La convocatoria soriana es siempre una excelente oportunidad para reencontrarse uno con la esencia del ciclismo retro. No falla. Es una cita poco alejada de nuestra tierra, tremendamente amable y en esta ocasión, la primera prueba de marchas retro de mi segunda temporada. Pese a que soy poco dado a repetir eventos (naturaleza inquieta que a uno le caracteriza), regresar a Abejar para tomar parte en La Histórica, por segunda vez, ha sido todo un acierto.
Si bien nuestra idea inicial había sido la de ir a pasar el
fin de semana completo a tierras sorianas, un par de compromisos nos hicieron
cambiar de planes y reducir el viaje a una única noche fuera de casa, la del
sábado. Sin embargo eso no sólo no desmereció en absoluto la fantástica
percepción de fin de semana, desconexión y viaje, sino que nos obliga a
mantener una deuda permanente con la sierra soriana que esperemos nos haga
regresar a no mucho tardar (sigo empeñando en hacer cumbre en el Pico Urbión).
Lo gracioso del caso y del cambio de planes es que nos permitió, el sábado por
la mañana, asistir a una larga sesión de clase-entrenamiento de una actividad
que si que resulta retro en sí misma: la esgrima. Por esos caprichos de la
biografía personal, hace treinta años tuve la fortuna de iniciarme en tan
peculiar y casi ancestral deporte (en la fina y elegante modalidad del
florete). Me encantó. Quizá esa especie de gen o tara que me aqueja y se me
manifiesta en un evidente apego a lo antiguo ya había empezado a germinar en mi
personalidad. Pero, por razones obvias de ausencia de posibilidades y
oportunidades para su práctica, apenas había vuelto a tener ocasión de tirar
esgrima hasta hace muy poquito. Ahora ha sido con sable, lo cual implica
variaciones técnicas notables y nuevos procesos de automatización gestual, pero
lo principal permanece y el entretenimiento y disfrute pudieron regresar de
nuevo. Total que después de andar cruzando los aceros, esquivando estocadas y
filos, saludando con protocolo al contrincante y emulando los arriesgados
comportamientos sociales de los caballeros (y marrulleros) de antaño. El
montarse en una bicicleta clásica rodeado de forofos de los cuadros de hierro,
casi se nos ha antojado como una modernidad.
En definitiva, que a la postre nuestro viaje empezó después
de comer, a través de una ruta en la que apenas circulamos unos 12 kilómetros
de autovía. ¡Cómo cambia la vida! Y con ella los anhelos y preferencias que uno
tiene. Toda la edad adulta suspirando por vías rápidas que unieran nuestra
siempre ninguneada (especialmente en materia de comunicaciones) región de
Cantabria por parte de los sucesivos gobiernos centrales. Y a día de hoy,
prefiero que no avancemos en dicha cuestión, que las carreteras reviradas,
trabajosas, aéreas y enrevesadas nos sirvan en cierta medida de barrera
psicológica disuasoria para evitar una afluencia de visitantes excesiva,
insostenible y arrasadora. Por favor, que no se me interprete mal, bienvenidos
sean los visitantes, todos ellos por supuesto, pero de pocos en pocos por favor,
de manera que los podamos atender como se merecen, sin que se convierta aquello
en un destino de ocio y turismo industrializado. En cuanto a las ventajas de
las vías rápidas… pues será que me estoy haciendo viejo, pero el caso es que
viajo mucho más entretenido conduciendo por las carreteras convencionales,
especialmente si éstas discurren por parajes naturales y atravesando muy pocas
poblaciones. Trato además de hacerlo sin prisas innecesarias ni estrés. Mi
desempeño laboral no tiene nada que ver con los grandes desplazamientos por
carretera y ninguna rutina de fin de semana me obliga a tener que repetir,
semana tras semana o periodo vacacional tras periodo vacacional, una misma ruta
en la que finalmente quieras que el trago pase lo más rápidamente posible.
Total que viajar a Soria desde casa, por bonitas carreteras, sin apenas tráfico
y sin prisa, en cierto modo se convierte en un componente más del
entretenimiento. Más a la vuelta, gracias a que el sol nos dejó ver las
conocidas, aunque nunca aburridas, estampas paisajísticas; mientras que a la
ida alternamos chaparrones con algunos claros ilusionantes.
Al igual que el año anterior nos alojamos en el Hotel Puerta
Pinares. Y como en aquella ocasión el trato de su personal y las facilidades
dadas fueron inmejorables. Es más, la cuestión requiere una breve reflexión. Como
en tantos otros asuntos de la vida, la mayor parte de empresas proveedoras de
servicios han ido ganando terreno con respecto a los usuarios, en el sentido de
que son ellas las que marcan las costumbres de uso de los servicios (sistemas
contadores eléctricos cambiados unilateralmente, obligatoriedad de contraer un
contrato con alguna entidad bancaria privada para poder cobrar el sueldo,
caprichos de la moda…). En el caso de la hostelería por ejemplo es norma
universal el que las habitaciones se desalojen antes de las 12 de la mañana,
independientemente de a qué hora las tomas coma usuario. Vamos, que los
horarios de disfrute no dependen de los planes de viaje y actividad de los
clientes, sino de la norma establecida por el gremio. Precisamente eso es algo
que infinidad de veces supone un importante desajuste para los viajeros con
intenciones deportivas (acudir a eventos deportivos lejanos). Pues en este
caso, al hotel del que estoy hablando, hay que reconocerle y alabarle la
postura de flexibilidad y adaptación, que nos ha permitido poder disfrutar con
tranquilidad del evento deportivo y poder igualmente hacer uso del alojamiento
para recoger y adecentarnos como es debido. Aprovechamos una vez más para
darles las gracias desde aquí.
A Abejar llegamos a media tarde y nada más instalarnos
caminamos hasta el pabellón para disfrutar del ambientillo previo, recoger los
dorsales y curiosear por los puestos de venta de bicicletas usadas, piezas y
complementos de ciclismo vintage. La barra con cañero nos pareció un
complemento acertado del que hicimos uso, mientras ya nos fuimos encontrando
con algunos de nuestros amigos y conocidos habituales. Si hay un valor que
cuando empecé con esta afición por el ciclismo antiguo estaba ausente, pero que
ha ido creciendo evento a evento, es el de permitir mantener en el tiempo, de
forma moderada pero permanente, algunas relaciones de amistad que surgieron
como consecuencia de estas pruebas y que perduran casi exclusivamente gracias a
ellas. Por allí estaban Pedro e Isabel con toda su familia soriana, a la que
fuimos saludando. Mari y Lucas, a quienes tampoco veíamos desde el pasado
octubre en l’Eroica. Y por supuesto Roberto, con su simpática y optimista
presencia de siempre, su actitud positiva y cercana. El “heroico” grupo de la
pasada Eroica reunido al completo.
Roberto, un servidor, Lucas, Javier y Pedro.
Al recoger el dorsal, de lo primero que te das cuenta es de
que la generosidad de la organización del evento sigue vigente. La bolsa de regalos
pesa. Camiseta, varios productos gastronómicos de la tierra, una botella de
tinto de Ribera, etc. Así que una vez más, además de ofrecer una prueba bonita,
divertida y bien organizada, nos darán de comer a la llegada y nos hacen
regalos de verdad de bienvenida, “chapeau”. De regreso al hotel algunos
encuentros con lectores anónimos del blog, que nos reconocen y saludan. Eso me
hace una ilusión especial, porque puedo poner cara y humanidad presencial a las
estadísticas de visitas. Escribir me gusta, más aún poder generar cosas sobre
las que escribir, claro está, pero cuando te encuentras con gente que se ha
tomado tiempo suficiente para leer tus textos, te sientes orgulloso y un
poquito realizado. Así que muchas gracias desde aquí a quienes me habéis dicho
algo al respecto, seguiré en la brecha. También saludamos a caras conocidas del
año pasado o de otras citas del calendario retro, antes de dejar los presentes
en la habitación y de organizar un poco el equipaje (el tándem ya había sido
descargado, puesto en orden de marcha y guardado, antes que nada).
De vuelta al centro del pueblo, caminando siempre entre sus
calles tranquilas de fachadas de piedra y sólidas construcciones sencillas
preparadas para resistir los diferentes rigores de cada estación del año,
podíamos ver algún que otro preparativo. En un garaje particular acababan de
poner a punto una flamante Zeleris roja que estaba como nueva. Me acordé de la
de mi incansable amigo Jesús, la cual funciona a la perfección pero muestra a
las claras su edad (desde una óptica puramente estética). Txema Santisteban me
puso al día de su bicicleta, una Bianchi de principios del Siglo XX que le
compró a un casual compañero de ruta en l’Eroica al acabar el recorrido y que
él ha ido mejorando durante el invierno. La bicicleta es preciosa y con
detalles muy interesantes (freno delantero por rozamiento con la cubierta,
llantas de madera, y piñón de tres coronas sin cambio, con un sistema para no perder
demasiado tiempo cuando decides parar y utilizar otra corona, por ejemplo al
pié de una verdadera cordillera). Por si fuera poco, todo el cuadro en un
azulado tono “Bianchi”. Enhorabuena, en esta reunión esa bici ha sido la que
más admiración me ha provocado, sin que por otra parte el atuendo le fuera a la
zaga en idoneidad.
Txema Santiesteban con su Bianchi
Entretanto apareció mi amigo Enrique Aja con su “yerno”
Juan. Nos saludamos y mantuvimos un buen rato de conversación. Con Enrique la
tertulia está asegurada en cualquier momento y lugar. Lo mejor fue la primicia
de que el 14 de septiembre, en Solares (Cantabria), se celebrará la primera
marcha retro oficial de nuestra región, organizada por él. En esto de los
eventos cicloturistas tiene mucha experiencia, así que estoy seguro de que será
un éxito. Algo se está moviendo en la atmósfera del ciclismo añejo, porque ya
se empiezan a escuchar rumores de posibles citas en Zalla y Asturias. Me alegro
mucho, al final como no se coordinen los promotores tendremos hasta coincidencias
de fechas, pero como la cosa cuaje en el Cantábrico, creo que el crecimiento
del fenómeno va a ser exponencial, porque pocos territorios han mostrado tanta
actividad ciclista deportiva a lo largo de toda la historia del ciclismo, como
por aquellas lluviosas y montañosas tierras.
Con Enrique Aja (sus gafas son históricas, la primera irrupción de
Oakley en el Tour de Francia, de la mano de Greg Lemond).
Para cenar nos sumamos a la económica sugerencia de la “hamburguesada”
popular. Cañas y hamburguesas reuniendo de nuevo a los anteriormente citados
“heroicos”, y muchísima conversación. Tantos meses sin vernos da para mucho.
Proyectada sobre la pared del frontón la película “La bici de Ghislain Lambert”
intentaba con poco éxito reclamar nuestra atención. No nos engañemos, la cinta
lo merece, es una entretenimiento ideal para disfrutar en casa, porque además
de su cómico ritmo, refleja fantásticamente bien la época del ciclismo de los
años 60-70, sin embargo, ante una compañía tan esperada y tan pocas veces
disfrutada, lo primero es lo primero y la sociabilidad humana, supera,
afortunadamente, al ocio pasivo de pantalla (¿podrán decir esto en el futuro
nuestros descendientes?). Pero si alguien aún no la ha visto, que se busque la
vida porque respecto a nuestra común afición, es un peliculón. La conversación
fluía con todo tipo de temas, mientras desde el fondo el bullicio cada vez más
festivo y exaltado del nutrido grupos de Aranda se hacía más y más patente. Esa
gente sí que monta una participación colectiva jovial y juerguista noche y día,
saludos desde la reposada mirada de los de la generación de Perico y compañía,
aquellos que nos criamos siguiendo en la prensa a Fuente y Ocaña, da gusto ver
que este tipo de “movidas” cuaja entre la gente joven.
Myriam y yo nos retiramos a una hora prudencial, tras una
semana bastante cargada de asuntos laborales, familiares y de otras índoles. Y
aunque al día siguiente el madrugón probablemente no podría calificarse como
tal, a nosotros nos lo pareció, prueba de que el reposo nos hacía falta. En el
hotel volvimos a tener el siempre agradable aunque fugaz encuentro y saludo
anual con José Joel Lusson, a ver si en al futuro nos tomamos el tiempo
suficiente para tomarnos un café o un vino y poder así cambiar impresiones. Un
buen desayuno variado y completo para compensar la desequilibrada dieta
nocturna y a los sillines camino del pabellón. La mañana estaba fresquita pero
prometía una jornada seca y de sol. ¡Genial! Porque las previsiones se habían
mostrado bastante inciertas hasta ese día.
En la plaza la gente iba llegando con sus monturas y sus
indumentarias. Mucha alegría, simpatía, ganas de pasarlo bien y colorido. Un
infatigable acordeón que todavía resuena en mi cabeza cada vez que cierro los
ojos (como cuando de pequeño salías del cine tras ver una película impactante),
animaba la mañana dando ritmo y cobertura sonora al colorido ambiente cada vez
más nutrido. Los elegantes descapotables y un impecable 600 posaban orgullosos
dispuestos a darnos cobertura, en especial el 4L del mecánico, quién con un
humor y paciencia incuestionables supo soportar una jornada bastante laboriosa
por cierto. Y una modesta Vespa 200 cargada hasta la saciedad de diferentes
líquidos reconstituyentes reposaba también discretamente, quizá concentrándose
en lo que la esperaba de recorrido. Las fotos se cruzaban, los saludos se
repartían sin tacañería, y las bicicletas iban gozando de la alabanza muchas
veces silenciosa de los numerosos admiradores que allí nos íbamos concentrando.
Re-encuentro con los conocidos de la víspera y saludos a los recién llegados.
Como siempre Tomás ¡faltaría más! Pedro Zelaya, más lectores eventuales,
personajes del año anterior y… una demoledora ausencia, Mari y Lucas habían
tenido que ausentarse a causa de una repentina y desagradable situación que a
todos sus amigos nos ensombreció bastante la jornada. Nuestros renovados ánimos
desde aquí, y deseando encontrarnos de nuevo cuanto antes.
Una vez sellado el carnet de ruta, todos nos fuimos
colocando bajo el arco de salida, y con ganas y sin prisa fuimos saliendo
agrupados por las calles de Abejar rumbo al oeste. El recorrido era el mismo
que el año anterior, aunque con un importante cambio, pues un largo e
importante tramo de carretera bacheada y pistas sin asfaltar ha sido recién
pavimentado, convirtiendo su paso en un placentero paseo de turismo natural
entre pinares de relieve cambiante. Una gozada para los sentidos y para el
alma. El ambiente era festivo, el talante colectivo divertido y las paradas de
reagrupamiento las justas y creo que más breves que el año anterior (mejor).
Muy buena proporción de gente joven, lo cual me alegra, teniendo en cuenta que
la experiencia trata de recuperar las máquinas, estética, espíritu, leyendas y
personajes de una época deportivo-cultural obsoleta. La proporción femenina,
como ocurre con cualquier evento ciclista presente o pasado (salvo los “tweed
rides”), minoritaria. En cierto momento las chicas se animaron a posar todas
juntas y ahí se vio que realmente no eran demasiadas, aunque su personalidad,
aderezo y simpatía hicieran que durante la ruta parecieran ser muchas más.
En el agradable rincón de Muriel Viejo sellamos nuestra
tarjeta por segunda vez. El tramo siguiente es precioso, allí el grupo se
estira hasta romperse y se puede rodar más espaciado, algo que se hace
necesario porque la carretera, además de algo sinuosa y con perfil muy
cambiante, tiene un firme que requiere cierto tacto y precaución, especialmente
con un parque móvil de bicicletas cuya efectividad de funcionamiento es muy
diferente a la de la actualidad. Lamentablemente, en una curva cerrada y en
descenso, un participante acabó enredado en alambre de espino en un talud por
debajo de la carretera. Todos lamentamos el hecho, entonces, durante el resto
del día y aún hoy. Afortunadamente, pese a las magulladuras, heridas y un
hombro dislocado, nuestro compañero de ruta se mantuvo fuera de mayores
peligros, según posteriormente nos informaron los organizadores. ¡Ánimo! Y
hasta otra próxima ocasión, nos puede pasar a cualquiera.
En el tándem rodábamos a gusto, el artefacto siempre llama
la atención y se encarga de que socialicemos más de lo habitual porque el resto
de la gente siempre se siente animado a comentarte algo cuando pasas a su lado,
eres adelantado o compartes algunos kilómetros. Lo normal es que vayamos muy
lentos subiendo, con respecto a los demás, bastante rápido en los tramos rectos
en descenso (algo inevitable si no quieres acabar con las zapatas en dos días),
con extremadas precauciones en las curvas y muy favorecidos en el llano o
contra el viento. No es cosa nuestra, son las leyes de la física las que
imponen tal comportamiento. Bastantes nos recordaban del año anterior, es fácil
acordarse de lo que resulta menos habitual. Salvo una salida de la cadena en
Calatañazor, el comportamiento de la fiel máquina que nos acompaña desde hace
ya más de dos décadas fue perfecto, sin averías, ni pinchazos, ruidos o
disfunciones. En un momento dado un manillar desconocido irrumpió
inesperadamente entre los aros del mío, y el conjunto de los tres ciclistas (ya
multitud) acabamos en el suelo. Teniendo en cuenta que eso sucedió llegando al
reagrupamiento de Calatañazor (cuesta arriba y a punto de detenernos), no pasó
nada. A mí hasta me dio tiempo de bajarme en marcha, Myriam cayó de lado
haciéndose un simple moratón y el joven ciclista del contacto parece que sólo
se llevó el susto y un sincero pesar de culpabilidad del que espero fuera capaz
de deshacerse enseguida. Respecto a la bicicleta, unos rasguños en la cinta del
manillar del copiloto (heridas de guerra). Por lo demás, la bici del joven era
preciosa, creo recordar que una Zeus roja flamante, como de estreno. Espero que
pueda darle mucha vida, ya que la bicicleta lo merece.
Acercándonos a Calatañazor.
Tras remontar el “pavés medieval” de la afamada localidad
que tuvo el mérito de seducir al mismísimo Orson Welles hasta que hizo de ella
el decorado real de algunas escenas de su película “Campanadas a medianoche”,
allí nos esperaba el clásico avituallamiento soriano a base de chorizo frito, torreznos
y vino o cerveza a elegir, dieta que por su evidente contenido en grasas
resultaría más propia para esfuerzos aeróbicos de larga duración que los
aeróbicos de duraciones medias o algo más cortas. Aunque eso, en realidad,
metidos en faena, con hambre y ganas de comer… ¿a quién le importa? Máxime
cuando 60 km para algunos supone duración tirando a breve, mientras que para
otros un reto de resistencia casi eterno ¿o no?. Por si a alguno le pareciera
poco, el ofrecimiento final de una especie de contundente pastel energético,
garantizaba que por falta de “fuel” no iba a quedar la cosa para poder regresar
a Abejar. Por supuesto que en estas y otras paradas los acompañantes que
viajaban en vehículos a motor (especialmente en el autobús) se nos unían al
palique, así que allí conocí a un reciente ciclista retro de Donosti y a su
mujer Isabel, con quienes entablamos una interesante conversación que promete
ser la semilla de una más que probable amistad ciclista.
Llegando al avituallamiento.
De nuevo en marcha nos fuimos dejando caer a cola y casi en
plan de sobremesa nos colocamos a la vera de Enrique Aja y de Juan para iniciar
una divertida y entretenida tertulia que con la única interrupción del ascenso
al Collado del Sabinar, nos duró varios kilómetros hasta el momento en que la
carretera de tierra hiciera su aparición. El ascenso nos lo tomamos con calma,
poco a poco, tal y como recomendamos para cualquier pareja de tándem. Con
cadencia y paciencia fuimos remontando algunas posiciones cuyos “corredores”
lucían desarrollos claramente perversos para la época actual y a sufridos/as
ciclistas que habían tenido que echar pié a tierra ante la repentina y quizá
inesperada emboscada orográfica. Superada la dificultad nuestra tertulia se
retomó y las carcajadas se sucedieron. Conociendo a Enrique desde hace ya
muchos años, la TVE me había demostrado anteriormente que si había que poner en
fila a un pelotón él tenía capacidad, oficio y agallas para hacerlo, pero
después de esto, he corroborado que si lo que hacía falta era ralentizar a todo
un aforo sobre ruedas, tiene ingenio, personalidad y repertorio para tenerlos
entretenidos, distraídos y tranquilos a todos, los kilómetros que haga falta.
Curva de noventa grados a la derecha. Los últimos kilómetros
son sobre pista de tierra, el tándem requiere atención y ya nos disponemos a ir
a lo nuestro. El firme es llevadero, no presenta dificultades y dispone de dos
rodadas claras y suficientemente anchas aunque hay que estar atento para evitar
algunos baches y trazar con cuidado algunas curvas. Una chica que rodaba cerca
nuestro se descontroló intentando evitar un bache, acabando en la cuneta con un
mal golpe en un mal sitio. Ánimos también para ti. Poco tiempo después
reagrupamiento final en la ermita campestre y llegada colectiva a Abejar con la
ruta concluida. Era ya la hora de comer, así que aparcamos la bicicleta,
sellamos el libro de ruta y nos sentamos con una fresca caña de cerveza junto
con algunos de nuestros amigos y haciendo también un hueco para Javier (de
Valladolid) con quien en tantas citas retro y concentraciones de clásicas nos
hemos encontrado. Repusimos energías con una sabrosa paella, flan y más
contundentes dulces por si alguno se quedaba con hambre. Por supuesto un rico
café de puchero, antes de atender a la entrega de premios y al dilatado sorteo
de regalos, amenizado por el incansable acordeón.
Parte del "equipo heróico": Pedro, Roberto y nosotros.
Dado por finalizado el encuentro nos despedimos de quienes
pudimos, es lo que tienen las prisas por evitar regresar a casa demasiado tarde.
Muchos se nos quedaron sin el consabido apretón de manos, pero están en nuestra
memoria y esperamos volver a verlos, especialmente sobre ruedas, en futuras
ocasiones. Lo primero era regresar al hotel, preparar el tándem para el viaje,
instalarlo en la baca del coche, ducharnos y cargar el equipaje. En recepción,
una vez más amabilísimos… ¡volveremos!. Después acercarnos ya con el coche al
agazapado supermercado de Abejar y localizar allí a Isabel (esposa de nuestro
compañero ciclista Pedro y oriunda del pueblo), quien nos acompañó a comprar el
consiguiente bote grande de boletus deshidratadas, para poder degustarlas en
casa en alguna cenita regada con Ribera y acompañada de frescas endivias (el
queso azul o las anchoas ya las pondremos nosotros). Más despedidas y en ruta.
Fatigamos no quedamos, 60 km no suele representar un
esfuerzo ciclista excesivamente duro, especialmente si el perfil no incluye
puertos importantes. Aunque eso depende de cada cual, su estado de forma, la
bicicleta que llevara, etc. Pero de lo que estoy seguro que ninguno de los
participantes pondrá en duda, es que si hay que elegir quién fue la persona que
más ejercicio hizo y que más tiempo estuvo ahí, en la brecha, dale que te pego,
sin descanso y atento al pelotón, tanto mientras éste rodaba, como en las
paradas e incluso en los prolegómenos, tal figura no fue otra que ¡el
acordeonista! Un aplauso.
El viaje de regreso nos lo tomamos muy tranquilamente, la
bonita tarde invitaba a ello. Si el fin de semana había comenzado con un “viaje
al pasado”, a los tiempos en los que las diferencias y discrepancias de honor
se solventaban con duelos a hierro, finalizaba cruzándonos por tierras
burgalesas con un largo rosario de coches de época y vintage restaurados, seguramente procedentes de
alguna concentración. Y ya puestos, paramos a tomar un café en uno de los
lugares más añejos del itinerario de vuelta: el Balneario de Corconte, donde el
edificio, los jardines, salones, decoración y mobiliario te hacen también
volver algunas décadas atrás y pensar que has estado pedaleando con Ocaña,
Bahamontes, Pérez Francés e incluso Loroño o Berrendero.
La temporada ha comenzado para mí. En pocas semanas tengo
tres citas internacionales seguidas, en tres escenarios con gran sabor ciclista
legendario pero muy diferentes entre sí: Flandes, el Peak District y las
inmediaciones de Anjou. Dos de ellas
serán muy exigentes, en especial las temidas 100 millas (con mucho recorrido no
asfaltado) británicas. Pero todo ello serán nuevas historias de las que daré
cumplida cuenta a su debido tiempo. Mientras llegan, aprovecho
para felicitar a Alberto Faricle y a todo su equipo de colaboradores, porque en
La Histórica siempre nos hacen sentir muy a gusto. Confío en que acierten a dar
continuidad a su propio estilo.
Hola, Jose. Soy Carlos, he coincidido contigo en la Monreal y la Retrovisor, aunque apenas hemos charlado más que alguna palabra. Me encantan tus crónicas y te felicité por lo que escribiste sobre Vicente Trueba. Leyendo esto de la Histórica no dudo mucho de que acudiré, si no me surge ningún inconveniente. Un saludo,
ResponderEliminarGracias Carlos, confío en que nos volvamos a encontrar y podamos charlar más. gracias por leer el blog y me alegro que te guste. Desde luego que acertarás yendo La Histórica, porque el recorrido es muy bonito, y el ambiente inmejorable. Una buena oportunidad para ir aumentando la nómina de conocidos.
ResponderEliminarEspero poder ir para el año que viene ya que me gustaría compartir la experiencia de la que hablas, tiene que ser única, gracias José
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