“Gente al sol” E. Hopper (National
Museum of American Art. Washington)
Situémonos en el “medio-oeste”
norteamericano, un territorio continental, alejado de las costas y de una
dureza climática de las que forjan caracteres. En el centro de ese vasto
territorio, limitando al norte con los grandes lagos se encuentra el estado de
Wisconsin, y su capital Milwaukee. Cultura americana de interior. Con
aparentemente pocas alternativas de ocio para los más jóvenes, especialmente en
los años 70. Tanto para los habitantes rurales, como para los más urbanos, el
deporte constituía pues, una gran oportunidad de desarrollo personal y social,
así como un efectivo medio para canalizar pulsiones hormonales y emocionales. Y
precisamente en Milwaukee, y en la década de los 70, es donde da comienzo
nuestra historia de hoy. Jim Ochowicz era un joven que desarrolló una larga e
interesante vida deportiva, caracterizada por simultanear con eficacia el
ciclismo y el patinaje sobre hielo. Aquello no se trataba ni mucho menos de una
singularidad. Era una práctica muy habitual en la comarca, algo característico
de la zona. Un hábito que llevaba a gala, entre otras entidades, el meritorio
Wolverine Sports Club de Detroit. Mientras Jim entrenaba con tesón y avanzaba
en una carrera deportiva que todos podríamos calificar como de meritoria, la
que sería su futura esposa, Sheila Young, se dedicaba exactamente a lo mismo,
en aquel añejo club fundado en 1888. El destino de ambos personajes, así como
el de algunos otros (varios de ellos patinadores y ciclistas simultáneamente)
se iría poco a poco entrelazando, hasta configurar, en la década de los
ochenta, uno de los fenómenos deportivos más interesantes e inesperados del
deporte norteamericano.
Antes de centrarnos en Ochowicz,
“homenajeemos” a Sheila mencionando su palmarés más destacado: 3 medallas de
patinaje en los JJOO de Insbruck 76 (oro, plata y bronce), cinco en campeonatos
del mundo (tres oros y dos bronces) y otras cinco en campeonatos del mundo de ciclismo
de pista (tres oros, una plata y un bronce). Los resultados del que pronto
fuera su marido (J. Ochowicz), no llegaron a ser tan notorios, aunque no
podemos decir que no tuvieran mérito, pues aún no consiguiendo medallas o
títulos mundiales, formó parte tanto del equipo nacional norteamericano de
patinaje en algún campeonato del mundo, como de la selección olímpica de
ciclismo de pista. Ambos formaron parte de una generación de deportistas que
asumieron y reforzaron la denominada “cultura o filosofía deportiva del
medio-oeste”, que se puede resumir en: esfuerzo, pasión por el deporte, motivación
por los retos personales, convivencia y compromiso con los colegas deportistas,
y la certeza de que cuanto más trabajes, más merecimientos de éxito tendrás.
Todo un planteamiento espartano del que siempre se sintieron muy orgullosos. En
aquel caldo de cultivo, fueron formándose nuevas generaciones, y dentro de
ellas, destacó especialmente Eric Heiden, el mejor patinador de carreras de la
historia, aquel que en 1980, en los JJOO de Lake Placid logró la irrepetible
hazaña de conseguir las 5 medallas de oro en juego. Que partía de una
irrepetible genética nadie lo pone en duda, pues su hermana Beth, además de
ganar varios campeonatos del mundo de patinaje en diversas categorías, en 1980
fue medalla de bronce en patinaje en los JJOO y campeona del mundo de ciclismo
en ruta al llegar el verano.
El caso es que las generaciones
llegaron a solaparse y coincidir, y la relación entre los deportistas de
Milwaukee, Madison, Chicago y muchas otras ciudades o poblaciones de aquel
territorio olvidado, se desarrollaba de forma saneada en los anillos de
patinaje, velódromos, critériums ciclistas e incluso carreteras. Las familias
de los deportistas estaban muy implicadas y poco a poco todos iban conociéndose
unos a otros mientras conformaban una “subcultura” deportiva propia, en la que
la convivencia con el ácido láctico y el metabolismo anaeróbico formaba parte,
casi-casi, del día a día de las chicas y los chicos. Ochowicz y Heiden, pese a
la diferencia de edad, coincidieron algo deportivamente, y llegaron a hacerse
buenos amigos, especialmente porque el primero fue nombrado director deportivo
del equipo olímpico de patinaje en los juegos de 1980, en los que Heiden rompió
todos los moldes. Para entonces Ochowicz, ya había tenido la oportunidad, como
deportista, de haber viajado y entrenado de forma seria por el extranjero, y de
aquella experiencia le había quedado grabado un intenso recuerdo de la
organización de los equipos deportivos europeos, tanto del equipo nacional de
patinadores holandeses, como de los equipos ciclistas profesionales que pudo
ver de cerca con motivo del campeonato del mundo de 1973 en España. De aquellos
estímulos, poco a poco, a medida que su carrera deportiva iba tocando a su fin,
iba germinando la vocación de técnico-gestor deportivo, así como la visión de
un sueño: la creación del primer equipo de ciclismo verdaderamente profesional
de los EEUU.
Tras el éxito sin precedentes de
Heiden, el patinador, pese a su juventud, decidió colgar las cuchillas y
dedicarse de pleno al ciclismo, no con la pretensión de emular sus propias
hazañas sobre el hielo, sino desde la óptica del “medio-oeste”, por el placer
de entrenar y competir en algo que le apasionaba, y de perseguir y pelear retos
personales exigentes. Y entre coincidencia y coincidencia, “Och” le contó su
sueño y le preguntó a Heiden si estaría interesado en formar parte de la
aventura. Erik no lo dudó, y de su parte puso sus piernas como corredor y su
fama como estandarte para la captación de todo tipo de apoyos. Sin descanso
Ochowizc se encargó de la organización del equipo, del fichaje de la plantilla
de partida y de encargarle a Taylor (una especie de agente especializado en
deportes minoritarios) la búsqueda de financiación.
“Och” consiguió el patrocinio de
bicicletas Schwinn (la que quizás haya sido la marca más emblemática y presente
de toda la historia del ciclismo norteamericano) así como el de la ropa
deportiva Descente (con especial dedicación a los deportes de invierno y
“autores” del mítico mono dorado que el mismísimo Heiden había lucido en los
juegos de Lake Placid). Y aunque hiciera falta más, entre tanto, a medida que
cerraba contrataciones, ideaba un equipo basado en una filosofía muy marcada,
acuñada a lo largo de todos sus años como deportista. Un ideario en el que dos
axiomas se hacían irrenunciables:
Primero, que el formato debería
de ser simultáneamente profesional y amateur (reuniendo corredores con contratos
publicitarios, aspiraciones económicas y estatus federativo profesional; y
aficionados que no querían perder la posibilidad de participar en los JJOO).
Hay que recordar que por aquella época el COI aún se mostraba bastante
escrupuloso a la hora de limitar que el profesionalismo nominal contaminara el
ideario olímpico. Por otro lado para que los amateurs pudieran participar en carreras
ciclistas profesionales, el equipo necesitaba la presencia de algunos
corredores con dicho estatus.
Segundo, que el origen de la
mayor parte de la plantilla de la escuadra, fuera portadora de la casta y ADN
propios de la “cultura deportiva del medio-oeste”.
Entretanto Taylor espabilaba en
su cometido utilizando la baza de Heiden como caramelo para posibles
patrocinadores. Precisamente anduvo listo al enterarse que la familia
propietaria de la empresa 7-Eleven, había comprometido algunos millones de dólares
para la construcción del velódromo olímpico para los Juegos de Los Angeles 84.
No es que los hermanos Thompson (los propietarios de la firma) fueran
aficionados al ciclismo, lo que pretendían era formar parte activa del “efecto
olímpico”, y tras asegurar el compromiso de financiación llegaron a pronunciar
la que desde entonces se convertiría en una histórica frase: “¿Y qué es un
velódromo?”. El caso es que ante tal panorama, Taylor les propuso patrocinar el
equipo de Ochowicz y de Heiden, y tras algunas citas y acercamientos, se cerró
el acuerdo. Y así, en 1981, nació el equipo ciclista 7-Eleven, en medio de los
EEUU, un país en el que el ciclismo, era un deporte prácticamente desconocido,
apenas practicado por un famélico grupo de deportistas que se desplazaban de
carrera en carrera en sus furgonetas, en el que se conocían casi todos entre sí
y en el que las carreras (numerosas eso sí) y los corredores, tenían una
dimensión y dedicación meramente aficionados. La película “American Flyers”
(protagonizada por Kevin Cotsner), da una imagen bastante aproximada de lo que
podría ser la atmósfera ciclista previa existente en los EEUU, cuando se funda
el equipo.
La primera plantilla estuvo
formada por siete corredores, todos ellos, menos uno, considerados como
auténticos deportistas “midwest” (medio-oeste). Y al menos cinco habían sido
patinadores de velocidad sobre hielo, además de ciclistas aficionados. El
equipo empezaba con una estructura modesta en la que la casa de “Och” hacía las
funciones de almacén y centro logístico, una furgoneta el medio de transporte y
centro de operaciones en los desplazamientos, y el propio director deportivo
asumía otras muchas funciones, como por ejemplo la de masajista. Al menos
contaban con un mecánico. Con esos medios, pero con unas ganas increíbles,
comenzaron su primera temporada concentrándose en San Diego, disfrutando de
algunos miles de kilómetros bajo el sol californiano. Aquel lugar fue
precisamente elegido para que Heiden pudiera compatibilizar el entrenamiento y
la vida de equipo con sus estudios de medicina.
Eric Heiden "ciclista"
La primera temporada del grupo se
caracterizó por un excelente ambiente de camaradería, entrenamiento, viajes por
todo el país y hasta algunas juergas. Causaron constante impresión, mostrando
un aspecto “Pro” en el mundillo ciclista. Se mostraron casi como unos
“abusones” a la hora de coleccionar triunfos, generando envidia en el seno de
los pelotones y satisfaciendo sobradamente a sus patrocinadores. El grupo
mantenía un estilo táctico liberal, caracterizado por dar oportunidades para
todos y sin jerarquías. Aún así encontraron la combativa oposición de algunos
competidores de gran calidad, que de forma aislada sostenían sus carreras
deportivas con austeridad. Pese a todos sus éxitos también tuvieron algún
revés, como en la prestigiosa Coors Classic (la carrera por etapas más
importante de los EEUU, celebrada en las montañas de Colorado, organizada por
Michael Aisner y que a lo largo del tiempo ha tenido otros nombres como Red
Zinger Bicycle Classic). Precisamente aquel año, el equipo llegó pasado de
entrenamiento, muy cansado. La victoria fue nada más y nada menos que para un
Greg Lemond que ya era profesional del equipo francés Renault-Gitane y que tras
11 etapas que combinaron montaña con critériums y sectores contra-reloj, se
impuso al potentísimo equipo nacional soviético.
La segunda y tercera temporadas
del equipo (años 1982 y 1983) fueron una época de afianzamiento deportivo,
económico y corporativo, lo cual provocó importantes cambios en el seno del
mismo. Los patrocinadores se volcaron mucho más, aportando cada vez mayor poder
económico a la escuadra. Aquello se correspondió con la creación de un equipo
femenino y una potente sección de pista. En lo que se refiere al “primer
equipo” (el de carretera masculino), se fichó a gente muy relevante. Tanto que
la dinámica interna del equipo se fue transformando, especialmente con la
llegada de una brillante pareja de corredores procedentes de Colorado: Kiefel y
Phinney. El segundo de ellos se erigió en el líder natural del equipo, en el
hombre de confianza de “Och” y en una especie de dictador en carrera. Todo ello
avalado en cierta medida por su carisma fuera de ella y su larga colección de
victorias, gracias a sus excelentes cualidades y morfología de esprinter nato.
A día de hoy quizá siga siendo el corredor norteamericano que más victorias
amateur y profesionales haya conseguido jamás. Como anécdota puede señalarse
que su fichaje lo sacó de una poco prometedora vida como corredor amateur, en
la que se recorría el país como mecánico del equipo femenino Puch en el que
entonces corría su pareja Connie Carpenter (medallista de oro olímpica). Otras
incorporaciones fueron el corredor canadiense Alex Stieda, dos excelentes “pistards”,
un nuevo mecánico, etc. Lamentablemente hubo otros miembros que no aguantaron
“el tirón” del cambio, y algunos corredores fueron saliendo, así como el
proveedor Schwinn, que no podía ya seguir el ritmo de aportaciones impuesto por
7-Eleven.
1984 estuvo marcado por los JJOO
de Los Angeles. Pese a que la participación oficial en los mismos,
necesariamente se hiciera bajo el envoltorio del equipo nacional, la presencia
del 7-Eleven debería de ser notoria, pues sus patronos habían invertido mucho
dinero en los juegos, y no sólo en la construcción del velódromo que de hecho
llevaba su nombre. Aquellos juegos se vieron marcados por importantes
tiranteces en dos planos bien diferentes. A nivel exclusivamente ciclista, por
una tormentosa relación entre el seleccionador nacional americano y el director
deportivo del 7-Eleven, el cual llegó a aportar casi medio equipo entre ciclistas
de carretera y pista, tanto en categoría femenina como masculina. Todo hay que
decir que una vez conformado el equipo, la tensión se relajó completamente. A
un nivel muy superior, aquellos JJOO siempre quedarán marcados por el boicot
llevado a cabo por los países del telón de acero. En gran medida como respuesta
vengativa al que en su día los EEUU hicieran sobre los juegos de Moscú. Aquello
desvirtuaba claramente los resultados del ciclismo (especialmente el de pista),
pero con el paso de los días, su efecto se vio casi anulado para el gran
público americano, bastante ignorante en cuestiones de ciclismo deportivo. Para
el 7-Eleven, el resultado fue fabuloso, consiguiendo 6 medallistas, del total
de los 9 logros norteamericanos que se conquistaron, entre las 24 posibilidades
existentes. El broche lo puso Mark Groski imponiéndose en la prueba de
velocidad sobre su eterno rival (y compatriota) Vails. Así pues, se cerraba con
brillantez un capítulo necesario dentro del historia de la escuadra, de forma
que los esfuerzos de futuro ya podían reorientarse plenamente hacia el
verdadero sueño de Ochowicz: la creación de un auténtico equipo profesional de
ciclismo que, con base en los EEUU, consiguiera integrarse dentro del circuito
de carreras más importantes de Europa.
La aventura europea comenzó con
una tímida incursión de varias semanas, en las que pese a conseguir una vitoria
en una carrera italiana de un día, todos fueron conscientes de que aquello era
otro mundo en el que las pruebas eran más largas, las montañas mucho más duras,
los planteamientos tácticos muy diferentes y el rendimiento de los
profesionales europeos… algo muy serio. Ochowicz tuvo que emplearse a fondo
para transformar el equipo. Los patrocinadores aceptaron la aventura europea
pero sin excesivo entusiasmo ni ampliación económica, pues tampoco les
aportaría excesivo retorno. A cambio, se consiguió un co-patrocinio ajustado
por parte de un mecenas italiano fabricante de electrodomésticos. Irían muy
“pelados” pero podrían aventurarse. El “staff” técnico se vio enriquecido con
el fichaje de Mike Neel, antiguo corredor de la época de Ochowitcz, quien en su
día optó por intentar la aventura europea, gracias a la cual adquirió un buen
conocimiento de los idiomas y costumbres de Italia y Francia. Además aportaría
un estilo de dirección de grupo californiano (más liberal, menos espartano y
más empático que el del habitual jefe). Neel ejercería de director “en coche”
en muchas pruebas europeas. La incorporación de la primera mujer masajista en
el equipo, supuso otra muestra más de las peculiaridades del “equipo
americano”, al menos a los ojos del clasicismo ciclista europeo. Y en cuanto a
corredores, las dos novedades más destacadas fueron las del veterano corredor
(también californiano) Jonathan Boyer, encomendado de aportar experiencia y
conocimiento del universo ciclista profesional, y la de Andy Hampsten. El
primero de ellos se había aventurado, con 17 años y los bolsillos vacíos, en el
ciclismo europeo, y había logrado sobrevivir de equipo en equipo y hasta
conseguir un 10º puesto en el mundial del 82 y un 12º en la calificación
general del Tour de 1983. Así pues el equipo contaría con dos “brújulas” en un
mundo tan incierto, una en el coche y otra dentro del pelotón. En cuanto a
Hampsten, encarnaba la apuesta de futuro del equipo para el ciclismo europeo,
quizás el único ciclista americano emergente capaz de destacar en terrenos
verdaderamente montañosos y en largas etapas de gran dureza. Precisamente sus
características fisiológicas y morfológicas, le habían evitado lucirse en el
ciclismo de ruta norteamericano, en sus pruebas más llanas, más cortas, con un
estilo más cercano a los critériums. El chaval de Dakota del Norte venía con el
bagaje de sendos pasos de entrenamiento por Madison (el núcleo de los
ciclistas-patinadores del “midwest”), y por Boulder (Colorado) (desde los años
preolímpicos, verdadero centro neurálgico del ciclismo de alto rendimiento
norteamericano). Todos aquellos cambios se pusieron a prueba en la temporada de
1985, la cual supuso la verdadera primera irrupción seria del equipo en Europa,
centrándose ella en la participación en el Giro de Italia.
El grupo deportivo pagó el pato
por su “desfachatez”, sufriendo lo indecible durante las tres semanas de
carrera. Las dos primeras tuvo que lidiar con lesiones, enfermedades, errores
de novatos en cuestiones de logística y las malas artes de un importante sector
de corredores y directores deportivos europeos, reticentes a hacer un hueco
dentro del cerrado núcleo del profesionalismo ciclista mundial, a un equipo de
extravagantes americanos que no respetaban algunas de las formas y liturgias
tradicionales. A mitad de prueba fue vital la incorporación del jovencísimo
médico Maximo Testa, traído de la mano del co-patrocinador italiano, pese a la
inicial oposición de los corredores americanos. Sin embargo, su ayuda práctica
fue tan vital que Testa se hizo un hueco fijo en el equipo para los años
venideros. La capacidad de sufrimiento, la respuesta descarada en carrera, en
vez del sometimiento ante el pelotón, así como algunos resultados brillantes,
finalmente consiguieron que el 7-Eleven se ganara el respeto del resto del
mundo ciclista y dejara zanjada la cuestión, demostrando que había irrumpido en
aquel ámbito para quedarse. Una victoria de Kiefel, en una disputadísima etapa
llana y otra de Hampsten, en un alarde escalador, dejaron claro que aquello era
un equipo prometedor, y con hechos encima de la mesa. Hampsten además se
encaramó hasta el puesto número 20. Heiden, parte del origen de toda esta
historia, tomó parte en aquel Giro y lo acabó en una posición más que discreta,
pero demostró su compatibilidad con el ciclismo profesional, pese a “cargar”
con un poderoso corpachón de gladiador. Sobre aquel Giro aún colean discusiones
sobre su supuesto triunfo en la clasificación Intergiro, oficialmente dicho
trofeo no comenzaría hasta 1989, sin embargo varios relatos de testigos hablan
de la pugna por la clasificación entre Heiden y el suizo Robert Dill-Bubdy,
resuelta a favor del americano gracias a un último largo ataque, desde un
kilómetro antes de la marca de puntuación… ¿había una clasificación no-oficial?
Ignoramos la respuesta, en cualquier caso lo del patinador del “Midwest” a mí
nunca dejará de impresionarme.
La plantilla en 1986
Al año siguiente (1987), la osada
escalada del equipo norteamericano dio el salto definitivo plantándose en el
Tour de Francia. Y para bien y para mal, aquello acabó dando una buena
campanada, o una sonora traca, ya que hubo de todo. Hampsten había dejado el
equipo, fichado por la Vie Claire, acabó 4º en la general y siendo sufrido
testigo del infeccioso duelo intestino entre Hinault y Lemond (que acabó con la
victoria final del segundo). En su lugar entraron otros corredores, como por
ejemplo el mexicano Raúl Alcalá. El debut del equipo americano en el Tour fue
elocuente desde el principio. En un breve prólogo en circuito, dibujado al
estilo de los circuitos urbanos de critériums a los que los americanos estaban
acostumbrados, el canadiense Stieda, saliendo el primero (por ser último
dorsal) se marcó un tiempazo que lo encaramó a la 21ª posición. El segundo día
se dividía en dos sectores, por la mañana una etapa de 85 km en la que el mismo
Stieda, disimuladamente, se marchó a lo loco (como para adelantarse a mear) por
un lado y fue acumulando todas las bonificaciones de puntos intermedios, hasta
que una escapada lo alcanzó por detrás y le facilitó llegar algunos segundos
por delante del pelotón. Aquello lo convirtió en el primer líder del primer
Tour del equipo, enfundándose además (a falta de puntos) los maillots de todas
las clasificaciones de la gran carrera. Poco duraría el honor, pues tras la
sucesión de ceremonias de podio, los nervios y el olvido de comer, por la tarde
sufrió un pajarón que supuso la puntilla para su equipo en el segundo sector:
una contrarreloj por equipos de 10 corredores. Aquello fue la debacle para
nuestros protagonistas. A la pájara hubo que sumar una total falta de
preparación del asunto, una caída masiva en una rotonda, una discusión casi
violenta entre un par de miembros del equipo y varios pinchazos. Finalmente el
7-Eleven quedó anteúltimo en la etapa, superando tan sólo a los colombianos.
Tras la tragicomedia inicial, el resto del Tour no fue muy diferente para
ellos. Por un lado Phinney ganó una etapa, al sprint dentro de un grupo de
escapados. Pero en lo negativo Grewal generó muchos problemas internos y
externos (por cierto que derribó a Perico, a consecuencia de lo cual el
segoviano debió retirarse), y cinco de los diez corredores no pudieron terminar
la gran carrera. Uno de ellos fue Heiden, quien sufrió una grave caída en la
etapa número 18 y después nunca más volvería a disputar el Tour (una lástima
que no pudiera haberlo acabado).
Tras la agridulce primera
experiencia, Ochowicz fue consciente de que necesitaba un corredor de
clasificación general para ordenar la dirección de equipo. Sabía con quien
quería contar, y la situación vivida por Hampsten durante el fuego cruzado
entre Hinault y Lemond, se convirtió en una buena oportunidad para volver a
recuperarlo. El equipo había completado su sueño, había pasado de deslizarse en
cuchillas sobre el hielo de Wisconsin, a pelear de tú a tú con los más afamados
ciclistas del mundo, en las carreteras de Giro de Italia y del Tour de Francia.
En el año 1987 hay quien podría llegar a sentir que la frescura de la aventura
inicial daba paso a la madurez de un equipo profesional más. Esto suponía
cambios sutiles pero importantes, la desaparición de rasgos y personas
esenciales para la primera etapa (lo confieso, la que a mí personalmente más me
interesa y seduce), y la progresiva transfiguración de la entidad en equipo
cada vez más parecido a los estándares europeos. El hecho de que Heiden colgara
la bicicleta al final de la temporada anterior, ante la evidente imposibilidad
racional de compatibilizar sus estudios en Stanford con la exigencia de la vida
profesional como ciclista, fue uno de aquellos claros síntomas. Bradley, otro
de los “siete pioneros”, colgaría también al acabar esa nueva temporada,
aduciendo que una atmósfera tan formal y profesional ya no le motivaba tanto
como los viejos tiempos. El equipo se reforzó con incorporaciones europeas,
aunque para ello escogió corredores no estrictamente “ciclo-europeos” y con
buen dominio del idioma inglés: el danés Veggerby y el noruego Lauritzen. Ambos
se adaptaron bien a la aún algo peculiar cultura propia de la escuadra, a la
“doble-vida” deportiva entre EEUU y Europa, y las concentraciones primaverales
en California. La participación en el Tour fue un desastre derivado de una
acumulación de avatares negativos, entre los que destacó un problema gástrico
que afectó al 7-Eleven y a otro equipo que compartió hotel con ellos. Hampsten,
que llegaba tras haber ganado la Vuelta a Suiza, tuvo mal rendimiento (apenas
alcanzó el puesto 16º en la general), aunque a cambio, Raúl Alcalá (9º final)
se mostró más que brillante. En lo positivo se consiguieron tres victorias de
etapa: un característico sprint de Phinney en Burdeos, una exhibición de escalada
de Lauritzen en Luz Ardiden, y una estratégica lección de Pierce durante la
última etapa en los Campos Elíseos.
Hampsten había aprendido la
lección y para la siguiente temporada confío plenamente su preparación en los
consejos de su director Neel, quien le propuso que dedicase el invierno a
seguir un duro régimen de actividad, en plan de campamento de supervivencia.
Aquello incluía largas jornadas caminando por las montañas bajo (y sobre) la
nieve. Tal como años más tarde haría nuestro querido amigo
Tomás Amezaga con su pupilo adoptivo Samuel Sánchez por las Encartaciones. La idea era someterse a esfuerzos de hasta 8 horas seguidas, creando una
sólida base de preparación. El
resto de la preparación también fue diferente, pues el equipo se trasladó pronto
a Europa para disputar un variado calendario de pruebas clásicas y de
afinamiento antes del Giro. Entretanto, Phinney sufrió un aparatoso accidente
en carrera, chocando a toda velocidad, contra el parabrisas trasero de un coche
de equipo y teniendo que recibir ¡cientos! de puntos de sutura, aunque eso no
le impediría volver a las carreteras a los pocos días. Desde el principio del
Giro Hampsten se encontró estupendamente, anduvo en puestos de cabeza y ganó
una etapa de montaña. Todo ello antes de afrontar la épica etapa del Gavia, que
se presentaba con unas condiciones meteorológicas infernales a costa del frío,
viento y nieve. Los directores plantearon una táctica logística de equipo
experto y maduro, con los coches estratégicamente posicionados, con ropa de
repuesto y bebidas calientes. Nada del viejo estilo improvisado que los
caracterizaba en años previos. Los corredores salieron embadurnados en aceites
protectores contra el frío. Aquel día ya nevaba a ratos en la salida, las
condiciones eran familiares tanto para el de Dakota del Norte como para el
resto del equipo, cuya mitad eran procedentes de Boulder (Colorado). Hampsten
apretó durante la subida al Gavia, en especial a partir del kilómetro 6, cuando
la carretera dejaba de estar asfaltada y aumentaba el porcentaje, pero
reservándose conscientemente para el terrible descenso que llegaría después. Tras
pasar el puerto, se puso un chubasquero, guantes y un gorro de lana secos y
realizó el terrorífico descenso junto a Breukink, quién a la postre se llevó la
etapa por 7 segundos. Tras la hazaña, Hampsten se enfundaba la maglia rosa,
pues ambos metían más de cuatro minutos a los siguientes. Cuatro días más tarde
el americano sentenciaba el Giro ganando con autoridad una cronoescalada de 18
km. Aquello hizo que su co-patrocinador italiano Dell’Orglio llorara de
felicidad al sostener el trofeo de ganadores del Giro de Italia. Tras el éxito
allí Hampsten perdió la forma para el Tour y el equipo paso por la gran carrera
en blanco. Aunque cerraron brillantemente la temporada en “su” Coors Classic en
Colorado (la última edición de tan peculiar carrera), con la victoria general
de Phinney (el clímax personal de su carrera deportiva) y copando el podio con
otros miembros del equipo.
Andy Hampsten en la etapa del Gavia.
En 1989 el mismísimo Eddy Merckx
entra a formar parte del equipo como proveedor oficial de bicicletas. Aquello
supone una experiencia casi mística en sí misma, un maridaje entre el ciclismo
clásico y la modernidad de la época. Los corredores lo reciben entusiasmados en
su país y ruedan con él algún día durante las concentraciones. El belga por su
parte les transmite grandes dosis de sabiduría técnica en cuanto a la puesta a
punto y la configuración de las medidas de las bicicletas. Otra significativa
incorporación fue la de Noël Dejonckheere para sustituir a Neel como director.
El equipo intentaba convertirse en un grande mundial, cada vez más enraizado en
un tipo de estructura europea. En ese orden de cosas, a punto estuvo de
cerrarse un contrato con Greg Lemond para 1990, aunque el astro americano
cambió de opinión en el último momento y aquello provocaría que el canadiense
Steve Bauer (históricamente uno de sus más encarnizados enemigos a lo largo de
toda la década de los ochenta) acabara convirtiéndose en la nueva estrella del
7-Eleven. Bauer cumplió con un segundo (¡no ganó por los pelos!) en la
París-Roubaix, y vistiendo el maillot amarillo del Tour durante las 10 primeras
etapas de la carrera. Aquella fue la última temporada del 7-Eleven, pues graves
problemas económicos hicieron que la empresa Southland se retirara del
patrocinio.
Todo lo demás, lo que vino
después, es otra historia. Con algunos mismos actores y otras muchas caras
nuevas, pero otra historia al fin y al cabo. La empresa 7-Eleven quebró, fue
comprada por un grupo japonés, remodelada y convertida en la franquicia con más
tiendas en el mundo. Cada corredor se buscó la vida, algunos de ellos siguieron
corriendo varios años, otros se dedicaron a negocios relacionados con el
ciclismo (tiendas o empresas de viajes ciclistas, principalmente). La
estructura del equipo siguió adelante 6 años más con el patrocinio de Motorola
y posteriormente derivaría hacia el US Postal… y todo el resto de evolución que
la mayoría de los aficionados conoce. Ochowicz se fue reafirmando en el camino
que claramente estaba trazando, fue el manager general del Motorola y ahora
mismo es el propietario y director general del BMC, con sede en Suiza (un
empresario del ciclismo tan “europeizado” como el que más). El velódromo
olímpico de Los Ángeles fue derribado y en sus solares se ha levantado un
macro-centro polideportivo que aloja a varios equipos profesionales de diversos
deportes. ¿Y Heiden? (ya sabéis que a mí me interesaba especialmente el mejor
patinador de todos los tiempos) acabó medicina y ejerce como médico deportivo
de varios equipos profesionales norteamericanos de diferentes modalidades
deportivas. Desconozco su relación actual con Ochowicz, pero el segundo es claramente
consciente del mérito del primero en toda esta historia, de hecho, a día de
hoy, el nombre y la foto de Heiden, aún figuran dentro del staff médico del
BMC, como he podido comprobar al terminar este relato.
Preparar este texto me ha
supuesto sumergirme en una historia que me fascinaba desde hacía mucho tiempo.
Mucho más por los múltiples elementos vitales, históricos y hasta sociológicos
de la misma, que por los resultados meramente deportivos desde un punto de
vista ciclista, los cuales no fueron tan destacados. He disfrutado mucho
documentándome. Y esa es una de las actividades de ocio a las que he quiero dar
más dedicación a la hora de desarrollar mis escritos este año. Pero es que
además, al investigar para el relato me han entrado más ganas aún de pedalear,
de patinar con esfuerzo, e incluso de embarcarme en aventuras deportivas cuya
organización, a priori, pudiera parecer descabellada.
Me permito un apéndice técnico
para aquellos lectores que al igual que yo, son unos amantes de las bicicletas
de antaño, y hasta quizá restauradores o incluso coleccionistas. A lo largo de
la década que el 7-Eleven estuvo en activo esta es la relación de bicis que
utilizaron:
- 1981 Schwinn. A pesar de ello hay fotografías de Heiden compitiendo con bicicletas completamente rojas y sin pegatinas. En concreto alguna con una más que probable Ritchey y otras con una Gazelle.
- 1982-83 Rossin.
- 1984-86 Murray. En realidad construidas por Serotta (uno de los fabricantes de cuadros más afamados de los EEUU) con tubería Columbus. La estrategia de Murray fue convertirse en el proveedor oficial del equipo olímpico americano y del 7-Eleven. Hubo una excepción en el caso de Hampsten en 1985, que corrió en Europa para el 7-Eleven pero con la bicicleta del equipo para el que aún corría dentro de los EEUU, el Levi’s-Raleigh.
- 1987- 88 Huffy. Respecto a este periodo hay algunas informaciones confusas e interesantes. Al parecer Serotta siguió siendo el constructor de los cuadros. Aquellos pasaron a hacerse con tubería americana True Temper y, en contra de la opinión del artesano, utilizando tubos también delgados en sus extremos. Las bicicletas fallaron mucho, lo cual provocó que varios corredores se buscaran otros proveedores y “customizaran” sus bicicletas como “huffies”. Se conocen casos de Da Rosa y Slawta/Landshark.
- 1989-90 Eddy Merckx. Hasta ese momento las bicicletas habían sido rojas o con diferentes combinaciones de rojo y blanco. A partir de aquí incluyeron también el verde.
Huffy de Hampsten
Versión de las Eddy Merkcx
Murray anterior.
Queda
claro que si alguno tiene intención de montarse una bicicleta-réplica o
bicicleta-homenaje a este equipo, alguno de sus corredores, o esta historia en
sí misma. Las opciones son múltiples, desde agenciarse una Schwinn, Rossin o
Eddy Merckx y pintarla en los colores de cada una de las épocas (más fácil
cuanto más antigua sea el periodo elegido) a utilizar casi cualquier tipo de
bicicleta, pintarla de rojo, ponerle unas pegatinas Huffy o Murray y montarla
con calapiés, cables por fuera y palancas de cambio abajo. Así además cumplirá
con la reglamentación de las citas “retro”. Será difícil que por Europa alguien
se haga de una Serotta, pero en tal caso, mucho cuidado con las más recientes,
ya que no serán suyas. Por razones que desconozco Ben Serotta, y algunos otros
empleados, han sido despedidos de la empresa que lleva su nombre, y son varias
las publicaciones especializadas norteamericanas que advierten de que las
actuales Serotta, ya no tienen nada que ver con el legendario artesano.
MUY BUENO
ResponderEliminarUna labor investigadora concienzuda y bien estructurada.
Tiene una cierta semejanza al bar Nuevo Legarra de Irurtzun y lo que alli se cocinó a finales de los años 70
Una pregunta :
El equipo Brooklyn ¿era de esa época,? ( pienso que era mas veterano y que ya existía) no he podido ver nada sobre su creacion.
El Brooklyn, pese a su estética y nombre, era un equipo italiano y completamente europeo. Tuvo un gran éxito en clásicas y estuvo vigente en las 70 y principios de los 80. Tienen bastantes seguidores retro por toda Europa, lo he visto mucho en Francia y centro-europa.
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