sábado, 30 de septiembre de 2017

18. SEPTIEMBRE RETROCICLISTA 5.0



No me he prodigado nada en la participación de eventos retrociclistas “oficiales” esta temporada, y me pregunto si ello puede ser un síntoma de algo. De hecho, he montado mucho menos en bici que en los años anteriores. Sin embargo, lo realizado ha sido increíble, pero todo ello en forma de quedadas y planes “indie” (independientes; de esos en los que no hay que pagar inscripción, y a los que algunos practicantes ignoran o ningunean al no insertarlos en sus difusiones de calendarios). En cualquier caso, llegado septiembre, acercándose el otoño, en el ocaso de la temporada he puesto en marcha una pequeña compensación. Incluyo aquí los relatos ligeros de tres citas de ciclismo retro en las que he tomado parte. Dos “independientes” y una “oficial”. Este mencionado ocaso de la temporada alcanza su quinta edición. Un lustro, ya casi completo, de dedicación teórica y práctica al ciclismo retro. No sé si la modalidad en sí también quizás se esté aproximando a su particular ocaso, pero después de cinco años, me siento con el derecho, y las ganas, de plantear públicamente una reflexión personal sobre el tema. Llagará al final. Antes, vamos con el relato de las pedaladas.

La Montañesa, V Edición.

Acorde con mi carácter, esta temporada había planeado organizar unas cuantas actividades ciclistas (fundamentalmente de tipo retro). Pero la ambición se quedó corta poco a poco. Aunque había celebrado alguna con éxito de divertimento, a medida que fue transcurriendo el verano, fui decidiendo renunciar a todas las demás por un cúmulo de razones de índole personal. De hecho, incluso me planteé suspender La Montañesa. Pero cinco años de tradición pesan mucho, especialmente para alguien como yo, que valora tanto el apego a determinadas tradiciones. Y aunque esas cinco ediciones puedan sonar a poco, resulta que son más que las acumuladas por la mayoría de citas de ciclismo retro de nuestro país, así que me dije: vale, no te apetece, no es el momento ideal, no tienes tiempo, pero… ¡tienes que convocarla otra vez!.

La feché el domingo inmediatamente a La Retrovisor, algo que, con el tiempo me he ido dando cuenta de que da prácticamente lo mismo, porque realmente nunca acude alguien “de fuera” que desee aprovechar tal circunstancia para hacer un doblete. Justo lo contrario que pienso yo cuando me tengo que desplazar: que me encanta poder matar varios pájaros de un tiro. En vísperas a la reunión, surgió un asunto descorazonador: la previsión meteorológica para ese fin de semana era infame. Chaparrones, numerosos y copiosos, se cernían sobre la península y sobre el Cantábrico. Lo previsto se confirmó en la marcha del sábado, pero, ese mismo día, los partes anunciaron una “ventana” temporal sin precipitaciones en Cantabria y Asturias para la mañana del domingo. ¡Y acertaron, vaya si acertaron! No solo no llovió, sino que además nos hizo una mañana soleada preciosa. Si algún agorero faltó a la cita por temor al agua… lo siento, erró el tiro.

Al final fuimos cinco participantes. El mismo número que en la primera edición, pero con dos caras distintas. Repetíamos Jesús, Guti y yo. Y los que no estuvieron entonces, pero han acudido casi todos lo demás años y no han fallado este, fueron Javier y Carlos A. A las 9 estábamos todos en Unquera, y sobre las 9,20 ya empezábamos a rodar algo abrigados ante el frescor de la mañana. Los primeros kilómetros a mí no me despertaban demasiado interés porque comparativamente con lo hay por los alrededores y lo que nos vendría después,  ni la carretera ni el paisaje me provocan tanto impacto. Como curiosidad, señalar que pedaleábamos siguiendo el curso del Deva río arriba, y resulta que a lo largo de las últimas semanas me había tocado transitar por esa misma carretera en varias ocasiones: una en moto, otra en autobús regresando de mi peregrinación a Santo Toribio de Liébana, e incluso hacía poco, otra más paleando río abajo durante mi participación en el Descenso Internacional. Y ahora, con la bicicleta, otra vez allí.

Pasado Panes, la carretera enseguida hacía suyos los atributos que la caracterizan a lo largo de todo el desfiladero de La Hermida. A saber: infinidad de curvas, estrechez notoria, cercanía a un curso fluvial desde allí más inquieto y juguetón, y trazado caprichoso sobre el lecho de un estrecho y largo cañón calizo coronado por cumbres de vértigo. Nos encaminábamos hacia Liébana y atravesábamos, parcialmente, uno de los macizos de los Picos de Europa. Y así, poco a poco, despachamos la mitad del desfiladero.

En La Hermida tomamos la carretera que sale hacia la izquierda (el este) y nos paramos en un puente para despojarnos de algo de ropa y atender alguna necesidad. Allí mismo empezaba el único puerto de la jornada, el Collado de Hoz (658m). Apenas hacía unos días que por allí había discurrido la Vuelta en sentido contrario. Es más, creo recordar que con Contador escapado (una vez más), en tan brillante despedida de su carrera deportiva. El puerto anda “ahí”, en un difícil rango de clasificación entre 2ª y 1ª categoría. Por nuestra parte empezó con notable dureza, aunque después mostró descansos y bastantes tramos con pendientes asumibles. Sin olvidar, cada cierto tiempo, empinarse otra vez. Es una carretera de cierta anchura, con buen firme y que dibuja un trazado bastante particular, variado y creativo. A mí me encantó. Y digo esto, porque era la primera vez en mi vida que lo recorría (y no únicamente en bicicleta). El grupito se estiró afrontando sus ritmos individuales y yo tuve mi particular pelea con la rueda trasera, a la cual le dio por moverse una y otra vez, hasta pegar con un tirante del cuadro. ¡Cuatro veces tuve que detenerme para reajustarla!. Pese a ello, acabé solventando el problema y pude terminar la ruta. Poco antes de coronar hicimos una parada porque nos encontramos con un conocido al que a mi hermano y yo nos apetecía saludar. Allí andaba el hombre, mostrando el universo rural de parte de sus orígenes a sus nietos. Tras la parada, un poco de esfuerzo más, excelentes vistas, nulo tráfico motorizado (seis Aston Martin británicos y un grupito de moteros retro) y coronamos el Collado.

 
Jesús y Carlos en los primeros kilómetros del ascenso al Colado de Hoz.

 
Carlos ascendiendo el puerto.

 
Aún en grupo durante la subida: Jesús, Javier y Carlos.

 
Jesús Coronando.

 
Posando en el Collado. Guti estaba disparando con la cámara.

El descenso era muy sencillo. Permitía mirar aquí y allá y ofrecía también cierta variedad de trazado, ya que discurría por un paisaje algo atípico en su relieve. No se trataba de una ladera o un valle completamente marcado. Lo que aparecen por allí son cuencas, casi mesetas, lechos, etc. y la carretera se va amoldando a tales caprichos geomorfológicos. En vez de afrontar otro collado camino de Puentenansa, abandonamos el rastro de la Vuelta y rodamos haciendo eses por un precioso tramo de suaves toboganes con preferente componente de descenso. Poco antes de alcanzar el Nansa y conectar con su carretera hacia la costa, pudimos ver desde una posición algo elevada parte del embalse de Palombera, en el que en invierno participé en una regata de piragüismo. Me dio por pensar que, curiosamente, aquella ruta estaba discurriendo entre dos valles y dos ríos en los que había disputado (lo de disputar es un eufemismo) regatas en kayak. Me gusta esa sensación de poder recorrer el paisaje en bicicleta y recordar que tal o cual espejo de agua lo haya disfrutado paleando.

Llegaba entonces otro tramo de enlace. Paisaje de colinas en el tramo final de un valle. Bonito, pero sobre una carretera más ancha y rápida para los coches. En realidad pasaron poquísimos, pero el encanto no era ya igual. De todas formas aquello duró poco, porque tras escasos kilómetros alcanzamos la ría de Tina Menor y cambiamos de carretera en busca de una travesía que bordea el promontorio que separa las desembocaduras del Nansa y del Deva. Las vistas a la ría y a la playa eran magníficas, y de aquella forma aderezábamos nuestro recorrido con un tramo de mar y costa. Tras ascender un rato, nos detuvimos en un mirador y enseguida reanudamos la marcha para atravesar el pueblo de Pechón, que ha crecido de forma significativa desde la última vez que había pasado por allí. De inmediato llegó un descenso que hizo aparecer el estuario de Tina Mayor ante nosotros, y, sobre una de sus riberas, permitirnos bajar hasta el nivel del mar. Y ya poco más. Rodar juntos hacia Unquera, entrar al pueblo a través del muelle de su ría y festejar el haber completado una preciosa ruta de apenas 67 km, pero con 1100m de desnivel acumulado.

 
Javier pedaleando y contemplando la desembocadura del Nansa en Tina Menor.

 
Aquí estoy con Tina Mayor de fondo. ¡El Deva una vez más!

 
Final de ruta. Carlos, Jesús, Guti y yo. Aquí era Javier quien retrataba.

Tras recoger las bicicletas, prepararlas para el viaje de regreso y cambiarnos de ropa, nos sentamos a comer en la terraza de un bar del pueblo para reponer fuerzas con un menú razonable en la relación precio/cantidad/calidad. A partir de ahí lo típico: charla, chistes, comentarios, intercambio de información, etc. Tertulia colectiva agradable. Tratándose de un grupo reducido (cinco personas) que se prestaba a ello. Después de los cafés las despedidas, finalizando el asunto a una hora más que prudencial.

La Montañesa cumplió así sus cinco ediciones ininterrumpidas. El futuro nos dirá qué será de ella y que irá siendo de tantas otras citas del ciclismo retro español (“oficiales” o “quedadas”).

La Clásica Otero, III Edición.

Este evento “oficial” de ciclismo retro, es el único de esa clase al que he asistido a lo largo de toda la temporada. ¡Quién lo diría! La actividad que causó el nacimiento de estos textos y que ocupó gran parte de mi actividad lúdico-deportiva a lo largo de los últimos cinco años, se ha visto minimizada a una única participación en 2017. Un año que, por otro lado, ha estado cargado de propuestas, viajes y experiencias inolvidables, deportivamente hablando. Quizás por esto, cuando de modo temprano me inscribí en la marcha Otero, deposité en ella grandes expectativas, las cuales, a la postre, no se han visto cumplidas. Al menos al nivel previamente esperado. La culpa no ha sido de la marcha. Ni de nadie. Un cúmulo de circunstancias influyeron sobre mi participación en ella. Y después, su desarrollo, hizo el resto.

En parte, mis ilusiones se cimentaban en la grata sorpresa de que la organización de la Clásica Otero parecía estar dispuesta a atender algunos de mis anhelos personales privados, al proponer un plan de fin de semana, incluir una etapa “deportiva” (con puertos y todo) y cambiar de escenario para permitirnos conocer nuevos espacios y no repetir trazado. Todo ello pintaba muy bien hasta que unas circunstancias personales (familiares, pero no negativas sino esperanzadoramente positivas)  me obligaban a tener que viajar a Valladolid el mismo sábado de la Otero. Aquello “boicoteaba” de forma importante el fin de semana retro-ciclista. Para empezar, no podría disfrutar de Madrid desde el viernes. Tampoco asistir al paseo callejero del sábado. Ni ubicar mi “campamento base” para el domingo en la sierra. Aún así, al menos, lo más importante para mí, la marcha larga, parecía a salvo y estimulante.

El domingo empezó regular, ya que tuve que madrugar más de la cuenta por haber tenido que dormir en Madrid por líos derivados de lo ya explicado. Tuve que conducir un buen puñado de kilómetros y buscar donde aparcar el coche, en una localidad (San Lorenzo del Escorial) poco acogedora con los automóviles. Ya con la bicicleta, y vestido de faena, empecé a toparme con caras conocidas y a saludar o presentarme a otras no tan habituales para mí. Poco a poco los participantes nos íbamos concentrando en la zona de salida para recoger nuestros dorsales, tomar un caldo y reencontrarnos. Desde muy temprano, el “speaker” daba por iniciado su maratón particular de verborrea publicitaria, la cual no cejaría en su empeño y presencia acústica a lo largo de todo el evento, en todas aquellas paradas principales, a saber: prolegómenos de la salida, parada de avituallamiento y momentos de la llegada. La mañana se presentaba fresquita pero muy luminosa, prometiendo una jornada completamente soleada. Entre los primeros encuentros, puedo recordar a Tomás, a quién me hizo especial ilusión saludar, porque le tengo mucho cariño y porque nos vemos muy poco; a Carlos, a Javier, a Toni Molinos, Alberto Faricle, a otros que ahora no recuerdo y a Germán, un paisano con el que había hablado de esto del ciclismo retro hace tiempo, pero en un contexto laboral completamente alejado de los pedales.

Dieron la salida y allá que fuimos. El pelotón tenía una entidad… relativa. Notable para cualquier marcha de carácter nacional, pero muy parca considerando que es la marcha retro de la capital. Se rodaba muy tranquilo al principio (demasiado despacio bajo mi particular punto de vista), pero a cambio, no se hicieron paradas de ningún tipo. Lo malo es que desde el comienzo, la “dirección” de ruta ya demostró lo que sería una pauta que duraría todo el recorrido y que me incomodó muchísimo: dejaron rodar casi libremente (en cuanto a ritmo) durante los tramos llanos y las subidas, pero nos fueron frenando de forma drástica y exageradísima durante todas las bajadas. El resultado se caracterizó por dos importantes inconvenientes. El primero, que durante las mismas, había que tener las manetas de freno agarradas todo el tiempo; y el segundo, que la velocidad media del grupo se redujo radicalmente, ya que aunque los escaladores más lentos pudieran reunirse con el resto del pelotón, éste no recuperaba nunca la acumulación de déficit de ritmo de marcha previsto.

Al principio aquello no parecía muy preocupante porque el terreno resultaba muy agradable y vistoso. Entretenía. Olvidadas quedaban aquellas rotondas y vías subsidiarias de extrarradio que caracterizaron a parte de la primera edición, sustituidas ahora por carreteras de campo, vistas a las cercanas montañas, curvas, toboganes, cruces de pueblos, embalses, etc. La ruta compensaba y lucía identidad propia. Y así, poco a poco, fue avanzando la mañana, y fue templando su temperatura hasta hacerla ideal para disfrutar de la bicicleta vestidos de corto.

Saludé rodando a más gente, me ilusionó rodar cerca de los hermanos Lejarreta, Marino e Ismael, o de nuestro medallista Moreno. Jaume apareció camuflado en un sospechoso bloque del Kas. Y por mi parte, entablé una afortunada conversación con Germán, de la que acabé disfrutando más de la mitad de la duración de la ruta. Un estupendo encuentro que espero se repita en futuras ocasiones. Un puerto corto pero evidente, nos hizo a todos tener que tensar la cadena, presionar los pedales y acompasar la respiración. Había comenzado como un aparente tobogán de carretera, pero las curvas se fueron sucediendo sin dejar de acumular desnivel, y cuando ya nos quisimos dar cuenta, la ascensión dejaba claro que no permitiría descanso alguno hasta coronar. Tengo que decir que en esta ocasión llevaba mi Alan del 79. Una bicicleta extremadamente ligera para la época. Una máquina que cada vez me gusta más y sobre la que me voy sintiendo más y más a gusto, pese a que las primeras veces que la utilicé no acabó de convencerme. Sin embargo, ahora mismo, me encanta. Y sí ¡claro! Durante muchos instantes del recorrido, me ocupé en acaparar esas sensaciones integradas que te aportan, cuando te concentras en ello, una carretera agradable, un pedaleo fácil y una bicicleta a la que te amoldas bien y que te gusta. Y ya, hablando de bicicletas, me fijé en algunas que me llamaron bastante la atención: una Razesa ochentera e inmaculada de ciclo-cross, una Orbea Cabestany, algún que otro ejemplar por ahí suelto, y, sobre todo, un amplio ejército de “Oteros”, algunas de las cuales me parecieron preciosos ejemplares representativos de aquellos florecientes ochenta. Especialmente unas poquitas metalizadas o “cromovelato” de diferentes colores y compacta geometría “pentax”. Pero, sin abandonar el asunto de las monturas, llamaba de forma evidente la atención la presencia de varios participantes con bicicletas contemporáneas y vestimenta igualmente actual. Ni lo entendí, ni tengo ningún interés en que me lo expliquen. No comprendo el porqué de tal presencia. Tanto por parte de los ciclistas aludidos, como por la tolerancia mostrada por los organizadores.

 
El kas había alineado a ciclistas de gran experiencia (Tomás y Jaume), por detrás Ismael Lejarreta. Al fondo también otros conocidos.

 
Con Germán, coronando el puerto. (Imagen: clasicaotero.es).

 
Entre la maraña de metales sobresale una preciosa Otero con cuadro Pentax y acabado cromovelato.

El caso es que al cabo de algunas horas aparecimos en la plaza de Navalagamella, donde nos esperaba un generoso avituallamiento, en el que destacaban especialmente una paella y un enorme perol de callos. De nuevo se sucedieron encuentros, saludos, fotografías y conversaciones, mientras el inagotable responsable de la megafonía llenaba la atmósfera de breves entrevistas y una eterna retahíla de agradecimientos a los patrocinadores. Aproveché, entre otras cosas, para hablar más con Tomás, retratarme con Marino Lejarreta, de quién disfruté mucho como aficionado en el pasado y saludar a Marisol (alma mater del evento y de la saga Otero en la actualidad).

 
Todo un privilegio, rodar junto a uno de mis ídolos de juventud, el gran Marino Lejarreta.

 
Representación cántabra: Germán, Carlos y José.
De nuevo en ruta, ahora sí, la cápsula de circulación en la que nos habían estado protegiendo del tráfico rodado, empezó a ejercer su papel más desagradable y dictador. El pelotón, estirado y descompuesto, a partir de entonces se veía obligado a sufrir abundantes, largas y tediosas detenciones para reagruparse. El tiempo iba pasando pero el kilometraje por cubrir apenas mermaba. Sí, todo el día disfrutamos de un carril de calzada en exclusiva para nosotros, pero a cambio, el despotismo del ritmo medio único atenazaba cualquier propósito mínimamente deportivo (no confundir con competitivo) de completar el recorrido. La cosa tomó tal cariz, que tras varios reagrupamientos estáticos de larga duración, me di cuenta de que si pretendía completar la opción larga, no iba a finalizar la marcha hasta bien entrada la tarde, algo que no me podía permitir, así que, muy a mi pesar, opté por finalizar al paso de la corta (70-75 km) por el Monasterio del Escorial.

Como habíamos comido hacía poco, no me quedé a la comida, recogí mi bolsa de regalos, me despedí de aquellos amigos a los que vi y me marché hacia el coche, para ponerme en ruta de regreso a casa. Soy el primero en reconocer que cuando uno viaja con la intención de participar en un evento, debería hacerlo sin prisa y con margen de tiempo suficiente como para poder disfrutarlo completo. No fue mi caso y asumo mi parte de culpa. Sin embargo, aunque hubiera dispuesto del tiempo suficiente como para seguir adelante, estoy seguro de que… ¡sí! habría completado el recorrido, pero me habría mosqueado mucho más por las esperas y el largo tiempo empleado en… estar parado esperando. No busco hacer medias de rendimiento, no llevo cronómetro, ni cuentakilómetros, ni nada, pero lo que no me parece de recibo es que para hacer 70 km se nos dé una salida a las 9,20 de la mañana y acabemos regresando a las 13,30. ¡Cuatro largas horas! Para un recorrido suave de excelente carretera. Una vez más, volví a sufrir ese síndrome de las marchas cicloturistas españolas, en el que la obsesión por plantear la actividad en plan de rebaño, no permite que prácticamente nadie pueda disfrutar de su ritmo ideal. Definitivamente tal sistema se me hace insufrible y ha acabado por hartarme. Todo lo contrario que el planteado por muchas de las mejores propuestas europeas.

La Clásica Otero me dejó poco poso. Felicito la valentía demostrada por sus organizadores a la hora de reinventarse y plantear nuevas propuestas y escenarios. Así como el despliegue de medios y atenciones para con los participantes. Sin embargo, replican el desarrollo que caracteriza a la mayoría de las marchas retro de la península, el encorsetamiento de un pelotón que en realidad integra una diversidad de participantes amplísima. Para que me compense desplazarme algunos cientos de kilómetros, no me basta con dar un paseíto en bicicleta, para ver muchas a veces a las mismas caras (entre las que me incluyo) y pasar el día presumiendo de bicicleta o de maillot y sacarnos todos unas fotos que decoren nuestras respectivas redes sociales. El plan, el paseo, las caras, los maillots y las fotos, al final, con el tiempo, se van pareciendo todas y pierden valor y poder emocional. Además de todo eso, al menos yo, necesito un buen recorrido, algo ambicioso deportivamente hablando y con cierto grado de libertad para disfrutarlo.

La Rememorativa III Edición: Carrera de estafetas Valladolid-Madrid.

La fecha no la habíamos puesto nosotros. Había sido fijada con más de un siglo de antelación. Cuando casi con un año de previsión, Javier se propuso rememorar la carrera de estafetas entre Valladolid y Madrid, enseguida se percató de que el aniversario de la misma, 113 años después, caería en sábado. La ocasión se presentaba idónea. Meses después sería la Karpy la que fechara su actividad para aquel mismo día, pero muy a nuestro pesar, varios caballeros-ciclistas que sin lugar a dudas hubiéramos acudido encantados a la atractiva reunión vizcaína, ya estábamos comprometidos. Teníamos la responsabilidad de sacar adelante la III Rememorativa planteada por Javier, en nombre de la Cofradía Velocipédica.

El equipo era de lo más selecto. Una campeona del mundo de ciclismo. Un joven apasionado de las bicicletas de acero, que al menos una vez al año homenajea a su padre pedaleando sobre la vieja Zeus que heredó de aquel. Un kilómetrico especialista en patentes y en brevets. El probablemente más promiscuo amante de marchas retro de la temporada. Un fundador de un evento retrociclista ya desaparecido, pero que quienes alguna vez lo vivieron, reclaman con insistencia su recuperación. Un carismático italiano capaz de movilizar la pasión ciclista internacional por dondequiera que va. Un editor de libros de ciclismo. Un erudito, con sensibilidad de artista y cultura de enciclopedista de las Luces. Un aguerrido rodador norteño a lomos de su emblemática bicicleta centenaria. Este humilde narrador. Y un responsable hacedor de la aventura, esmerado en los detalles y vigilante de la pureza y del sentido de la misma. Todos ellos se reunieron en Valladolid, con sus bicicletas y sus vehículos de apoyo, para tratar de emular la hazaña, el reto, la osadía. Para tratar de hacer volar una estafeta de cartero, una bandolera de cuero, a la velocidad del vértigo que en 1894 generaba el ferrocarril. Más incluso. Con la pendenciera y reivindicativa intención de demostrar que el hombre, los hombres, un equipo coordinado y motivado, sería capaz de derrotar al poderío del vapor.

Los detalles de la gesta original, de otros intentos similares (anteriores y posteriores), de los orígenes de la comunicación informativa o incluso de las bicicletas, no tienen cabida aquí. Los describe con más calma y detalle el propio Javier en su libro[1]. Lo que sí es de recibo contar, es lo que se vivió durante aquella jornada, cuando los once ciclistas, ataviados con un maillot corporativo inspirado en los uniformes de los carteros de final del siglo XIX, pusieron en funcionamiento los engranajes de sus máquinas, y los de su propia cooperación, para replicar el logro que sus antepasados de pasión habían conseguido en el pasado.

Todo empezaba junto al arco del ladrillo en el centro de Valladolid. Aún de noche, aunque ya desayunados, varios ciclistas madrugadores esperaban el momento de la salida. Unos para dar pedales y otros para animar desde los coches. Cuatro conformaban el primer grupo. Y estaban ya preparados varios minutos antes de que se diera la salida oficial a las 7:08 de la mañana, al igual que sucediera en aquella tan lejana primera edición. Las luces fueron imprescindibles para cubrir los dos primeros relevos. Alejandro tuvo el honor de ser el primer portador de la cartera. Nos guió con certera precisión por las avenidas de la ciudad, hasta que pudimos, por fin, embocar las rectas que cruzaban los pinares que rodean Pucela por el sur. Mañana fresquita. Pero agradablemente desierta y calmada, sin amago de viento alguno. No hablábamos, la penumbra parecía destilar respeto reverencial. Pedaleábamos a un buen ritmo, únicamente interrumpido por los semáforos. En Puente Duero, tras un cruce en forma de curva, una brevísima parada, casi un suspiro, sirvió para escenificar el primer relevo. Carlos Arozarena colgaba la responsabilidad sobre sus hombros, aunque Alejandro, aún durante tres postas más, se encargaría de romper el aire para facilitarnos la marcha a los demás. Tras unas largas rectas nocturnas, el amanecer se fue desperezando con una parsimonia encantadora. Y la ruta giró bruscamente, y con un ángulo recto, nos introdujo en el lecho áspero y curtidor de un camino forestal. Hubo lucha, hubo esfuerzo y hubo tesón. La estafeta no debía ralentizarse. A pocos kilómetros de la siguiente posta, una maniobra forzada descentró mi rueda trasera. Hubo apaños, algunas intentonas infructuosas, y al final, algo de trabajo con herramienta para poder continuar. Solo y descolgado debía de remontar si quería cumplir con mi relevo, así que me puse a rodar, y con la ayuda de un Javier temporalmente convertido en director de equipo, puede aprovechar el rebufo de su coche para dar caza a mis compañeros, eso sí, con un buen calentón en mi organismo. Llegados a Mojados ya era de día. Carlos me pasaba el testigo de piel, y mientras el ariete zamorano me abría paso, el Carlos salmantino me cubría las espaldas. Ancha carretera con arcén, viento desperezándose y largas rectas castellanas. En Olmedo ya nos esperaba Gaetano, a quien gustoso cedí la valija.

 
Siete de la mañana, arco del ladrillo de Valladolid, Carlos A, José, Carlos H y Alejandro, listos para partir.

Amaneciendo por las rectas entre pinares. Alejandro, José, Carlos A (tapado) y Carlos H.

 
Acoplados a rueda por el áspero camino forestal: Alejandro, Carlos A y José.

 
 Intercambio de estafeta en Olmedo: José se la pasa a Gaetano.

Nuestro amigo italiano tuvo un relevo de lo más accidentado, pues sufrió varios pinchazos en ambas ruedas, todos ellos fruto de un ensayo de víspera por un tramo de vía verde. Parte se solventó con el préstamo de mi rueda delantera, pero finalmente tuvo que ceder la estafeta a uno de sus acompañantes antes de finalizar su tramo.  Víctor fue el siguiente relevista, quien rodó muy bien acompañado por Dori Ruano, daba gusto verlos a ambos surcando las llanuras castellanas. En Coca, ante el majestuoso castillo, ambos se intercambiaron el contenedor de los documentos (varias cartas oficiales y copias de los periódicos que daban la noticia de aquella lejana primera edición, y de la actual), y nuestra campeona rodó a buen ritmo, por aquellas mismas carreteras rurales por las que tiempo atrás había desempeñado su valía, corriendo como juvenil contra todos los chicos de la comarca. Buena planta y fluido estilo, bajo un sol que ya empezaba a calentar. En Nava de la Asunción fue Carlos Hernández quien tomaba el equipaje. Y con él, la expedición abandonaba el asfalto para internarse por una larga vía verde de tierra compactada, que escondía traidores pinchos en su vegetación. Al contrario que nuestros predecesores, nosotros ignorábamos al tren. Las cosas han cambiado mucho desde entonces, pero las bicicletas poco si lo comparamos con el salto de rendimiento dado entre las locomotoras de vapor de la época y el actual AVE. Nuestras pioneras o clásicas algo más recientes mantenían una media decente, cercana a la de aquellos lejanos años, y apenas la mitad de lo que podría hacer actualmente un buen rodador profesional con una bici ultramoderna. Sin embargo el ferrocarril, en todo el recorrido, quizás haya multiplicado por 10, o incluso más, su velocidad media.

 
Rodando por Castilla. Alejandro y Gaetano.

 
Dori y Víctor.

A lo largo de la vía verde el seguimiento desde los coches se vio mucho más limitado y comprometido, sin apenas puntos de acceso a la misma. En Miguelañez Manu asumió la responsabilidad de dar continuidad al reparto de larga distancia. Y ya en Hontanares, tuvo de nuevo Gaetano, con otra bicicleta diferente,  la oportunidad de resarcirse de su funesto relevo matinal. El calor apretaba ya a medio día, pero el ritmo no cedía, acumulando apenas unas decenas de minutos sobre el horario previsto. Con la disciplina colectiva, el reto iba cobrando forma, iba madurando en su cumplimiento.

 
Traspaso de estafeta entre Carlos H y Manu en la vía verde.

 
La Fuencisla: Dori y Víctor felicitan a Gaetano por su posta felizmente culminada. Manu le viene acompañando.

En la Fuencisla segoviana, a los pies del Alcázar, Gaetano le cedió el honor a Alejo, aunque el corto y empinado tramo hasta el acueducto fue cosa de todos, ya que el grupo entero formó un pelotón que dio escolta al portador hasta la base del impresionante legado romano. Y ya desde allí, Alejandro, con buena compañía, enfilaba la ruta hacia la Granja de San Ildefonso.

 
José, Luís Alfonso, Carlos A, Javier (agachado), Víctor, Dori, Alejo, Gaetano, Carlos H y Alejandro, posando bajo el acueducto de Segovia.

Precisamente, en tan señera localidad, me tocó a mí dar cobertura fotográfica y asistencial al siguiente intercambio. Tuvo a Alejandro y a Luis Alfonso como protagonistas, y tras el acto, el primero de ellos se acomodó en mi automóvil, habiéndose ganado un merecido descanso. Nuestro nuevo relevista, pedaleando con ligera cadencia sobre su Peugeot centenaria, dio buena cuenta de las primeras estribaciones del puerto de Navacerrada. Hizo llegar la estafeta hasta la altitud de 1300m, donde de nuevo Dori asumió la continuidad de su viaje. Curvas y pinos decoraban el continuo progresar de estos voluntarios agentes de correos por un día. Quien tuvo retuvo, y la cartera alcanzó la cota de 1600m con facilidad. A partir de allí vendría un relevo que la densidad de tráfico de fin de semana recomendaba que fuera acometido en solitario: Alejo remataba la ascensión al puerto de Navacerrada e iniciaba un veloz descenso hacia el sur.

 
Relevo de la cartera entre Alejandro y Luís Alfonso en la Granja.

 
Luís Alfonso sobre su magnífica Peugeot.

 
Alejo, durante el ascenso a Navacerrada, se acerca al arcén para apoderarse de la estafeta.

El siguiente intercambio fue ya en Cerceda, donde Luis Alfonso retomaría la responsabilidad de portar la documentación. Desde Navacerrada dejé de ser testigo presencial de los acontecimientos, hasta que algo más tarde esperé la llegada de diferentes grupos de compañeros en Madrid. El equipo de portadores que asumían los tramos finales alcanzó Colmenar, donde se sucedió un nuevo cambio de titularidad de relevista. Manu se encargaría de la doble misión de colgarse la cartera y de guiar a sus acompañantes de fortuna por el anillo verde madrileño hasta las puertas de la Casa de Campo en Madrid Río, sobre el curso del Manzanares. Allí ya estábamos todos los demás preparados con nuestras bicicletas. El grupo entero celebró el último traspaso del correo, que por fin ya era recibido por Javier, responsable de la organización de la efemérides.

 
El grupo completo en Madrid Río: Luís Alfonso, Alejandro, Víctor, Alejo, Dori, Carlos A, Javier, José, Manu (agachado), Carlos H y Gaetano.
Todos juntos pedaleamos tranquilamente por la apacible y ciclable ribera del río. Ascendimos las horquillas de la Cuesta de la Vega y enfilamos la concurrida calle Mayor, hasta alcanzar el mítico kilómetro cero en la Puerta del Sol. Un posado fotográfico y nuevo callejeo rodado en grupo hasta la Cibeles. Y allí, por detrás de la fachada principal del edificio, fuimos recibidos por un puñado de simpatizantes, y por la autoridad del servicio de Correos de Madrid.
Dentro de la sede, fuimos felicitados por las personalidades, agasajados con algún detalle y fotografiados múltiples veces. La misión estaba cumplida. Javier, en representación de la Cofradía Velocipédica y de los once participantes en el esfuerzo, procedió a abrir la estafeta y a entregar las cartas correspondientes, así como la prensa trasladada desde Valladolid. Era media tarde, lucía el sol y la jornada había resultado igual de brillante.

 
Misión cumplida. Oficina de Correos de Madrid.

Una vez fuera de nuestro destino y aún circulando un poco por el centro de Madrid, algunos nos fuimos despidiendo por diferentes motivos, mientras que la mayor parte del grupo acabó celebrando el emotivo logro en una cena de despedida.

La tercera rememorativa culminada por la Cofradía Velocipédica fue todo un éxito. Al igual que en ocasiones anteriores, replicó una prueba memorable. También esta vez se trató de una segunda edición, aproximadamente un siglo después de la primera. Cada una tuvo sus singularidades históricas de origen, y su interés durante la repetición contemporánea. Las bicicletas consideradas “pioneras”, ya aparecieron en nuestro grupo en la rememorativa anterior, pero en esta ocasión incrementaron su presencia porcentual y absoluta. El carácter deportivo y de acción de la carrera de estafetas no radicaba en el kilometraje total acumulado por cada participante, sino en la viveza del ritmo imprimido durante sus postas, en su disciplina y disponibilidad sin fallos para los relevos, y en su implicación en los servicios de cobertura del desarrollo del reto. Una manera diferente de actuar, con menos tiempo de desempeño en el pedaleo, pero mucha intensidad y entretenimiento en las diferentes tareas asumidas. Desde luego que todos, una vez finalizada con éxito la tarea, nos sentimos francamente orgullosos de haber puesto nuestro granito de arena en la misma. Nuestras rememorativas, hasta el momento, se han caracterizado por integrar algo que va más allá de un largo o bonito recorrido y una compañía agradable. Tiene que ver con el recuperar algo de historia. Con el sentimiento de que en cada ocasión, has ayudado a construir una experiencia diferente, singular y valiosa.

Ciclismo retro en España: buenas y no tan buenas noticias.

Procedo ahora a remangarme y despiezar conceptualmente el mundo del ciclismo retro nacional. Como abordarlo de forma integral sería una labor excesiva y, seguramente, demasiado extensa, lo haré partiendo de una reflexión personal sobre las actividades que aquí se celebran. Me gustaría que mi análisis resultara desapasionado y lo más objetivo posible, pero vaya por delante que al basarse en mi propia experiencia, como fuente del conocimiento, y en mi propia interpretación, como metodología, las conclusiones serán forzosamente subjetivas (cualitativas, según la nomenclatura de la investigación de las ciencias sociales).

Para empezar voy a comentar lo que considero que son algunos atributos neutros que caracterizan al estado actual de las cosas en el mundillo de los eventos ciclistas retro. Entendiendo por neutros, que ni son positivos ni negativos en sí mismos, simplemente se están dando así y no creo que ello tenga la menor importancia.

Primero. Se ha acabado imponiendo una evidente y clarísima separación entre el “circuito” de las marchas ciclistas retro y las concentraciones de bicicletas clásicas. Tal alejamiento se manifiesta en varios planos de acción. Las propuestas son muy diferentes (en unas se pedalea bastante y en las otras prácticamente nada; unas se organizan en formato típico de inscripciones, dorsales, etc. mientras las otras son más abiertas o menos burocráticas; y así podría continuar con más ejemplos de diferencias). El ambiente que se respira en ambos “ecosistemas” también es muy distinto, con, por ejemplo, mucha mayor participación femenina en uno de ellos y casi inexistente en el otro. O con tendencia a la toma de cascos urbanos (aunque sean rurales) en unas, y rutas o carreteras en las otras. El tipo de bicicletas y la estética personal son también muy dispares y, y esto es muy importante, también lo son los colectivos sociales que nutren a cada una de ellas. Gente con motivaciones diferentes, comportamientos distintos, actitudes diferenciadas e intereses (generales o específicamente relacionados con la bicicleta) bastante alejados entre sí. Aunque hay gente que participa en ambos tipos de reuniones, la divergencia resulta bastante manifiesta. A lo largo de estos cinco últimos años ha habido algunos eventos (realmente muy pocos) que han intentado integrar ambos mundos en alguna medida. Tal fue el caso del GPCC. Pero la realidad que se ha impuesto demuestra que ambas interpretaciones del ciclismo “vintage” se van distanciando cada vez más. Insisto, no tengo una opinión formada al respecto de si esto es bueno o malo. Probablemente ni una cosa ni otra. Aunque puedo asegurar que, en alguna cita europea, la relación entre ambas tendencias es muy estrecha y el resultado ofrece mucha “fuerza”.

Y ya que estamos aludiendo al territorio internacional, sigamos adelante con un segundo atributo: el ciclismo retro español vive casi completamente de espaldas al extranjero. Sí, ya sé que cada vez más gente ha salido a probar L’Eroica (especialmente la toscana), pero eso obedece más bien a un potentísimo efecto de marketing y consumo de eventos que a una verdadera vocación de ciclismo retro. Me explico: la París-Roubaix cicloturista, el Tour de Flandes también cicloturista, la marcha de la “Etapa del Tour”, la Quebrantahuesos, los 10.000 del Soplao, la Titan-Desert, la Brest-París-Brest… y l’Eroica de Gaiole, superan el concepto de eventos simplemente ciclistas y se han erigido en citas de gran atractivo multideportivo, pasando a ser retos deseados e intentados por un porcentaje muy elevado de aficionados al ciclismo, y otro nada desdeñable de aficionados al deporte en general. Igual que el maratón de NY, el Ironman, etc. De hecho, una cantidad importante de ciclistas que viajan a participar a la Toscana, lo son retro únicamente en esa precisa ocasión. Pero fuera de eso, la realidad nos muestra que muy pocos de los participantes habituales o eventuales en las marchas retro nacionales han salido a participar en eventos retro franceses, ingleses, alemanes, belgas, italianos, austríacos, suizos, etc. Para mí, que lo he probado mucho, “no saben lo que se pierden”, pero eso es un comentario demasiado basado en mis propios gustos, así que mejor lo obviamos y simplemente asumimos esta situación como una característica nacional, que tampoco parece que pueda calificarse como positiva o negativa. De hecho, desde un punto de vista histórico, casi podemos considerar que se asemeja mucho a lo que ocurrió, durante mucho tiempo, con nuestro ciclismo de competición, que vivió muy aislado de Europa. Apenas unos pioneros se atrevieron a viajar a las grandes carreras, haciéndolo casi siempre con medios precarios. La Vuelta a España tardó mucho en aparecer y en consolidarse. Incluso nuestros fabricantes de bicicletas empezaron su producción mucho más tarde que los de nuestros vecinos del norte, y con unos niveles de calidad inicial francamente pobres. Así pues, puestos a disfrazarnos de antiguos, quizás en esto, el ciclismo retro español interpreta con cierta fidelidad su pasado.

A partir de aquí, para intentar centrar el tema y para darle cierto cariz de análisis (insisto, cualitativo, por lo tanto con ciertas dosis de subjetividad, aunque encuadrado dentro del estilo de investigación participante, estrategia que determinados asuntos se convierte en muy interesante) voy a plantear mis reflexiones ordenadas en formato muy manido en esto del análisis cualitativo: un DAFO: debilidades, amenazas, fortalezas y oportunidades. Aunque variando su orden de planteamiento por DFAO.

DEBILIDADES:

  • El formato actual de propuestas resulta muy uniforme. Casi todas consisten en una marcha cicloturista habitual, solo que corta y muy fácil, en la que prima el encuentro entre los participantes, que ruedan poco, se avituallan mucho, se retratan bastante, lo difunden más y presumen de máquinas y vestimentas (con muy amplia diversidad de acierto). Aunque algunos innovan más en sus propuestas, la tendencia está muy estandarizada, variando apenas por el escenario geográfico. Es más, hay eventos que ni siquiera en eso evolucionan, repitiendo el mismo una y otra vez. Haber hay quien plantea cosas distintas (la Mariano Catalán, con su nocturnidad es un buen ejemplo, la Boletus con su recogida de setas, otras que integran un desplazamiento en ferrocarril de época, etc.) pero son las menos, y algunos pequeños conatos de novedades añadidas, son de agradecer, pero quizás estén siendo demasiado “tímidos”.
  • En cuanto al siempre importante asunto de la participación, una mirada fría y aséptica, sin influencia de intereses o afectos, sugiere que el comportamiento de la “sociedad retrociclista nacional”, no está tan del todo saneado como aparenta. Hay  algunas evidentes camarillas y clanes, que ocasionalmente acaban manifestándose en forma de mucha asistencia y promoción de las citas de sus amigos (propaganda encauzada de forma extra-oficial). En este sentido es fácil percatarse como algunos aficionados se vuelven especialmente activos (en las redes sociales) cuando “su” evento se acerca, y casi desparecen ante el resto de propuestas. Afortunadamente nada de ello llega a contaminar un ambiente que realmente es bueno y simpático. También la participación, aunque esto es algo bastante lógico, se ve muy influenciada por la respuesta local. De forma que existe un porcentaje de aficionados que asisten a todas, muchas, bastantes o algunas citas, mientras que en cada evento hay otro importante porcentaje de ciclistas que únicamente practican pedaleo retro en su localidad, comarca o provincia.
  • El impacto mediático que actualmente han alcanzado las actividades clásicas es francamente pobre si lo comparamos con el que logran muchas propuestas de carretera, BTT e incluso bastantes de los miles “días de la bici” que anualmente celebran los municipios españoles. De hecho, podemos afirmar que  “El ciclismo”, en realidad, apenas sabe de su existencia. Para comprobarlo no hay más que preguntar a todo ciclista de carretera o BTT que uno se encuentre en ruta, en el trabajo, etc.
  • De la noche a la mañana se ha producido una vertiginosa e irracional escalada de precios en el material: bicicletas, recambios y ropa. El proceso creo que combina tres factores que cuando se han reunido han generado consecuencias letales: primero, surge la iniciativa y se pone (un poco) de moda; segundo, entre los aficionados aparecen unos cuantos ansiosos, que pretenden acelerar una fiebre acaparadora de material, como si éste fuera a desaparecer. Tercero, ajenos a la afición, pero conocedores del mundillo de las liquidaciones, compra-venta, etc. surgen los especuladores, los cuales transforman el mencionado ansía, en un constante crecimiento de los precios.
  • Sufrimos una cerril cultura de “marcha”, que se distingue por prestar oídos y regalar visibilidad exclusivamente a las propuestas “oficiales”. Entendiendo por “oficiales” aquellas que son de pago o inscripción. Simultáneamente se ignoran ¡y silencian! las quedadas y otro tipo de propuestas que fortalecen el nicho. Lo que se consigue con esta forma de proceder, es minar la voluntariedad entre aficionados y fomentar y ayudar al negocio. Es algo que no me acaba de entrar en la cabeza, que los propios aficionados se ignoren, desatiendan o silencien entre sí, y le hagan el juego a los organizadores con ánimo (pequeño o grande) de lucro.

FORTALEZAS:

  • Hay muy buen talante entre la aún relativamente reducida comunidad de practicantes del ciclismo retro. Pese a lo comentado sobre la “preferencia emocional manifiesta” que algunos ciclistas practican sobre “sus” eventos, el ambiente es totalmente lúdico, la gente se ha ido conociendo en seguida, y quién desembarca actualmente en este escenario, pronto se ve integrado en sus redes de comunicación virtual y/o presencial. Como se suele expresar: goza de una atmósfera muy sana.
  • Se ha producido un gran crecimiento del “segmento” en poco tiempo. Tanto de número eventos como de participantes (aunque hay que estar atentos a cómo están evolucionando últimamente los datos de los segundos). En todo caso, aún siendo pequeña, la corriente del ciclismo retro existe como tal en nuestro país. Ya ha tomado cuerpo. Y de hecho, si no fuese así no estaríamos escribiendo o leyendo sobre ello.
  • Es un fenómeno que está de moda. Incluso más allá de la órbita de organizadores y participantes en eventos. Está presente en las marcas de bicicletas, componentes y accesorios, en los espacios de Internet, en las revistas, en las tiendas y talleres, en la calle, en la proliferación de coleccionistas. Y en un cada vez mayor número de personas que sin pensar siquiera, ni remotamente, en apuntarse a una marcha, han decidido recuperar, restaurar o adquirir una bicicleta clásica.
  • Tiene erradicada la competición. Algo dificilísimo de imaginar en el mundo ciclista de la carretera. Y este atributo representa todo un tesoro social, ya que evita innumerables fuentes de conflicto. Problemas que aparecen una y otra vez en el ciclismo de carretera organizado o no. Piques, trampas, consumos poco saludables, discusiones, riesgos, etc.
  • Engancha. Y ello es así porque lo “vintage” (en general) es un factor de atracción para varias de las generaciones actuales (veteranos nostálgicos y jóvenes buscando tradiciones), así como para el momento cultural presente. Es asequible económicamente, también lo es físicamente. Ofrece un ambiente desenfadado y objetivos de diversión. Favorece el juego (lo lúdico), el coleccionismo, la cultura asociada a la actividad, etc.
  • Dispone de muchos recursos en los que apoyarse o con los que tomar cuerpo: históricos, informativos, sobre personajes (corredores, artesanos, constructores, etc.), sobre lugares (puertos, rutas clásicas…), etc. de dónde tirar para aderezar las propuestas.
  • Y además, por lo general, puede depender menos de las actuales limitaciones que Tráfico impone a los eventos de ciclismo de carretera puro contemporáneo. Aunque esto va ligado a la zona en cuestión, y al planteamiento de la actividad.

AMENAZAS:

  • Una reciente y sutil tendencia que puede acabar ahuyentando a una parte significativa de los asistentes a algunos eventos de ciclismo retro tiene que ver con la adopción de del modelo federado. Gran parte de los aficionados vivimos ajenos a la federación de ciclismo. No necesitamos federarnos porque nunca competimos en sus pruebas, no acudimos a marchas ciclodeportivas y practicamos un ciclismo de salud, viaje u ocio, cuyo riesgo de accidente o lesión está cubierto por otras diferentes vías (Seguridad Social, seguros de hogar, etc. según los casos). Ante la cuestión de la seguridad, y conscientes de la realidad comentada (que muchos potenciales usuarios no están federados), los organizadores optan por dos vías: contratar un seguro específico para la ocasión, o acogerse al sistema de “licencia federativa de día”. Los primeros (imagino) repercuten el gasto en las inscripciones de todos, lo cual, aunque no parece justo, acaba (si no son abusones, que en general no lo parecen) dando la impresión de que no se paga por ello. En cuanto a las licencias de día, el asunto de los precios se está volviendo de lo más escabroso y, francamente, abusivo. Parece que la variedad existente de las tarifas depende de la geografía, de qué federación territorial se trate. Los precios rondan los 7-8 € por participante, que, sinceramente, para cubrir una única jornada, me parece caro (asumible, pero incoherente con respecto al precio de la licencia anual). Pero parece que el interés lucrativo de las federaciones en este concepto está empezando a despertarse, pues recientemente he encontrado un caso en el que la tarifa ascendía a ¡13 €! lo cual me parece un auténtico disparate. Asegurar a una familia con dos descendientes que les apetezca el plan de la excursión ciclista antigua saldría por 52€ (además de las inscripciones). Ándense con ojo señores federativos y organizadores, que por aquí podría irse produciendo una importante fuga de potenciales participantes.
  • Que la mayoría de las propuestas se parecen demasiado entre sí, lo cual puede provocar que el modelo se agote, algo que quizás ya esté empezando a ocurrir. Marchas cicloturistas convencionales hay a cientos en nuestro país. Algunas nacen con gran ambición, pero son pocas las que se mantienen con alto nivel de impacto, haciendo que muchas otras languidezcan o acaben desapareciendo. La proliferación sin más, de eventos retro que replican el formato convencional de marchas cicloturistas, puede hacer que se repita la evolución del cicloturismo, con exceso de eventos anodinos y un mínimo número de citas de gran éxito convertidas en negocios multitudinarios puntuales (Quebrantahuesos = Eroica). Si no hay variedad, sorpresas o nuevas experiencias, tarde o temprano llega el aburrimiento. A algunos nos pasa antes y a otros más tarde, pero salvo en casos muy puntuales, lo normal es que siempre acabe llegando.
  • Eventualmente se ha percibido cierta actitud de rivalidad entre algunos organizadores y su cercano círculo de acólitos (¿recuerdan las camarillas?). El staff lucha en el campo de batalla del calendario y la publicidad, mientras los allegados lo hacen en los corrillos y, cada vez más, en las redes sociales, atentos a sepultar referencias ajenas con rápidas actualizaciones de información (cambios de timón del hilo conductor). Competencia en vez de cooperación entre organizadores. Ejemplos ha habido varios: coincidencia de fechas de celebración, boicots informales, rumorología mal intencionada, etc. En esto de la estrategia del mercado (en general), podemos señalar, de una manera simple, que coexisten dos tendencias habituales: la de aquellos que consideran al resto de proveedores como enemigos a los que conviene aniquilar, y la de quienes piensan que una proliferación equilibrada de oferta puede favorecer a todos aquellos que la componen, mediante el fortalecimiento de la tendencia, el crecimiento del segmento, etc. La amenaza está ahí, y por el momento, han sido ya numerosas las ocasiones en las que el aficionado, además de tener que recitar el “pito, pito, gorgorito, dónde vas tú tan bonito…” para elegir la bicicleta y el maillot, lo ha tenido que volver a entonar para decidir a cuál de las marchas programadas para el mismo día acudir.
  • Puede pasar de moda. ¡Sí! Si empezamos a descontar “hipsters” de actitud juvenil pasajera, veteranos muy mayores que algún día dejen de pedalear, practicantes que se cansen del “juego”, “satélites” que van cambiando de afición por diferentes motivos, personas que esperaban más de ello y acaban confirmando que no les llena tanto como inicialmente pensaban, etc. ¿Quién quedará?.
  • La omnipresencia de l’Eroica (como franquicia multinacional), con su tremenda capacidad de absorción-deslumbramiento, es en sí una amenaza y una oportunidad. Oportunidad porque da a conocer el segmento y lo presenta con gran vistosidad y atractivo. De hecho, tiene el mérito de haber sido el germen de esta tendencia, algo que debemos agradecer de forma sincera. Sin embargo, simultáneamente su carácter cada vez más global, parce estar teniendo un efecto de iluminación mediática y sociológica tal, que no deja ver lo demás. Esta situación no afecta demasiado a los aficionados ya iniciados en el mundo retro, pero si actúa de forma rotunda entre aquellas personas que desconocen el mundo del ciclismo retro, permaneciendo la mayoría de ellas ignorantes con respecto a la existencia de mucha actividad interesante, cercana y accesible, más allá de l’Eroica.

OPORTUNIDADES:

  • Que las personas que se aventuren a convocar actividades planteen una mayor diversidad de formatos: longitudes y durezas variadas (puertos), posibilidad de varios sectores, inclusión de complementos culturales, diversidad de duraciones (de fin de semana, gran formato…), modelos (itinerante…), etc. Que resulten atractivos y eviten un posible “queme” de la moda actual.
  • Creación de un circuito nacional con verdadero sentido y atractivo, que fortalezca y desarrolle esta cultura. La idea no es nueva, ni mucho menos. Sin embargo, los conatos anteriores adolecían de un sentido supra-evento que diera interés a la propuesta. El Giro de Epoca italiano no me parece, de hecho, un buen ejemplo. Lo que surja, si alguna vez llega a materializarse, debe incorporar algunas claves fundamentales que aún no he visto planteadas en ningún modelo. No es este el momento de exponerlas, pero plantear una supra-propuesta basada en una rica y variada colección de eventos singulares es fácil y podría favorecer mucho el desarrollo de todo el sector y de cada uno de sus agentes. Pero eso sí, con ligamentos que le den cuerpo al proyecto.
  • Que surja y desarrolle cierto emprendimiento paralelo (que en alguna medida ya ha comenzado, pero puede mejorar): tiendas, talleres, servicios, editoriales, eventos culturales especializados, ferias, proveedores, cultura corporativa de las marcas actuales, etc. Todo ello con un enfoque específico al ciclismo retro. Algunos de estos campos ya se han iniciado, pero otros aún no (por ejemplo el que los fabricantes de bicicletas con un pasado digno de recuerdo, incluyan el repaso de su pasado como parte complementaria de su imagen de marca actual). Un crecimiento significativo de todas estas áreas complementarias siempre enriquecen la tendencia, la fortalecen y generan atractivo para anclar y fidelizar a los practicantes.
  • Que se aprovechen las posibilidades de diversificación especializada dentro del ciclismo retro (es algo que por ejemplo en Italia ya ha comenzado con algunos sub-tipos): pioneras, populares, carretera, BTT, … todo ello retro.
  • Que aún se puede sacar muchísimo partido (casi infinito) a los recursos históricos: personajes (corredores, cronistas, organizadores…), carreras o gestas, fabricantes, etc. Quedarse en las cuatro referencias de siempre sería desperdiciar la riqueza de la historia de la bicicleta.
  • Aprovechar el filón internacional: por un lado el ciclismo retro es un fenómeno de moda en el mundo (especialmente en Europa y en otros países del ámbito anglosajón), y por otro lado España es uno de los destinos más deseados internacionalmente. Sería importante conseguir difundir el mensaje de integrar el viajar a España, con la imagen del Ciclismo Español (de ahora y de siempre, que es fuerte), y con lo retro. Por el momento, a los aficionados europeos apenas les ha llegado información de la existencia de oferta nacional.

Análisis como este habría tantos tan diferentes como personas se pusieran a redactar uno. Habrá quién esté de acuerdo en mucho, en algo, en poco o en nada. Algunas afirmaciones tienen un carácter más subjetivo, aunque otras, tras cinco años de práctica, creo que son indiscutibles. Puede que haya a quien le moleste alguna apreciación, mal asunto, pido perdón de antemano, pero por un lado no señalo a nadie, y por el otro, si alguien se ve reflejado en algo que no le gusta, significa que quizá se esté dando por aludido ¿entonces, cuál es la solución de la cuestión, callarse? No pretendo sembrar polémica, ni mucho menos. Las debilidades y amenazas se plantean para advertir, para hacer autocrítica del “segmento”, y así prevenirlo para que dure más. Las fortalezas y oportunidades sugieren opciones de mejora para que todos salgamos beneficiados. En realidad, si hacemos cuentas de todo junto, la visión final de la actualidad es muy positiva, hay bastante actividad y la gente se lo pasa muy bien con todo esto. Pero también nos pasaba eso con las modas del yo-yo, las canicas, los monopatines, las chapas, etc. en el colegio. Nos divertían muchísimo. Hasta que pasaba la fiebre y lo volvíamos a olvidar. Confío en que el ciclismo retro no se vea aquejado de un síndrome similar.

Septiembre llega a su fin, y prácticamente mi temporada. El repertorio del mes ha resultado variado: con una modestísima quedada, una marcha “reglada” y una aventura ciclo-histórica francamente singular. No ha estado mal. Haber ha habido más citas, unas cuantas además, y aún quedan algunas otras para acabar la temporada. Pero no se puede estar en todas partes. Mi deseo de despedida es que todos disfruten allá donde pedaleen.


[1] RUIZ-OLALLA, FJ: “Mensajeros, correos y bicicletas. Carrera de estafetas ciclistas Valladolid-Madrid (23 septiembre 1894). La Biciteca. Salamanca, 2017.

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