tarde, el coche nos acercó, siguiendo un rumbo de suroeste, sin apenas tráfico y con mucha visibilidad a causa del sol, hasta nuestro destino en Ambite, Comunidad de Madrid. El trayecto también nos sirvió para hacernos una idea de lo que es esta comarca, aunque casi todo él ya transcurre por las tierras altas (alcarrias), más que por las depresiones. La diversidad parece estar más en lo hondo, mientras que en lo elevado se suceden curvas suaves del terreno y un salpicado poco denso de encinas entre campos. Agradable también para quienes nos acercamos desde el verde y húmedo norte.

La tarde en Ambite se presentaba larga. Afortunadamente hacía bueno. Empleamos tiempo en buscar el pabellón de pernocta que no encontramos por estar tapado por el colegio, aunque muy a mano. Y viendo que el pueblo no parecía tener ambiente patinador, nos fuimos directamente a “la estación” del antiguo tren, ahora convertida en punto de partida de la Vía Verde del Tajuña y bar-restaurante-terraza con agradable atmósfera. Los organizadores estaban trajinando los preparativos, a alguno se le veía un poco estresado, algo lógico tratándose de la primera edición de un evento tan singular. Además, según se nos comentó ciertos imprevistos de tráfico les habían retrasado. Recogimos los dorsales y nos sentamos en la terraza a echar la tarde charlando. Enseguida apareció un grupo de “guipuchis” (lo digo con todo el cariño) de muy buen humor, con muchas dudas y talante muy conversador, que nos animaron un buen rato. Hablamos con ellos, y con uno en especial, que acabó mostrando una gran afición (¡y palmarés personal!) a las clásicas de bicicleta de larga duración. También dimos un paseo por el carril bici, para comprobar su estado, que con la engañosa sensación que nos dan las suelas de los zapatos, parecía bastante malo. En cualquier caso, comprobar el estado de un par de kilómetros, como muestra de un recorrido de 100… resulta estadísticamente absurdo. Poco a poco iba viéndose llegar más gente con aspecto de ser patinadora. Cuando estás demasiado tiempo en la antesala de un evento que realmente supone un reto importante, ocurre igual que en los corrillos de antes de los exámenes clave, de la selectividad o de las oposiciones: que hay gente que se pone nerviosa y el “runrún” acaba generando rumorología y produce cierta atmósfera de intranquilidad o desasosiego basados en una absoluta falta de evidencias. Como somos perros viejos en estas lides de asistencia a eventos multideportivos variopintos y estrafalarios, supimos mantenernos al margen. Nos comimos unos frutos secos, deambulamos un poco más y acabamos bajando al pueblo para localizar ya el pabellón, que no acababa de abrir sus puertas. Durante la espera aprovechamos para estudiar con algo de detalle el “road-book”, y para cenar, dándonos un soberbio homenaje que en mi caso me tuvo bien alimentado la noche, la prueba del día siguiente y hasta el resto de la jornada hasta que finalmente llegué a casa y cené con más bien pocas ganas. No sé si después de 101 km de esfuerzo habré acabado ganando peso en vez de perderlo. Al salir de cenar el pabellón seguía cerrado, así que vuelta a “la estación”, contacto con los organizadores y regreso con ellos para que nos abrieran la puerta. El sitio estaba estupendamente, dentro de lo que supone dormir en suelo duro. Poco a poco se iba instalando la gente tras nuestra llegada, dispersos y respetuosos todos ellos. Había espacio de sobra para todos. Dormí relativamente bien para condiciones de saco, luz parcialmente encendida y un colchón inflable que a lo largo de la noche fue naufragando poco a poco hasta hacerme amanecer en el suelo. Debí de cerrarlo mal, porque la fuga fue francamente lenta.

Por la mañana nos fuimos organizando con calma pero sin pérdida de tiempo. Desayunamos en “la estación”, sin abuso, con normalidad y hasta cierta moderación. Nos sobró tiempo de preparativos y pudimos estar observando el panorama de la gente que se preparaba y contemplar el aspecto tan “profesional” de atuendos y, sobre todo, patines de nuestros compañeros de ruta (creo que nadie se las daba de contrincante, había muy buena camaradería en ese aspecto). Había muchos patines de velocidad o casi… y muchas ruedas de 100, 105 y 110 mm. En cualquier caso, tal y como ya nos había sorprendido en el listado de inscripciones, con mayoría de gente bien entrada en edad (lo digo con naturalidad y sin recochineo, una vez superados mis 50 años). Otra característica también constatada previamente con el listado era la amplia presencia femenina, algo que se echa de menos en otras modalidades deportivas populares como por ejemplo en el ciclismo de carretera. Una pena, porque las mujeres aumentan sobremanera el espectro de color, sonido, caracteres y sociabilidad de las pruebas, y me parece que el conjunto, cuando es realmente mixto, mejora claramente en lo que podríamos quizás denominar un punto de vista de estética humana. Lo que no sabíamos, pero también pudimos comprobar in situ, es que salvo nosotros dos, la mayor parte de la gente venía vinculada a un grupo de amigos de su club. Me refiero a que se veían muchas pandillas, compartiendo evento, atuendo y vida social. Los de Zamora, San Sebastián, Burgos, Navarra… No tenemos experiencia suficiente como para saber si esto es algo habitual en el patinaje, pero esta primera experiencia nos ha sugerido que en esta disciplina el componente social está mucho más presente que en otro tipo de modalidades en las que hemos puesto a prueba nuestra capacidad de esfuerzo.


La mañana era fresquita y con algo de niebla alta. El grupo de participantes poco numeroso, casi una centena, lo cual personalmente agradecí porque me permitió patinar sin aglomeraciones, viendo siempre gente, pero pudiendo hacerlo en solitario la mayor parte del recorrido. Nada más salir, dejé de poder controlar si Jesús venía tras de mí o no. Mirar hacia atrás mientras se patina, y más en plan rápido y por un carril o pasos estrechos, es bastante complicado e incómodo. Ves lo que pasa por delante, pero no lo que sucede a cola. De hecho hablas con gente que sigue tu estela y si en algún momento te adelantan y se acaban yendo, no les has visto ni la cara y no sabes a quién saludar en una nueva ocasión de encuentro casual. Fui a mi ritmo encontrando que el piso era mucho más patinable de lo imaginado, pero consciente de que las grietas y suciedad hacían recomendable huir de “trenes”. Con el paso de los primeros kilómetros hubo los consiguientes adelantamientos de regulación y acabé encabezando un grupo hasta el primer control. Desde allí seguí sólo, aunque cerca de patinadores/as con los que acabaría coincidiendo bastante hasta Arganda del Rey. Los controles se sucedían con rapidez y los cruces y desvíos estaban claramente señalados y bien cortados al tráfico. Eso me dio tranquilidad, así como el comprobar que la convivencia con ciclistas y transeúntes era fácil y eventual, nada masificada. El trayecto muy llano respecto a lo que estoy acostumbrado, y sin viento (eso sí que ha sido duro a lo largo del periodo de preparación previa). Hubo dos pasos de poblaciones bastante largos, el primero no demasiado irregular de firme, salvo unas decenas de metros. El segundo (creo que era Morata de Tajuña, aunque no estoy muy seguro), muy incómodo y con un pavimento peligroso porque su descarnado asfalto podía engancharte de sopetón con demasiada facilidad. Pasado eso, venía un carril fantástico en el que disfruté a tope. Primero ascendiendo el primer puerto, comprobando que mis ruedas nuevas iban de maravilla y pese a que en algunas zonas la niebla había dejado algo de humedad deslizante, adelantaba a gente con material mucho más “de velocidad” que el mío. En este agradable y tranquilizador ascenso me di cuenta de que con 90 mm voy que chuto para mi nivel, que lo muevo bien subiendo y llaneando, y que lo domino suficientemente cuando el piso se complica y hay que maniobrar. Además, no desarrollo velocidades “de crucero” suficientemente altas como para justificar más rueda y menos botín (cada cual en su sitio, y el mío es un “fitnes” de larga distancia).

 Coincidiendo con otros participantes.


Superada la cota empezó un agradable descenso que permitía patinar y nos llevaba rápidamente hasta Arganda del Rey, precisamente coincidiendo, en mi caso, con la ya imparable apertura del cielo. Antes, al empezar la ascensión había parado para despojarme del maillot de punto y manga larga que hasta entonces no me había sobrado. A medida que me acercaba a Arganda empecé a cruzarme con los primeros y sus seguidores (parejas o trenes). Algunos saludos y ánimos hasta alcanzar el control. Allí me tomé una bebida isotónica, hice alguna foto y descansé un poco sentado, aunque pronto continué, atento para cruzarme con Jesús y quedar con él para reagruparnos en el primer control de vuelta. Llevaba la cámara preparada en la mano e hice algunas fotos, pero poco a poco iba haciendo kilómetros y él no aparecía entre los que me cruzaba. Pese a que la humedad te hacía perder apoyo en el impulso, el “2º puerto” se ascendía bien, y me dio la satisfacción de permitirme adelantar a algunos patinadores y comprobar, que en relación al resto, en lo que mejor voy es subiendo. Esto supongo que sea debido a que soy inexperto bajando, poco especialista llaneando y gracias a la bici y al resto de deportes, me mantengo en relativa buena forma como para subir. La fuerza de la gravedad, como en muchos otros deportes, reduce las diferencias técnicas entre los practicantes y “democratiza” el desempeño técnico, otorgando un valor de privilegio al porcentaje de grasa corporal reducido. Ya en la parte superior de la subida, y al cruzarme con gente con un nivel aparentemente mucho más lento que el de mi amigo, comprendí que algo había sucedido, y empezó a agobiarme la sospecha de que ese algo, no fuera nada bueno, sino todo lo contrario. Es difícil que los patines sufran averías, máxime cuando él no había hecho cambio alguno en los suyos de cara a la ruta. La imagen de un accidente empezaba a conformarse y con ella, cierto sentimiento de culpabilidad por no haber estado juntos. Tales pensamientos me empezaron a pesar, haciéndome desear alcanzar cuanto antes el siguiente punto de control. Así pues, aproveché bien el favorable descenso, aunque con precauciones.

En la parada de control pregunté por si había habido algún accidente. Me respondieron amablemente que algunas caídas sin consecuencias graves para la integridad física de quienes las habían sufrido, pero que habían supuesto varias retiradas voluntarias. Que si sabía el dorsal de la persona conocida, me darían más información. Al comprobarlo, efectivamente Jesús era uno de ellos, aunque me aseguraron que se encontraba perfectamente. Eso me tranquilizó y me dispuso a seguir con ánimo. De todas formas, un rato después, aprovechando el molesto y delicado paso por Morata de Tajuña (precisamente donde él había tenido su segunda y definitiva caída), me detuve para llamarlo por teléfono y preguntarle si quería que me retirase para volvernos antes. Me pareció que estaba bien, me felicitó por mi avance y me animó a continuar para conseguir un reto al que él lamentablemente se había ya visto obligado a renunciar. Así pues seguí patinando con más alegría y tranquilidad, disfrutando de la perspectiva de ver como la hazaña parecía irse haciendo posible, y aprovechando unos cuantos kilómetros de perfil llano. Precisamente en un cruce protegido por la organización, me lo encontré animándome desde el borde. Me encantó verlo allí, sano y salvo, aunque con “rodilleras blancas” (sustitutas de las que no se había puesto en la salida). Su ánimo y apoyo fue un buen estímulo de moral para continuar con el esfuerzo.

La ruta iba bien, ya me daba por triunfador con respecto a mi objetivo, que nunca es otro que completar el recorrido. Aún quedaba un tercer “puerto”, pero por alguna extraña razón imaginaba que sería de buen firme. Coincidiendo con un grupo de unas seis unidades al que había ido alcanzando poco a poco, llegué al último control, uno por el que se pasaba dos veces al regresar, una ahora para subir el puerto, y otra después al bajarlo, para enfilar hacia la meta. Allí conseguí otra botella isotónica y comencé a subir una rampa brutal, poco más rápido que andando. Afortunadamente esa pendiente inicial solo era un ascenso hasta alcanzar la cota del antiguo lecho del ferrocarril, aunque el resto del puerto (de 7 km) fue largo, duro, caluroso y con un firme muy abrasivo y deteriorado, el cual no sólo te dificultaba el progreso cuesta arriba, sino que te iba generando preocupaciones pensando en su inminente descenso de regreso. Afortunadamente no todo eran pegas, allí soplaba algo de viento, y lo hacía en dirección de ascenso, lo cual suponía dos ventajas: una ayuda nada despreciable en la subida y una oportuna reducción de la velocidad de descenso. Este tramo resultó lo más duro de todo el recorrido, a las dificultades mencionadas hay que añadir dos más, la fatiga acumulada, que ya se me hacía patente a nivel muscular y tendinoso, y lo descarnado del paisaje, caracterizado por cerros o lomas resecas, sin vegetación y con una carretera desierta y recién alquitranada discurriendo paralela a nuestro carril. Aunque todo hay que decirlo, algunos tramos de trincheras de la línea del ferrocarril resultaban llamativos, y la exigencia del tramo supuso cierto aderezo de épica a la ruta. Por allí quedábamos cada vez menos, bastantes optaban por evitar este ramal, dirigiéndose directamente hacia meta en el control que acabo de mencionar. Vi gente sufriendo mucho en el ascenso, progresando poco a poco, o parando para recuperar el aliento. A mi ritmo, fui adelantando a algunos más, lo cual me volvió a dar algo más de moral, una dosis que a esas alturas necesitaba. Cuando estás sufriendo con un esfuerzo importante, comprobar que no eres a la única persona a la que el sacrificio afecta o que incluso otros dan muestras de llevarlo peor que tú, parece que tiene cierto efecto de incremento de la confianza en ti mismo y reduce los riesgos de venirte abajo.

 Profunda trinchera del Ferrocarril de los 40 días.


Una vez alcanzado el control superior (un solitario voluntario con una mesa y un coche, además de buen talante), y tras el atento y recuperador descenso, llegué a la rampa de gran pendiente que tanto me había costado superar unos minutos antes. Sin riesgos de última hora, allí debí dejar algunos gramos de la goma de mi freno, antes de enfilar el tramo final. Tengo que confesar que en ese momento me llevé cierta decepción, ya que atendiendo a las explicaciones del “road-book”, confirmadas por el voluntario del control anterior, desde lo alto del tercer puerto hasta la meta había 10 u 11 km, y ya que el descenso habían sido 7, se suponía que desde ese punto quedarían únicamente 3 o 4 ¡y no los 10 que realmente faltaban! Qué le vamos a hacer, un juramento moderado y a apechugar que el reto ya era mío. Afortunadamente el tramo era llano y conocido. Era el momento de aprovechar el deleite de los últimos kilómetros, cuando se tiene la certeza de que todo va a acabar bien. Estaba deseando que llegara la recta de bosque que me anunciaría la entrada a la meta. Y llegué, y allí estaba Jesús, esperándome con su móvil, dispuesto para hacerme una foto. Todo un subidón de emociones y alegría, de logro, de satisfacción personal. Cansado (muy cansado o dolorido, difícil de distinguir la sensación), me quité los patines en cuanto pude, lo estaba deseando, y me fui a duchar por fin, antes de regalarme a mí mismo una generosa y fresca caña de cerveza de medio litro.

 Mi llegada a meta ¡conseguido!


De toda la prueba lo único que lamento son los dos percances (caídas) de mi amigo. Más que por sus heridas, por el hecho de que le hicieran tener que retirarse sin poder completar el recorrido, el cual, visto lo visto, y conociendo de sobra su capacidad y entereza, doy por seguro que hubiera podido completar sobradamente con éxito. Su carácter positivo y resignado ha evitado lamentaciones infructuosas. Durante el viaje de regreso a casa, la única idea que podría percibirse que le estuviera reconcomiendo un poco era cierta dura autoevaluación crítica sobre sus habilidades como patinador y si éstas limitarán en el futuro poder tomar parte en eventos o recorridos de este tipo. Nada más lejos de la realidad, Jesús tiene nivel y competencia suficientes. Faltar, le falta, como mucho, experiencia. Así pues la solución es clara: “patinad, patinad malditos”. La mejor posible, porque afortunadamente él lo está deseando, quizá con más ganas que antes.


El evento tuvo algunos comentarios críticos entre el grupo de participantes. En mi opinión los cruces estaban bien señalizados y muy bien protegidos. La cobertura sanitaria fue eficaz y el trato de la organización amable. Pudo haber algún despiste y flaqueza comprensibles para una prueba modesta, con tan amplio recorrido y completamente nueva (se trataba de la primera edición), como que algún avituallamiento se quedara temporalmente sin existencias. Pero nada de eso pareció ser causa de gran descontento por parte de los participantes. Las mayores críticas (al menos las que llegaron a mis oídos durante y después de mi participación) tuvieron que ver con el estado del pavimento en gran parte de los tramos. Yo mismo lo he descrito. Sin embargo, en defensa del evento, tengo que decir que se trata de una prueba singular, en la cual lo importante no eran, ni las marcas, ni la posibilidad de patinar a gran velocidad, con comodidad o con opciones de configurar “trenes”. Cuando me inscribí lo hice pensando y buscando otra cosa, un recorrido variado, largo y diferente. Una especie de ruta (viaje) que me permitiera conocer un paraje y no pasarme el día dando vueltas a un circuito rápido. Quería probarme en un reto personal, en una aventura, sin escudarme en otros. Llevado al símil del ciclismo, es como comparar una larga ruta cicloturista con un critérium. Entre las primeras, las hay duras, rápidas y hasta infernales. Algunas como las retro o las clásicas centroeuropeas añaden como “alicientes” castigadores tramos sin asfaltar. Otras como la Bilbao-Bilbao la masificación, el buen asfalto y la capacidad organizativa. Y las más de moda últimamente, como la Quebrantahuesos, la dureza del recorrido. Los criteriums por su parte, ofrecen competitividad y el vértigo de la velocidad, implican disponer un buen asfalto y cerrar un recorrido al que dar vueltas con seguridad. En mi opinión los “101 km Rolleando” tiene más que ver con lo primero. Es un evento singular: largo, duro y vinculado a una ruta concreta, por lo que ha de acometerse con un material, preparación y planteamiento acordes a su naturaleza. Ofrece una excelente oportunidad para patinar por un trayecto largo y distinto, aporta también el reto de la dureza, pero no es adecuado para alcanzar medias espectaculares o emplear patrones técnicos de gran velocidad. Cuando un evento tiene carácter propio ha de adaptarse, él y sus participantes, a la naturaleza del terreno en el que se instala, y no al revés. El París-Dakar exige gran adaptación por parte de los participantes; que tu prueba sea homologada dentro del Campeonato del Mundo de Fórmula 1 requiere justo lo contrario, adaptar el circuito y la organización a una norma. Son cosas completamente diferentes. No pretendo convencer a nadie de nada. A mí personalmente me mereció la pena, cubrió suficientemente mis expectativas y me hizo disfrutar mucho del fin de semana. Pero me declaro mucho más aventurero y polideportivo que patinador especializado.

Bastante he escrito ya, pese a dejarme muchas cosas en el tintero. Aún así quiero enviar saludos a personas sobre ruedas con las que compartí ruta. Al grupo de guipuzcoanos de la víspera, en especial a su ciclista camuflado; al variopinto conjunto de Zamora Patina; a un compañero de Huesca que me siguió unos kilómetros a la ida; a las dos chicas jóvenes y guapas vestidas de naranja que aún con ruedas pequeñas, patinando sin descanso, me acompañaron en algunos momentos hasta Arganda: enhorabuena por su tenacidad. Si fuera Jesús, la lista de saludos sería mucho más larga. Ya lo decía Gesualdo Bufalino: “Los vencedores (en este caso quienes completan la prueba) no saben lo que se pierden”, lo digo porque gracias a su infortunio, acabó relacionándose y conociendo a mucha más gente que yo. Me alegro sinceramente por él.

2 comentarios:

  1. Hola Jose Gutierrez.
    Me ha encantado tu relato, me ha emocionado. Soy un patinador novato e inexperto en este tipo de eventos. Lo que mas me gusta de patinar es encontrarme en las rutas a gente noble, serena y humana como tu ( y como muchos). Compañerismo y respeto, que gran deporte. Te quiero dar la enhorabuena por haberla acabado, para mi fue un gran reto.
    Mis amigos y yo nos estuvimos preparando en especial rutas largas para esta prueba, pues veniamos de hacer rutas "pachangueras" de 30 km o asi. Yo personalmente me encontre lo que me esperaba, carril bici estrecho, a veces muy roto pero siempre entretenido. Fui muy comodo con mis 90mm. Yo no tuve problemas con desvios ni en avituallamientos. El puerto final me parecio durisimo y nombre a media santeria conforme subia. Pero entiendo que poner ese puerto al principio hubiera sido una locura con todos subiendo y bajando apelotonados, menudo caos.........
    Nosotros acabamos todos la prueba, fue una satisfaccion. Dos meses de preparacion, un intenso fin de semana y ha sido muy triste enterarse de los problemas que ha habido posteriormente. Como he dicho antes este es un deporte donde la nobleza impera sobre la necedad y creo que es hora de hacer autocritica y pedir perdon en los casos necesarios. Todo el sacrificio, toda la ilusion no puede transformarse en tristeza y vergüenza a golpe de click por las redes.
    Poco ya mas puedo decir yo, solo que siento una profunda admiracion por todos vosotros; por los pros, los amateur, los que la acabasteis y los que no, por los que tuvisteis problemas de desidratacion en especial, los que la organizasteis, los ayudantes, a los de proteccion civil que amablemente nos llevaron con sus coches particulares al pabellon y un largo etc....
    Yo tambien quiero agradecer a varios corredores que me llevaron a rueda mucha parte de la ida, gracias a ello la acabe en un tiempo que no hace justicia a mi estado de forma . A algunos se las di personalmente. Disculpad que no os recuerde a todos pues como dices puedes estar horas patinando delante o detras y no mirarle a la cara, es una pena pero es asi. Soy de Huesca y creo que soy el que nombras. Un abrazo amigo y si coincidimos en otra prueba, las cervezas de despues no me importaria tomarnoslas juntos.
    Un saludo
    Hector

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Muchas gracias por tus comentarios Héctor. Me encanta dar con lectores pacientes que disfrutan de mis relatos. Sí, ojalá nos veamos de nuevo. Si eras tú el que venías detrás yendo a Arganda i gual me reconocerás en próximas citas. Soy el de azul en las fotos de la entrada del blog. En la 101 llevaba una pequeña mochila azul a la espalda. Un abrazo a los que os desplazastéis desde Huesca. Mi amigo Jesús ya está recuperado de su caídas, patinando y ... con más ganas que antes de ir a Ambite.

      Eliminar