viernes, 25 de abril de 2014

14. ARANDA DE DUERO

la voz del vino by Nuevo Mester De Juglaria on Grooveshark


Castilla es una de esas regiones (Castilla y León una de esas comunidades autónomas), caracterizadas por la discreción presencial de su amplio y rico territorio, así como por la naturalidad de trato de sus gentes, igualmente discretas. Cualquier disculpa y ocasión me resulta propicia para viajar allí y buscar unos días en los que disfrutar de su plenitud: de su paisaje tan diferente a este en el que vivo de forma cotidiana, de sus habitantes tan agradables y poco pretenciosos, de su patrimonio histórico y cultural, de su gastronomía, de sus costumbres, etc. Lo más habitual para nosotros, debido a la vecindad, es movernos con relativa frecuencia por Burgos o por Palencia preferentemente. Algo habitual en bicicleta o moto, y no demasiado raro a pié o sobre los esquís de montaña. Así pues cuando una escapada un poco más alejada se pone a tiro, no suelo dudarlo y se me hace fácil “hacer un poder”. Quizá sea nuestra ancestral vocación “foramontana”, puede que en alguna futura oportunidad me dedique a explicar qué es eso (enlace).
En esta ocasión partiremos hacia Aranda de Duero. La razón ha sido casual y no programada. Resulta que allí se celebrará el domingo una prueba de resistencia sobre patines: las 3 Horas de Ribera en el circuito de Kotarr. Se trata de un evento al que no tenía verdadero interés en asistir (mis lectores más habituales ya saben que eso de emplear el tiempo y el esfuerzo dando vueltas a un circuito corto no me va). Sin embargo, hace muy poco a mis dos hijas las dio por salir a patinar cerca de casa, una tarde que hacía muy bueno. No lo hacían desde hacía varios años, y vinieron tan contentas que las comenté que existía esta carrera y que si hacían un equipo para relevos, las llevaba. Dicho y hecho, el equipo se ha organizado, de paso participaré en individual, Jesús también se anima y su hija y Myriam se vienen de acompañantes. Total, que el viaje a las proximidades de Aranda está en marcha.
La localidad siempre fue y sigue siendo un punto importante en la Meseta norte. Un centro de intersección de comunicaciones, históricas y actuales. Se encuentra casi a medio camino entre Burgos y Madrid, y además, en plena ribera del río Duero. Lo primero, en lo que a mí respecta tiene mucha menor importancia, no pasa de recordarme cuánto falta para llegar a un sitio u otro durante el viaje. Lo segundo, al contrario, me parece un privilegio, por las connotaciones geográficas, agrícolas, históricas y enológicas que ello implica.

Por supuesto que durante nuestro, en ocasiones comentado, viaje en moto siguiendo el curso del río desde su nacimiento hasta su desembocadura, pasamos por Aranda. Y pernoctamos en Peñafiel, bajo la alargada silueta de las almenas de su castillo, que dibujan un “sky line” genuino, diferente y difícil de igualar, por mucho que se empeñen en “colocarnos” tantos otros urbanos y contemporáneos. De Peñafiel es el vino Protos, una delicia que tuvo sus épocas de descubrimiento, apogeo y actual normalidad en cuestiones de popularidad. En cualquier caso un fantástico tinto de Ribera, como muchos tantos otros que hemos tenido la suerte de disfrutar en numerosas ocasiones, allí o “exportados” a cualquier otra parte. Los tintos de Ribera suelen ser caldos con cuerpo, casi siempre ricos y muy recomendables para regar comidas sustanciosas. Durante muchos años han sido mis tintos preferidos, aunque con el tiempo reconozco que he conocido otras opciones, tipos de uva, geografías y esmeros productores, de manera que ya no me preocupo lo más mínimo de establecer preferencias, clasificaciones, o rankings. Eso lo dejo para Parker, sus seguidores y todos esos periodistas o críticos del vino, que con según qué grado de sinceridad y mayor o menor pillaje (los productores sabrán a qué me refiero), se dedican a ordenar a los vinos como a los deportistas que finalizan cualquier competición de puntuación, listarlos por jerarquía o rendimiento. Algo que me parece completamente absurdo, un comportamiento probablemente derivado de la esquemática concepción comercial que está organizando y configurando nuestro mundo desde un tiempo a esta parte. En la vida he tenido la suerte de probar vinos extremadamente caros y altamente valorados, así como otros muchos francamente económicos y desconocidos. Independientemente de ello he disfrutado de muchos y me han disgustado algunos, y ni el precio, ni la supuesta categoría otorgada por las guías, han acertado siempre en reflejar la impresión que me han causado. No soy un enólogo, ni un experto. Tampoco una aficionado especializado. Me gusta el vino, gran variedad de ellos: tintos, blancos y espumosos. Pero considero que cómo, dónde, cuándo, con quién, etc. sean bebidos, son factores y variables que influyen sobremanera a la hora de obtener un mayor o menor gusto de los mismos. Prueba de que soy un mero consumidor, es que del vino me gusta verlo y, sobre todo, beberlo. Lo de olisquearlo me da bastante igual. El olfato no es de mis sentidos favoritos o mejor educados, y eso de andar buscando (evocando) supuestos aromas que a algún gurú le ha parecido encontrar y que en muchos casos se vinculan a sustancias que ni sé cómo huelen por sí mismas, me trae al pairo, la verdad. También he comprobado en varias ocasiones, que determinados vinos, objetivamente buenos y reconocidos, mantienen un estilo que no es de mi preferencia, mientras que otros sí. Hay un Rioja muy conocido que siempre me gusta, desde hace años, y otro tan conocido como el anterior y de similar categoría que no acaba de convencerme. Lo sé porque ambos los he probado incluso en catas ciegas, y el resultado siempre fue igual. Digan lo que digan, esto del vino es realmente muy personal. Y dentro de lo personal, insisto, en la Ribera del Duero, y en los alrededores de Aranda de Duero, hay unos tintos fantásticos. Algunos los he disfrutado frecuentemente en casa, gracias a compra directa a la bodega, mediante un buen contacto familiar que tenemos allí (la última botella del último lote “cayó” el pasado fin de semana). Otros, en los diversos banquetes a los que he sido invitado, alguno de ellos, por cierto en una de esas renovadas bodegas que han combinado con acierto una producción basada en técnicas y saberes pretéritos, con control tecnológico innovador y una arquitectura de última tendencia.

 El coso taurino de Pñafiel. Una bella curiosidad.


En Aranda he asistido a varios banquetes. Espléndidas comilonas castellanas con ocasión de bodas y bautizos. He tenido amistades de allí y aún tengo algo de familia. Las celebraciones en aquella tierra tienen siempre dos factores que no fallan: los templos o edificios que acogen la parte religiosa, que siempre han sido dignos de visita, con disculpa de celebración o sin ella, pues suelen ser obras arquitectónicas de empaque, gran belleza, antigüedad y enorme valor. Las hay en abundancia, en el centro de la ciudad o en los alrededores a pocos kilómetros de distancia. Insisto, arquitectura medieval y bodegas, no escasean por allí. El otro elemento infalible es la comida en sí, que siempre es rica, generosa y suculenta. Siendo por lo general el lechazo, parte principal del repertorio, aunque ni mucho menos exclusiva.

Por la localidad no he parado mucho la verdad. Algún café o algún vino, y cortos paseos desde donde hubiera aparcado hasta el lugar de la consiguiente ceremonia. Pero sus calles más antiguas me han agradado, tranquilas, añejas y castellanas (cálidas o frías según cuando las recorras). He visto gente por las mismas, haciendo vida en común, encontrándose con ganas de mantener sus lazos sociales, en cualquier caso, poco puedo comentar al respecto. Algo bien distinto del anecdótico muestreo que la vida me ha presentado en lo que respecta a personas oriundas de Aranda. No he conocido a muchas, pero las que recuerdo, me dejaron huella. Desde un excelente profesor de geología, compañero de docencia y aficiones deportivas el año de mi debut como profesor; hasta una guapa e inteligente mujer que veraneaba en Santander y que compartía con nuestra pandilla de amigos vacaciones estivales memorables, repletas de andanzas, excursiones, comidas y actividades de lo más variadas y entretenidas. Tanto ella, como sus hermanas y con posterioridad su familia, fueron siempre gente de trato educado, agradable, enriquecedor y valioso. Mi primo podría dar toda una disertación al respecto, se casó allí, con una simpática moza local, de respetada familia y con quién ya ha generado descendencia autóctona que seguirá engrosando a esa población tan apegada a su territorio y costumbres admirables.

Precisamente gracias a ese matrimonio conocí Peñaranda de Duero, preciosa y pequeña localidad cercana a Aranda. Allí celebraron su boda, en una imponente iglesia, emplazada en un envidiable escenario medieval compuesto por una especie de plaza algo irregular, completamente conformada por edificios antiguos y de impecable apariencia. El pueblo está dominado por un cerro sobre el que se asienta una muralla castellana, por donde puedes entretenerte paseando y disfrutando de una panorámica más aérea de la población, y de la amplia extensión de la Meseta. Cerca de allí disfruté de otra ceremonia en el maravilloso entorno del Monasterio de la Vid, de eso hace ya alguno años más, en cualquier caso en enclave aún se mantiene en mi memoria por la belleza de su conjunto y su piedra construida.

Pero sin salir de la propia Aranda, podemos disfrutar de alguna que otra joya, como es el caso de su elegante y valiosa iglesia gótica de Santa María la Real, la cual forma parte de una plaza pequeña y coqueta en la que da gusto tomarse en vino. A la iglesia se accede por una escalera de piedra que creo recordar sirve de entrada por uno de sus flancos laterales. He estado en ella en dos ocasiones, la primera de ellas con obras en el interior, por lo cual su disposición, la recuerdo de forma algo confusa, por lo que pudiera equivocarme en los detalles. Sin embargo sé que me impresionó gratamente, tanto su interior como el mencionado exterior.

Lo que hasta hace muy poquito desconocía es que Aranda puede presumir de su “Plano de Aranda”, al parecer el mapa urbano más antiguo de nuestro país (de 1503), y que sirvió de patrón y modelo para la fundación urbanística de la colonización en latinoamérica (el ser humano y su afán globalizador). El plano en cuestión se custodia en el Archivo General de Simancas, del cual es su documento cartográfico más antiguo. Se trata de una representación plana del conjunto urbano, aunque con los edificios dibujados en perspectiva. Algo típico en determinadas expresiones cartográficas infantiles o habitual en los planos turísticos de conjuntos monumentales actuales. Para mí, que me confieso un apasionado de las producciones cartográficas (mapas, planos y tecnología asociada), la pieza tiene un gran valor e interés, ya que aúna mi afición por las “cartas” y por lo retro (en esta ocasión muy, muy retro).



De nuestro destino también es reseñable que es paso confirmado de la Cañada Real Segoviana, vía pecuaria que partiendo de la sierra de Neila (territorio de La Histórica), alcanza, tras 500 km de recorrido, la provincia de Badajoz. Se trata de una de tantas rutas que cruzaban parte de nuestra geografía con vocación de movilidad itinerante, en aquel caso para el traslado masivo de ganado de forma estacional. Rutas nómadas como ella ha habido muchas en España, en Europa y en el mundo, ya sea por motivos económicos, de descubrimiento, peregrinaciones, etc. El ejemplo de mayor repercusión mundial en nuestro caso es el del Camino de Santiago, convertido a día de hoy en un referente internacional de impresionante afluencia. Sin pretender llegar a tales cifras (¡no por favor!), sí que considero que se debería de hacer un esfuerzo serio por recuperar, de forma modesta y sostenible, pero eficaz, práctica y atractiva, tantas vías de larga distancia como sea posible, haciéndolas reproducibles para las personas de forma física, real y presencial, paso a paso, pedalada a pedalada, palada a palada… según los casos. Con unas buenas botas, una bicicleta, a caballo, cada itinerario se prestaría a un tipo de recorrido u otro, probablemente ajustado por su propio paisaje y su origen o sentido histórico. La cuestión es que estas vías de comunicación tuvieron un papel importante en la consolidación de nuestro presente, a menudo ajenas a fronteras y caprichos administrativos, abriendo mundo y cultura. Por ello forman parte de nuestro patrimonio común y representan una excelente excusa para cuidar un poco más del paisaje y revalorizar la cultura y algunas modalidades de viaje diferentes, activas y enriquecedoras.

Antes me refería a que Aranda se ubica en una especie de punto de confluencia entre caminos de interés. Si tomamos su localización como centro, podríamos dibujar una cruz en la que la mencionada localidad de Peñafiel supondría su punta occidental, mientras que San Esteban de Gormaz, a similar distancia se convertiría en la oriental. Se trata de otro pueblo castellano de gran belleza e interés histórico, acomodado bajo un cerro de aspecto árido y las ruinas de un castillo, y que el Duero refresca con su paso. Merece la pena una visita, un paseo por sus estrechas calles y un vistazo a sus cuevas o bodegas escavadas en las rocas y arenas del farallón. La hipotética cruz tendría su aspa norte en Lerma, ese conjunto vistoso cuya panorámica externa, con aires de elegancia y larga historia, nos ofrece la autovía Madrid-Burgos; mientras que al sur nos haría temblar el pulso por no disponer de una localidad tan finamente alineada y tener, quizá, que decantarnos entre Sepúlveda o Riaza. Ambas localidades son merecedoras de visita turística, ambas son francamente singulares y atractivas, y ambas, completamente diferentes entre sí. Resulta curioso comprobar cómo, mediante un ejercicio mental o geográfico tan sencillo como este de trazar una cruz, Aranda de Duero parece situarse a tiro de piedra (es un decir) de un importante conjunto de lugares de interés, de importancia pasada, de bagaje cultural y de identidad propia. Más curioso aún es comprobar como, pese a su relativa cercanía, de todas las poblaciones escogidas por ese azar geométrico provocado por la imaginada cruz, tan sólo Lerma se encuentra en la provincia de Burgos. Peñafiel está ya en Valladolid, San Esteban de Gormaz en Soria, mientras que Sepúlveda y Riaza en Segovia. ¡Ancha es Castilla!

 San Esteban de Gormaz

Sepúlveda.

Con Cristina en Riaza.


Ahora sólo queda ponerse en marcha, disfrutar de paisajes, sorpresas e indagaciones, majares y compañía. Y cruzar los dedos para que no llueva, para que podamos disfrutar de la prueba y del circuito con nuestros patines. Aranda no sé siquiera si lo llegaremos a pisar, pero de sus alrededores y cercanías, seguro que podremos disfrutar, encontrado novedades que hagan nuestra vida un poco más plena y emocionante.

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