"Tempestad de nieve, barco de vapor frente a Harbour's Mout".
(Joseph Mallord William Turner. Tate Gallery).
En enero
hemos estamos teniendo fuertes temporales. De esos en los que el invierno se
hace sentir tal y como lo solemos evocar cuando pensamos en él en cualquier
otra estación, frío, desapacible y generoso en precipitaciones. En el
Cantábrico estos temporales cobran especial plasticidad, pues muchas veces
integran una rica variedad de inclemencias, tal y como está sucediendo en aquellos
a los que me refiero. La cota de nieve (en estas ocasiones, acertada por las
previsiones, y por lo tanto consumada realmente) ronda ahora los 100 metros de
altitud, lo cual ha dejado un blanco manto sobre la práctica totalidad del
territorio de mi región. Pero es que los frentes están trayendo además mucha
precipitación, lo cual quiere decir que arrojan mucha lluvia, en forma de
intensos y sucesivos chaparrones, en las zonas donde no hay altura suficiente
para que nieve. Por supuesto hace frío, en algunos un poco más de temperatura
que en las soleadas y tranquilas semanas previas, no mucha más, así que la
sensación térmica, espoleada por la humedad y por el viento, va siendo de
intenso frío, esa que no te sugiere más alternativas que quedarte en casa
disfrutando de algún plan invernal interior, con o sin chimenea, pero con
líquidos reconstituyentes (por temperatura o graduación alcohólica) y placeres acostados
o recostados, como la lectura sin ir más lejos. Por si la estampa descrita
hasta ahora pareciera aún floja, la adversidad climatológica en el anteúltimo
frente trajo consigo igualmente fuertes vientos, que en nuestro caso soplaron
preferentemente del oeste, aunque con viradas hacia el norte. No fueron los típicos
vientos huracanados, aunque secos y cálidos, del sur, sino otros menos veloces,
pero fuertes y mucho más fríos y desapacibles. El cuadro se acababa de detallar
con temporal en la mar, con una agitada, brava, oscura y amenazante actitud de
la superficie, que no dejaba de dar forma a grandes olas de cinco o seis metros
en las costas. Temporales tenemos muchos por aquí. Cada cual de una intensidad
y naturaleza propia, y los dos últimos, cada uno a su manera, con tan completo
catálogo de inclemencias, sí que me han exigido adaptaciones en mis sesiones de
entrenamiento y, sobre todo, me han hecho reflexionar sobre la práctica
deportiva al aire libre y bajo techo, “outdoor” e “indoor” que dicen los
anglosajones.
Para cualquiera que me conozca no
puede haber dudas al respecto, soy un deportista casi exclusivamente “outdoor”.
No sólo de exterior, sino que además con especial querencia por espacios y
entornos de características mucho más naturales que artificiales: montañas,
ríos, valles, el mar, la nieve, las pistas forestales o las carreteras más
recónditas. Mis preferencias deportivas así lo confirman: esquí (mejor de
travesía que de pista); bicicleta (aunque prefiero la de carretera que la de
montaña, siempre buscando rutas solitarias, abruptas, rurales o deshabitadas);
kayak (aguas tranquilas, pero de mar, lago o río); senderismo o “montaña”
(costero, forestal, rocoso, de media o alta montaña…); y así sucesivamente
hasta llegar a los patines, que aunque también son una actividad eminentemente “outdoor”,
requieren de una infraestructura bastante artificial. Con ese sello personal de
“necesidad” y pasión por los ambientes abiertos, por la intemperie y por la
naturaleza, cada vez que nos visita un temporal o un frente invernal, mi ocio
cotidiano se complica, pues muchas de mis opciones de actividad física se
convierten en impracticables, peligrosas o demasiado desagradables. Con algunas
de ellas soy más tolerante a la adversidad que con otras. Si la cosa está muy
fea puedo recurrir a la carrera a pié, y desde luego el caminar por la montaña,
pues esto último lo practico casi ante cualquier adversidad atmosférica. Pero
la primera me limita mucho la motivación y la preparación, y para la segunda se
requiere más tiempo por sesión, del que puedo emplear en días de labor. El
resto tienen todos inconvenientes: tolero relativamente bien la lluvia en
bicicleta cuando no queda más remedio porque me pilla a medio camino, pero la
odio y por lo tanto no me expongo a ella cuando hace acto de presencia antes de
salir de casa; el viento fuerte me impide (por seguridad) embarcarme en el
kayak; y de los patines ni hablamos…
Escapada con esquís por el bosque de Proaño tras una nevada.
Así que en situaciones así, a
pesar de alguna carrera por la costa y del cotidiano (y demasiado breve) paseo
con los perros (haga como haga, que para eso tengo katiuskas altas, visera de
lona embreada y gabardina larga con perneras), no me suele quedar más remedio
que optar por el entrenamiento “indoor”, del que saco beneficios de puesta en
forma (menos, porque las sesiones son siempre bastante más breves), pero nada
de diversión o entretenimiento.
Mi “indoor” puro se reduce a los
ergómetros (rodillos o simuladores). La piscina está descartada porque aunque
me defiendo en ella y soy capaz de trabajar de forma aeróbica largas
duraciones, me aburre mucho, y además, supondría un gasto extra que no estoy
dispuesto a pagar porque no me hace ninguna falta. Por el contrario, los
ergómetros los tengo en casa, lo cual me permite robarle menos tiempo al
trabajo on-line y poderlo hacer cuando mejor me venga a lo largo del día. Pero
insisto, esta es, siempre, la última y desesperada opción, pues me aburre
soberanamente. La clave es disponer de películas (o documentales) suficientes
que poder ver en el ordenador mientras me ejercito, en tal caso la sesión puede
durar más, porque sin ese entretenimiento complementario, los minutos se hacen
eternos (la música ayuda pero no basta). Claro que han de ser filmes en los que
no haya que estar muy pendiente de la conversación o el sonido ya que éste
siempre anda compitiendo por destacarse por encima del que genera el aparato.
Mis ergómetros son dos. Un viejo
Cateye para bicicleta, en el que tengo instalada de forma permanente mi vieja
Trek de carretera, y que procuro evitar siempre que puedo. Precisamente esta
temporada había decidido no utilizarlo nunca, pero la Cofradía Velocipédica me
ha puesto dos muescas en el calendario invernal y, o me subo al rodillo un
poco, o no voy a llegar a cenar con los demás en ninguna de ellas, porque hasta
ahora en bicicleta apenas he dado algunos entrenamientos-paseos bastante cortos.
Las ventajas del rodillo son: que me permite manejar el ratón para buscar
nuevos videos de Internet si se me acaban pronto los que veo, que me mantiene
la adaptación al pedaleo y la postura a lo largo de las semanas, que me posibilita
acumular algunos kilómetros y que facilita que el “recuerdo” al asiento se
mantenga. Pero de hecho, puestos a trabajar en ergómetro, prefiero el de remo.
No sé explicar porque pero lo llevo mejor, además este año resulta
especialmente importante ya que ofrece
bastante más transferencia con el paleo en la piragua, al incorporar un
importante trabajo del tren superior durante el esfuerzo. En este caso tengo
que elegir previamente una película suficientemente larga y a ser posible en
DVD, para no tener que levantarme del aparato a la mitad. En cualquier caso
ambas máquinas y ejercicios demuestran ser un aburrimiento, cuando demandan un
complemento mental extra. Lo dicho, no me gusta nada el deporte “indoor”.
Pero fue precisamente este
invierno, recurriendo a las sesiones con simuladores, cuando pude por fin
disfrutar de una experiencia cinematográfica a la que tenía ganas desde hacía
casi un año. Me explico, en un texto que escribí la temporada pasada, hacía
referencia a la fabulosa carrera de patinaje sobre hielo de “Las once ciudades”
(Elftendentocht), la cual, exclusivamente en los escasos inviernos en los que
las temperaturas (suficientemente bajas) lo permiten, se celebra sobre los
canales helados de Friesland (Holanda) a lo largo de 200 km. Entonces aporté
algunos datos sobre tan peculiar evento, y expliqué que la de 1963, resultó ser
la edición más legendaria de todas las celebradas, por lo durísimo de las
condiciones atmosféricas. En aquella ocasión Reinier Paping fue el brillante
vencedor, tras una espectacular demostración de coraje y pundonor, y en el blog
entonces, incrusté un interesante documental de la época sobre su victoria
(aquella edición fue también la primera que se televisó en directo. En blanco y
negro, por supuesto). Pero cuando buscaba información del asunto, me encontré
con que se había rodado una película comercial moderna sobre la prueba de aquel
año. La cinta se llama “De Hel Van’63” (El infierno del 63), y tras muchas
dificultades y búsquedas, por fin, recientemente, la he conseguido. Es holandesa,
idioma en el que no me desenvuelvo en absoluto, pero gracias a la tecnología,
ofrece la opción de los subtítulos (en inglés), lo cual la convierte en una
opción perfecta para verla mientras me esfuerzo en los simuladores, ya que no
tengo que estar pendiente de escuchar las conversaciones. La película no puede
ser considerada como una gran obra de cine, sin embargo, alcanza calidad
suficiente como para ilustrar con rigor y entretenimiento los sucesos de
aquella histórica carrera. Se echa de menos mayor proliferación de escenas de
verdadero patinaje “outdoors”, pero la ambientación está muy conseguida. El
argumento es bastante clásico, una típica narración del evento, vivido
paralelamente desde el punto de vista de varios participantes. Lo interesante de
la trama, es que esta se centra en protagonistas populares, no en los campeones
o en los famosos, sino en los participantes del montón, en un puñado de ellos,
escogidos de entre esos 10.000 que forman toda la masa de patinadores que salen
para intentar lograr la hazaña. Es pues un homenaje al deporte popular de gran
resistencia, de reto personal. Ese con el que tan identificado me siento, que
tantas satisfacciones me ha dado, y que se respira por todos los poros de mis
escritos. Alguna escena de la película hasta me hizo reír, al verme reflejado
(yo y tantos otros conocidos) en la absurda forma de pensar de uno de los
protagonistas. Resulta irónico haber comprobado como una epopeya deportiva “outdoor”,
me ha ayudado a soportar el tedio de un par de sesiones de entrenamiento “indoor”.
Del invierno no me quejo (nunca
lo hago, pues es una estación que me encanta desde pequeño). Es más, este ha
sido, hasta parte de enero, especialmente seco y agradable, permitiéndome mucha
actividad deportiva “de puertas afuera”. Recuerdo una estupenda mañana de
domingo, que al tener que llevar a mi hija Ana a jugar un partido de
baloncesto, metí mis patines en el coche con idea de ir a rodar un poco
alrededor del aeropuerto de Santander. Pero aquel día me esperaba algo mucho mejor.
Tras dejarla en el pabellón de un pueblo, a los pocos kilómetros me topé con un
carril-bici que desconocía, aparqué el coche, me calcé los patines y me puse a
investigar. El trazado era divertido por la sucesión de giros angulosos en el
polígono industrial de Guarnizo. Después se volvió espeso de vegetación y acabó
convertido repentinamente en un estrecho pasillo de tierra patinable. Gracias
al espíritu indagador con el que me había levantado aquella mañana, bajé con
cuidado una corta cuesta de piedras para desembocar en otro carril de ribera de
ría que me llevó agradablemente hasta Astillero. Desde allí fui acumulando
kilómetros estupendos hasta el Parque de Cabárceno, disfrutando a tope de las
cualidades del trazado, del sol de la mañana, de los colores aún otoñales de
los árboles y, sobre todo, del placer de patinar libremente y con seguridad en
un trazado completamente nuevo para mí. Después di media vuelta y regresé
eufórico hasta la cuesta de piedras. Aún me la pasé de largo voluntariamente
para remontar el carril de la ría hasta su final (unos pocos kilómetros más),
dar otra vez media vuelta y ya regresar hasta el coche por donde había venido
inicialmente. En resumen, una de las mejores e inesperadas sesiones deportivas
del invierno, la cual por cierto, quedó ubicada dentro de mi periodo de
transición, es decir, en la época en la que no entreno de forma continuada,
sino que hago deporte de forma desordenada, tranquila y cuando puedo y me
apetece.
Para el patinaje no hay simulador
que valga, al menos yo no lo conozco, y aunque lo hubiera, no me lo compraría
porque ni me cabe en casa, ni le encuentro mucho sentido, pues seguramente
sería tan aburrido como los otros. Sin embargo, la casualidad ha hecho que disponga,
eventualmente, de una instalación “indoor” en la que poder entrenar. En mi
pueblo vive Quique. Es un entrenador personal que con mucho trabajo (también
personal), ingenio, saber hacer y carisma, ha creado lo que él mismo denomina
el CAR de Galizano. En un inmueble modesto y de aspecto exterior poco sugerente
para la práctica deportiva, mi amigo, con sus propias manos y recursos, ha
levantado una verdadera instalación de entrenamiento espectacular, que poco, o
nada, tiene que envidiar de la mayoría de los gimnasios urbanos. Allí tiene casi
de todo, pero nada de ello es lo que a mí me interesa (salvo una cosa). El caso
es que recientemente me llamó para pedirme consejo sobre el entrenamiento “en
seco” de esquí de fondo. Me enseñó unos “roller-ski” de clásico, le expliqué
las diferencias, hablamos bastante y un segundo día quedé con él para enseñarle
unos ejercicios de progresión de patinaje en línea, con gran transferencia
hacia el esquí de fondo de modalidad “skating” (los videos de la escuela
alemana de esquí de fondo son estupendos en este tema). Al hacerlo comprobé que
su instalación ofrece un recurso eficaz, y muy divertido para poder entrenar algo
el patinaje cuando el exterior está mojado. La instalación es estrecha y
alargada, y en ella, rodeando gran parte del aparataje de entrenamiento, y
rodeada a su vez por más elementos variados, hay trazada y construida una
especie de pista de atletismo de 3 calles y en hormigón satinado ideal para
patinar. Cada recta es casi de 50 metros, y en sus extremos hay sendas curvas
de 180º con un radio interior que no creo que pase de los 2 metros, y bastante
peraltadas. Total que te pones a patinar, y cuando ya superas los 20 km/h te
llega la curva, te pones a huevo y la trazas lo mejor que puedes, para salir de
ella cruzando la pierna exterior y acelerando otra vez. Y así sucesivamente
durante vueltas y vueltas. La sensación es de mucha más velocidad de la que
realmente llevas. El ejercicio es entretenido porque ves a gente, porque no te
puedes relajar en el emocionante y continuo paso por curvas y porque aunque
bajo techo, estás patinando realmente. A todo esto hay que añadir que el
esfuerzo resulta intenso porque al salir de cada curva te exige una nueva
aceleración. Eso sí, conviene dividir la sesión en al menos dos mitades, para
cambiar de sentido de giro a la pista. En definitiva que gracias a Quique, de
vez en cuando, quito el gusanillo del patinaje y mantengo la costumbre, en su
“velódromo” particular.
Contraseña para ver el video: nomada
CAR de Galizano
Y hablando de patines, ciclismo,
entrenamiento, “outdoor” e “indoor”, aquí os dejo con este espectacular video
de motivación deportiva. La voz creo que está en japonés y la duración alcanza
los 12 minutos. Pero da igual, el
conjunto resulta espectacular, mostrando imágenes preciosas y/o poderosas en
cuestiones de entrenamiento o desempeño deportivo.
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