Desde hace mucho tiempo tengo el
anhelo de poder organizar y dirigir un ciclo de cine deportivo. Sería de
carácter anual, entrada gratuita y dedicado, en cada edición, a una modalidad o
temática deportiva concreta. Este año estuve a punto de ponerlo en marcha. Lo
intenté por tres vías: municipal, educativa y regional. Por la tercera de
ellas, no tuve respuesta. Ni a favor ni en contra, directamente pasaron de mí “olímpicamente”.
Todo lo contrario que la concejalía de cultura de mi pueblo, que estaba por la
labor, pero me advirtió de las dificultades y el engorro de conseguir las
autorizaciones, y me pidió por favor que valorara la repercusión de audiencia,
porque sabían que les iba a salir bastante caro. Así que me centré en la vía
educativa, pensando, inocente de mí, que, considerando que iba a ser una
actividad cultural sin ánimo de lucro y enfocada directamente hacia la
comunidad educativa, la organización estaría exenta del pago de derechos de
exhibición. Pues de eso nada monada. Me tuve que estudiar la ley de protección
intelectual, la cual, por cierto, digan lo que digan los “artistas”, se quejen
de lo que quejen, presuman de lo que presuman y abanderen las ideologías que
abanderan, es, en sí misma, un acto abusivo de capitalismo exacerbado.
Especialmente, si tenemos en cuenta cómo trata cualquier intento de utilización
de bienes culturales (sobre todo audiovisuales) para fines educativos sin ánimo
de lucro en el seno de la enseñanza pública. A los “artistas” se les olvida que
parte de su formación se gestó, de forma gratuita, en el sistema educativo
(público o concertado-subvencionado). También, que han obligado a sucesivos
gobiernos a que alumnos y profesores hayamos tenido que pagar un canon para
poder utilizar CDs para grabar archivos de estudio y trabajo educativo
(escritos o diseñados por nosotros mismos), únicamente “por si acaso…”. El
atraco ha sido histórico, pero en este país, informado a base de grupos de
interés y camarillas posicionadas ante los medios, hay causas que tenemos
perdidas. Me considero un defensor a ultranza de la sanidad y la enseñanza
públicas. Pero uno de verdad, no uno de estrategia política y camiseta verde. Y
considero que la utilización de todo tipo de bien cultural para fines
claramente educativos, en nuestro país, debería ser totalmente gratuita. Me
hace gracia la hipocresía que muestran algunos “artistas” al respecto de todo
esto. He visto un ejemplo muy reciente. Cuando hace pocas semanas la televisión
pública promocionaba (en forma de noticia) la inminente nueva temporada del
“Ministerio del Tiempo” (serie que considero de bastante interés y calidad), varios
de sus creadores e intérpretes se declaraban muy orgullosos de saber que
algunos capítulos de la serie se utilizan como recursos educativos para las
clases de historia en la enseñanza secundaria. Sí, muy bonito todo, pero
resulta que eso, con la ley en la mano, es completamente ilegal.
Así que anduve varias semanas
estudiándome la ley, contactando con varias asociaciones gestoras de derechos,
con la SGAE (que cada día parece caer más bajo en cuestiones de espionaje,
rapiña, falta de transparencia y desaguisados internos de poder) a la cabeza,
para no conseguir enterarme de mucho, ya que todas las entidades contactadas me
respondían con un estilo común: “danos los datos de lo que quieres hacer (para
poderte vigilar bien) y ya te diremos lo que nos tienes que pagar”. Cuando
resulta que, pasando por caja con ellos, no has solucionado prácticamente nada
del asunto. No, porque en realidad el montante más elevado es lo que pueda
exigir la productora o la distribuidora de cada película por exhibirla (aunque
lo hagas con una copia tuya comprada legalmente). Y en esto de las productoras
me encontré de todo: las que te dan permiso sin cobrarte porque entienden el
fin, las que no te contestan o no son fáciles de identificar, una que estaba en
suspensión de pagos y no operaba, y otra que se subía a la parra para poder
proyectar una película en blanco y negro, de cine mudo, de principios de siglo.
Sin comentarios.
Otro asunto de lo más peculiar,
ilógico e inhumano es el de la caducidad de los derechos de las películas, que,
si no recuerdo mal, duran hasta 75 años después del fallecimiento del creador
(entiendo que se refiere al director). De ahí se deduce que, para el sistema
educativo, sería buena noticia que el artista se muriera lo más joven posible,
eso sí, habiendo dejado buena obra suficiente. Es alucinante parase a pensar
que, desde la perspectiva del heredero, el sistema premia la longevidad de sus
progenitores o abuelos, porque cuanto más duren, más tiempo van a poder
disfrutar de los derechos generados por sus antepasados, mientras que aquellos
que hayan tenido la mala fortuna de que sus abuelos o padres hayan fallecido
tempranamente, además de su pérdida emocional, van a ver menguados sus ingresos
en proporción temporal directa con la premura (y por tanto, la dimensión
anticipada) de la desgracia. A medida que me voy haciendo mayor, la sociedad
cada vez me deja más perplejo.
Al final, todo el aprendizaje
necesario para entender el proceso de funcionamiento y los costes aproximados
lo encontré muy claramente expuesto en la página web de una empresa gallega
dedicada a la organización de todo este tipo de cosas. Muy transparentes y
directos, algo que agradecí. La conclusión fue evidente: ¡que el den al cine!
¡que les den a mis inquietudes altruistas difusoras de cultura en el mundo
educativo! Renuncié definitivamente a organizar el ciclo. Seguiré con mi
afición a nivel personal (como hasta ahora) o en un círculo privado de
amistades.
Pero la acumulación y archivo de
contenidos ahí está, decenas de películas de temática deportiva que tengo
organizadas y con las que proyectaba ya, para empezar, una década de
programación del mencionado ciclo. ¡Qué le vamos a hacer!
Poco después de haber tomado la
decisión, y de haber frustrado una primera edición dedicada al mundo del esquí,
leyendo un artículo bastante interesante encontré una referencia a la que no me
pude resistir. Se trataba de un ensayo titulado “Cycling and Cinema”, escrito
por Bruce Bennett y publicado por Goldsmiths Press (University of London) en 2019.
No esperé prácticamente nada para encargarlo, y fue uno de esos libros que me
llegaron justo antes de la reclusión hogareña decretada ante la Coronavirus. Así
pues, lo recibí en un momento ideal para combinar la lectura y el visionado de
algunas de las muchas películas a las que hace referencia. El texto es un magnífico ensayo centrado, tal
y como su título adelanta, en el tratamiento que el cine, a lo largo de toda su
historia, ha dado a la bicicleta. Y digo bien la bicicleta, y no el ciclismo.
Advierto esto porque me consta que este blog es visitado por bastantes
aficionados al ciclismo deportivo, y el libro en cuestión, aunque incorpora el
ciclismo de competición a su temática, lo hace como parte de un todo bastante
más amplio. Por eso considero adecuado reflejar un poco por encima su índice de
contenidos. Vayamos capítulo a capítulo.
Portada del libro. (Imagen: MIT.press).
Uno. Empieza por establecer un
paralelismo sorprendentemente evidente entre la irrupción de dos nuevas
tecnologías que marcarían el inicio de una nueva era: la bicicleta y el cine.
Ambas basadas en un dinamismo de ruedas. El autor considera el momento clave de
la implantación globalizada de la bicicleta cuando ésta toma la forma
definitiva de bicicleta “de seguridad” e incorpora el neumático de aire a las
ruedas. En ambos campos de desarrollo innovador, el cine y la bicicleta, se
fusionan dos conceptos fundamentales para la época: la tecnología y el movimiento.
Todo esto, y mucho más, va tratando ese primer capítulo en el que, incluso, se
hace un guiño hacia un concepto algo primitivo, pero ya visionario, del cyborg,
resultado de la integración humano-máquina. También aborda el interesantísimo
concepto del “aceleracionismo” (pero algo tengo que ir dejando para sus
potenciales lectores). Por su puesto, todo ello, con constantes referencias
bibliográficas y, sobre todo, cinematográficas. De entre ellas, una primera
referencia histórica, un punto de partida desde el cual el autor arranca su
discurso: “La sortie de l’Usine Lumière à Lyon”. Lumière, 1895). Al parecer, la
primera aparición de bicicletas en una película.
Dos. Se trata de un capítulo más
ligero o, mejor dicho, mucho menos trascendente. Aborda el papel
cinematográfico de la bicicleta como recurso para la comedia, para el ridículo
y para el virtuosismo como fuente de espectáculo, algo que fue muy utilizado
durante la primera mitad del siglo XX.
Tres. El siguiente capítulo se
centra en la bicicleta como elemento, símbolo y testigo de las consecuencias
maduradas de la revolución industrial, convertidas en proliferación de un
tejido fabril que cubrió Europa, creando una clase social trabajadora de tipo
industrial. Aquí se abordan temas como el trabajo, la alienación, el impulso
capitalista, etc. La bicicleta puede verse convertida en bien imprescindible
para la supervivencia, o en un producto industrial en sí mismo, etc. Todo ello
se articula partiendo de “Ladrón de bicicletas” (Vittorio de Sica, 1948), pero
acaba indagando en la situación laboral y vital de los actuales mensajeros. Y
con cine, mucho cine.
Cuatro. ¡Ahora sí! Aquí llega la
competición ciclista como asunto principal. Pero esto me lo voy a saltar porque
como más adelante voy a hablar de películas concretas, especialmente de
temática “deportiva”, creo que no hará falta darle ahora muchas vueltas.
Cinco. El feminismo se convierte
en un tema propio. Y no porque recientemente parezca un asunto de obligada
inclusión para cualquier tentativa de venta, edición, salida pública, etc. Sino
porque la bicicleta y el feminismo tienen muchísimo que ver. Lo tuvieron desde
la irrupción de la bicicleta como recurso emancipador, pero también lo ha
tenido y sigue teniendo, en algunos casos concretos, como área de
discriminación evidente. El capítulo es muy interesante, y siendo mucho más
breve que algún texto estricta y concienzudamente feminista que he podido leer
hace relativamente poco, resulta bastante más sensato, esclarecedor, fresco y
convincente. Tanto es así, que he tomado nota de dos referencias bibliográficas
en las cuales, espero que, a no mucho tardar, pienso sumergirme.
Seis. La infancia y adolescencia
son un asunto inevitable para cualquier tratado relacionado con la presencia
social de las bicicletas. Lo es aquí y, como se demuestra, lo ha sido en el
cine. Salen muchas referencias, algunas reflexiones y, muy especialmente, la
presencia de las bicicletas de BMX.
Siete. El último capítulo lo
dedica al autor al futuro. El del cine, el de la bicicleta, el de su relación
mutua y el de algunas cosas más. Vuelve a repasar un poco lo anterior y ejerce
de conclusión de la lectura completa, por lo que tampoco tiene mucho sentido
tratarlo aquí.
Expuesto brevemente el contenido
de tan magnífico ensayo, llega el momento de manifestar mi personal repaso ante
la extensa oferta de películas que el texto va desplegando a través de sus
páginas. La primera conclusión a la que pude llegar es que, antes de leerlo, ya
había visto muchas de las “importantes”, lo cual, por un lado, reconfortaba un
poco mi vanidad, pero reducía el potencial yacimiento de nuevos hallazgos. Sin
embargo, me ha descubierto bastantes películas. Es cierto que voy a prescindir
del visionado de varias de ellas (por simple suposición derivada de los
comentarios que sobre ellas arroja el libro), pero me he lanzado a ver algunas
que sí se me antojaban interesantes. Por otro lado, aunque muy pocas, sí que le
han faltado algunas películas destacables. En otro orden de cosas, el autor
menciona filmes con breves apariciones de bicicleta si las considera muy
significativas, ya sea por su potencia simbólica o por otra causa. Y aunque
coincido con él en la importancia y valor que otorga a algunas cintas, no
comparto el casi inapreciable tratamiento al que somete a otras que para mí son
piezas casi maestras del ¿género?. Pero eso es bueno, encontrar un trabajo que,
aportándote mucho y alcanzando un nivel de calidad elevado, no coincida con tu
parecer en unos cuantos aspectos. Eso sirve para avanzar y enriquecerse, lo
contrario fomenta el sectarismo.
Y hasta aquí el asunto del libro.
A partir de ahora, cine y ciclismo desde mi punto de vista. Y digo bien, cine y
ciclismo, porque voy a sesgar el contenido (preferentemente) hacia el ciclismo
deportivo. Y empiezo disparando la primera en la frente, poniendo encima de la
mesa el trío de mis películas de ciclismo favoritas: “La bici de Ghislain
Lambert”, “Breaking Away” y “El prado de las estrellas”.
“La bici de Ghislain Lambert”.
Philippe Harel (2001). Se trata de una película franco-belga muy al estilo del
cine francés independiente actual, por el que personalmente siento gran
devoción. Aparte de eso, la considero, sin ninguna duda, como la película de
referencia para cualquier ciclista “retro”. Es un largometraje que, además de
resultar muy divertido, refleja perfectamente el ciclismo de carretera de los
años 60-70. Y lo hace con profusión de imágenes de acción ciclista y con un
atrezzo y ambientación irreprochables.
Fotograma de la película. (Imagen: sospechososcinefagos).
“Breaking Away”. Peter Yates (1979).
Aun tratándose de una historia juvenil, o de transición adolescente hacia la
edad adulta, esta película de aspecto independiente sabe dar con muchas de las
pistas clave que caracterizan a todo verdadero “friki” del ciclismo de
carretera “esencial” (de tradición). Aquí lo hace a través de la presencia de
un personaje en forma de joven fascinado por todo lo italiano, como efecto
colateral derivado de su pasión por el ciclismo europeo, especialmente el transalpino.
El hecho de que la historia se desarrolle en los EEUU, lejos de restar interés
a la misma, la enriquece, pues muestra un sano contraste entre la cultura
estudiantil americana de “interior”, con la existencia individual de un
fanático de algún aspecto propio de la cultura europea. Francamente merece la pena.
De nuevo, los ciclistas “retro” disfrutarán más que los contemporáneos.
No hay que perderse ni a este chával (alma de la película) ni a su familia. (Imagen: allposters.com).
“El prado de las estrellas”.
Mario Camus (2008). Aunque la localización de la historia que cuenta y el
origen natal del director sean mi tierra, creo que no me he dejado seducir por
el localismo a la hora de posicionar esta película entre mis favoritas.
Reconozco los paisajes y he tenido el gusto de conocer al actor no profesional
que hace de ciclista protagonista, pero nada de eso me ha influido. Tampoco el
hecho de considerar (con conocimiento de causa) que el carácter, comportamiento
y hechos mostrados por los personajes durante el transcurso de la película me
resultan familiares y totalmente factibles (algo que a cualquiera que no
conozca bien mi tierra y “su” ciclismo le pudiera parecer irreal). No, lo que
me más me enamora de esta película son sus escenas de ascensos montañosos. Todo
un regalo de belleza, luz y paisaje.
Ventilado el asunto, mis
recomendaciones van a seguir, aunque clasificadas en tres grupos de estilo o
temática (no tengo del todo claro como calificarlo). Voy a tratar un gran grupo
de películas dirigidas a los aficionados al ciclismo “retro”. Esto está
justificado por varios motivos de los que destaco dos: uno, el ciclismo fue un
género muy inspirador para el cine documental en tiempos pasados; dos, estamos
en un espacio divulgativo que nació centrado en el ciclismo “retro”. Seguiré
haciendo referencia a un par de películas ciclistas de animación. Y acabaré
soltando algunas referencias más sobre películas de ciclismo en general.
El apartado de cine de ciclismo
al que he calificado como de interés o temática “retro” está totalmente formado
por documentales, y hay unos cuantos que merecen la pena.
El primero de ellos es “Vive le
Tour” (Louis Malle, 1962). De 18 minutos de duración, lo considero una obra de
arte del cine ciclista documental en dosis moderada. Se presenta desde una
doble óptica ambivalente de curioso e iniciado. De espectador ingenuo y de
aficionado que sabe del tema. La carrera, como proceso, protagoniza el
documental. Después la gente, el paisanaje. El Tour como patrimonio nacional.
Pasan cosas, muchas cosas. Simpáticas, curiosas, dramáticas e insospechadas. Da
tiempo a tocar temas escabrosos. Muestra una estética ciclista de una época
sublime, una de las más rememoradas por las bicicletas y maillots del ciclismo
retro actual. Una estética muy plástica y colorida. Como nota curiosa, en lo
personal, se puede contemplar parte de la caravana del Tour. Un elemento
socio-motorizado del que tuve la suerte superlativa de disfrutar, en ocasión
probablemente única, en mi primera participación en el evento Anjou Velo
Vintage, coincidiendo con el centenario del Tour. Con este documental, Mallé
marcó un estilo que acabó convertido en pauta de lo que fue llegando después. A
continuación, presento sus principales muestras.
“La Course en Tête” (Joël
Santoni, 1974). (1h 41 min). Es un documental centrado en la figura de Eddy
Merckx. Es largo, pero un buen trabajo en el que las imágenes con música o con sonido
ambiente (mucho) cobran importancia. Hay buenas tomas del ciclista, muy
cercanas y metidas en el espacio personal de Merckx sobre la bicicleta. La
película, efectivamente, gira en torno al irrepetible campeón belga, pero de
una forma poliédrica, mostrándonoslo desde varias ópticas diferentes. Como
ciclista, como campeón, como maniático de las medidas de la bicicleta, como
doliente perdedor (algo que representa casi una exclusiva), como entregado esforzado
(que no forzado) de la ruta… y como miembro de una familia que vive todo de un
modo distinto al resto de la gente, pero una familia, al fin y al cabo, con
esposa e hijos. El filme parte de un prólogo rápido, pero muy elocuente, sobre
la evolución del ciclismo (blanco y negro). Luego podría, casi, clasificarse en
partes: una más centrada en la figura-persona de Merckx y otra de repaso
informal, pero cronológico, de algunos de sus éxitos. Como detalle de interés
regional, quiero comentar que viendo una escena de CRI, el paisaje que iba
atravesando el corredor se me hacía francamente familiar. Carreteras estrechas,
verdes prados y… una “atmósfera” muy cercana. A mi yo actual y, sobre todo, al
compuesto por mis recuerdos. Y además estaban las casas, esas casas típicas de
los pueblos de Cantabria. No necesariamente de las conservadas en plan de
exposición, sino de las que había normalmente y que, en su mayoría, en los
pueblos, siguen en pie. ¡Efectivamente! Durante unos minutos, las imágenes nos
trasladan al 11 de mayo del 1973. A la CRI de 17,8 km de la Vuelta a España,
celebrada en Torrelavega. Por supuesto que entonces Merckx ganó la crono, y
además 6 etapas y la clasificación general. La película incorpora tomas de
muchas carreras diferentes y, siguiendo la estela marcada por Mallé, secuencias
de descripción interna de las mismas, atendiendo en ellas a los demás
corredores, a la gente y a quienes trabajan alrededor. Escenas de momentos de gran
dificultad y sacrificio (también de Merckx). En cierto modo, este documental,
aunque muy al estilo del director anterior, quizás marcó la línea en la que
posteriormente se estableció Leth, del que pronto hablaremos. La cara privada del
ciclista belga se alterna con la pública durante el largometraje. Se repasa
también su récord de la hora en México. No está demás ser testigo de aquello en
diferido: 49 km con aquella bici, aquellas ruedas de aerodinámica convencional,
ausencia casi total de ciencia, una postura muy erguida, etc. ¡Increible!. Hacia
el final del documental hay un buen rato de muestra de la capacidad de
convocatoria masiva que generaba el campeón. Masa rendida, masa respetuosa… o
no, como un detalle que se repite de rápidos ladrones de gorras, que se las
quitan a Merckx de la cabeza mediante una acción fugaz de la mano, siendo
evidente que a él no le gusta nada. Ante tal gentío, las imágenes me hacen
pensar que menos mal que era belga y no flamenco, ni prácticamente valón.
Eddy Merckx victorioso en Torrelavega en 1973. (Imagen: EFE).
Desde una perspectiva
cronológica, casi inmediatamente después del documental anterior surgió el
fenómeno Jorgen Leth. Este director danés tiene una larga filmografía muy
peculiar, en la que abundan los “estudios” sobre el ser humano, en varios casos
a través de la mirada al deporte o al movimiento (“The Perfect Human”, “Chinese
Table-tennis”, “Peter Martins - A Dancer”, “Pelota”, “Moments of Play”, “Michael
Laudrup - A Football Player”, etc.). En la década de los setenta, en realidad
en un intervalo situado entre 1973 y 1976, esa búsqueda, curiosidad u obsesión
le llevó a tratar de filmar el ciclismo. Su trabajo nos dejó, nada menos que,
cuatro documentales que podrían ser considerados de “su propia escuela”, sino
tenemos en cuenta que siguen parte del estilo de los dos directores anteriores,
aunque eso sí, con toques propios. Por eso me atrevo a considerar a Leth como “El
director de los documentales de ciclismo”. Al menos en lo que respecta a la
segunda mitad del siglo XX. Una verdadera mina para los aficionados al ciclismo
retro. Indispensable, por añadidura, para aquellos que sientan especial
predilección por la década de los años setenta. En sus cuatro trabajos planteó
una visión cercana, observadora y voyerista, pero con apariencia desapasionada.
Ocultando su más que probable pasión por este deporte. Puedo recomendar tres de
estas obras, porque hay una que no he visto todavía. Un cortometraje titulado “Eddy
Merckx in the Vicinity of a Cup of Coffe” (1973). Bennett habla algo de él en
su libro, pero yo no puedo aportar nada, aunque sí que lo puedo hacer sobre los
otros tres.
Primer plano del director. (Imagen: @jorgenleth.twitter).
“Stars and water carriers” (1974). 1h 27 min. Estamos
ante un magnífico documental que narra el Giro de Italia de 1973. Lo hace
recopilando el punto de vista (literalmente visual, no de opinión) de
diferentes protagonistas de este. Las estrellas y muchas otras personas,
algunas de las cuales ni siquiera eran ciclistas. Repasa las etapas sin empacho
y, al igual que ya hizo Mallé, resta protagonismo al resultado y a los
vencedores. También a Leth le interesa más el proceso. Lo que va pasando. Las
situaciones y los contrastes entre las montañas y los llanos. Merckx, el
Bianchi y un pendenciero JM Fuente, no pueden evitar protagonizar muchas de las
escenas. Su visionado no solamente es recomendable para el ciclista “retro”,
debería ser obligado, pues tanto esta película como la siguiente, forman parte
importante del acervo cultural de una de las épocas doradas de este deporte.
“Sunday in hell” (1976). 1h 45 min. Sigue la misma línea
(incluso óptica, podríamos decir) que la anterior. En este caso el director
vive, cuenta y transmite una azarosa y mítica carrera en línea de un día. Un
monumento: la París-Roubaix. Una edición plagada de estrellas del pedal, en la
que la emoción se mantiene hasta el final. Una edición que podría calificarse
como de transición entre el reinado de los Belgas Merckx y Roger de Vlaemick,
además de otros, y la irrupción de jóvenes valores, entre los que destaca
Francesco Moser. El largometraje describe muy bien lo que es esa carrera. Lo
que fue aquella edición en concreto, y lo que es siempre, en cualquiera de sus
ediciones. Además, por caprichos del destino, durante el transcurso de la
prueba surgen una serie de acontecimientos ajenos al ciclismo que hacen que, en
determinados momentos, el reportaje informe sobre la actualidad reinante desde
un punto de vista civil. El final del documental, con las imágenes de los
corredores en las míticas duchas del velódromo de Roubaix, los vuelve
terrenales. Los hace desprenderse del polvo del camino, de su sudor atlético y
de su aureola de dioses. Recuerdo aquellas duchas porque tuve el singular
privilegio de utilizarlas tras haber pedaleado durante más de cien de los
últimos kilómetros del recorrido de la carrera. Incluyendo la mayor parte de
sus famosos tramos de brutal pavés. Finalizando con una vuelta al velódromo.
Duchas espartanas, con aspecto de campo de concentración, pero con el detalle
de atesorar una inmejorable colección de placas grabadas, poniendo el nombre y
la fecha de cada vencedor de la prueba a los múltiples cubículos allí
dispuestos para que los corredores puedan cambiarse de ropa.
Hasta aquí los dos documentales preferentes y más
ambiciosos (sobre ciclismo) del director danés. Pero hay otro de menor interés
y cierta apariencia de estudio preliminar, más que de película terminada. Me
refiero a “The Impossible Hour” (1974) 43 min. Desde luego parece mucho más
sencillo. Más naif. Como igualmente naif resulta el montaje que rodea a Ritter en
el velódromo olímpico de México, en su intento de recuperar el récord de la
hora que le había arrebatado Merckx. Al verlo me recordó una película apócrifa
sobre el de Indurain. Una cinta de video que me dejó pasmado por lo poco
científico y riguroso de su proceso de preparación (y aquello era ya 1994). En
el caso de Ritter, todo sucedía décadas antes, cuando aquel modo de llevar a
cabo las cosas era lo normal. El problema, realmente, estaba en la marca que,
poco tiempo antes, había establecido el Caníbal. Resultaba realmente imposible,
inalcanzable, a pesar de que a Ritter hay que reconocerlo como un excepcional
contrarrelojista.
Cerramos el apartado centrado en
Jorgen Leth, para dar un importante salto cultural, aunque, geográficamente
hablando, apenas nos desplacemos algunos pocos cientos de kilómetros. “Wyscig
Pokoju 1952. Warszawa-Berlin-Praga” (Joris Ivens). (48 min). En la línea de los grandes documentales del
ciclismo de carretera, el cine polaco tuvo el suyo. Y en el caso de su versión
original, esa de 1952, se adelantó a todos los documentales anteriores al
narrar (con un prisma bastante institucional y nacionalista) la carrera de la
Paz Varsovia-Berlin-Praga de 1952. No la he conseguido ver completa, pero parte
de su contenido fue utilizado, en 1998, para que otro equipo polaco preparase
un segundo documental para la televisión, recuperando mucho metraje del
anterior, así como retales de imágenes de la carrera en diferentes épocas. El
resultado “Kulisy Wyścigu Pokoju” es muy recomendable. Repasa la Carrera de la
Paz desde, aproximadamente, 1946 hasta 1986. Cuarenta años de ciclismo. Pero lo
hace dando saltos, no es un catálogo cronológico. Es algo mucho mejor. Mis
alabanzas son parciales porque la he visto en polaco sin subtitular, y claro,
no he entendido nada de nada de lo hablado. Entre ello, la intervención de
varios antiguos corredores del pasado. Sin embargo, aun así, el documental me
atrapó a través de sus imágenes y montaje. A lo largo del mismo vemos
evolucionar la historia de la Europa del Este. La general y la ciclista. Y se
ven cosas increíbles. Pobreza institucional de postguerra. Movimiento de masas
ingentes. Montaje de pruebas “con lo puesto”. Muchos finales al sprint en
pistas de atletismo de tierra o ceniza. Material y cultura de la parte de allá
del “Telón de Acero”. También una progresiva modernización e
internacionalización de la prueba con presencia de ciclistas occidentales.
Merece la pena. Verlo, y con atención, porque en determinado momento, durante
un instante en una de las ediciones antiguas, se ve un solitario cartel
publicitario a un lado de la carretera. Un cartel anunciando… ¡CIL!. Alucinante
¿una empresa de la España de Franco pudiendo publicitarse en la carrera
ciclista más importante del universo comunista?. En realidad no. Esa especie de tilde delata que el cartel tiene que ver con algo muy diferente de la ruta, meta o algo por el estilo. En todo caso, no sería esta, si lo fuera, que no lo es, ni mucho menos, la
única interconexión deportiva que con que me he topado, en otras ocasiones,
relacionando al régimen franquista con el bloque del Este.
¿Publicidad CIL más allá del Telón de Acero?. Lo parece, pero no... (Imagen: captura del documental).
Toca ahora cambiar de tercio
(radicalmente) y prestar atención a un par de películas ciclistas de animación.
En realidad, las dos, de dibujos animados. “Andalusia no Natsu” (Nasu, verano
en Andalucía) (Kosaka, 2003) 45’, es una película “manga”, esto es, del típico
estilo japonés de hacer dibujos animados. Algo que en España descubrimos hace
décadas de la mano de Heidi, y que posteriormente ha ido invadiendo casi todos
los géneros e intereses posibles del público: deportivo, histórico, fantástico,
infantil, pornográfico, etc. Como en la mayoría de los casos, este ejemplo
muestra una excelente calidad de dibujo. Fiel y realista. Sitúa la historia en
la época “post Indurain”, con el Mapei, Kelme, Banesto, Saecco, Telekom… perfectamente
identificables por sus uniformes y tipografías, pero con los nombres ligeramente
cambiados. Los dibujos son dinámicos, no como la distorsión de tiempo y espacio
a la que nos sometían los responsables de producir los capítulos de Oliver y
Benji. Únicamente se nota cierto exceso de parsimonia en el último kilómetro de
la única etapa que narra la película. Se ve que a los nipones les resultó
imposible evitarlo. El guion abarca una etapa de, imagino, la Vuelta a España.
Es lo que cuenta, lo principal, aunque hay cierta historia paralela de carácter
más emocional, más personal. Pero el interés (nada despreciable) está en el
magnífico retrato que hace de una carrera ciclista profesional en la segunda
mitad de la década de los 90, así como de su ambientación en tierras andaluzas.
Entretenida para frikis del ciclismo.
Muy diferente es “Las Triplettes
de Belleville” (Sylvain Chomet, 2008). Puede que una obra maestra de los
dibujos animados, pues lo son buenos y originales. La película no imita a nada,
su estética es muy singular y alejada de fáciles parecidos o referencias. Y la
trama tampoco parece manida. Me gustó mucho, pero no me atrevo a recomendarla
porque su apuesta es bastante radical en aspecto, ritmo, etc. volviéndose, en
ocasiones, desmesurada o, puede que, hasta algo surrealista. Desde luego que el
resultado pinta más para adultos que para niños. ¡Y sí! hay ciclismo, bastante
y terrible. ¡Y los autores saben de ciclismo! Lo demuestran en su sonido, en la
exageración del dibujo de los cuerpos de los corredores, en las caras y en
algunos detalles más. En cualquier caso, una película sorprendente. Y no solo
saben de ciclismo, seguramente también hayan sufrido en sus carnes lo terrible
que resulta entrenar en rodillo…
Ahora abordo un cajón de sastre
de películas que tratan también el ciclismo de competición, pero desde diferentes
ópticas y con distintos niveles de acierto (siempre desde mi punto de vista).
“Le Grande Boucle” (Laurent Tuel, 2013) es una divertida comedia francesa
moderna, centrada completamente en el Tour de Francia, a través de una aventura
paralela protagonizada por un hombre común, bastante desesperado, que decide
completar su propio Tour de Francia con un día de diferencia con respecto al
oficial. Aquello acaba captando la atención de los medios de comunicación y del
público. Imagino que, con el tiempo, no acabará convertida en película de
culto. Pero es divertida y recrea el ambiente del escenario en el que sitúa la
acción.
“Les Cracks” (Alex Joffé, 1968)
también es una comedia ciclista francesa, pero tiene muy poco que ver con la
anterior. Tiene el ritmo y el tipo de humor inocente de su época, bastante más
infantil para nuestros tiempos actuales. Es muy colorida y muestra la
vistosidad de una película del tipo de las de Walt Disney de aquella época. Los
personajes son muy exagerados, tanto de aspecto como de comportamiento. Pese a
todo, la película tiene cierto interés porque cuenta una Milán – San Remo por
etapas, ubicada temporalmente en 1901. Es como una versión ciclista de “La
carrera del siglo” o “Aquellos chalados en sus locos cacharros”. Por eso es
atípica dentro del “genero” ciclista, porque presenta un atrezzo y ambientación
de lo que muchos ciclistas retro llamamos “pioneras” (carreras o bicicletas). Por
cierto, hace pocos años, anduvo por ahí un corto de animación, creo que
español, totalmente inspirado en escenas y situaciones de esta película.
Y ya que nos hemos acercado hasta
los pioneros, no puedo pasar por alto una discreta joya del cine de temática
ciclista titulada “Six day bike rider” (Bacon, 1934). Teniendo en cuenta su
edad, es una buena película. Una comedia con lucimiento ciclista por encima de
todo. De ciclismo cotidiano, de ciclismo-espectáculo circense y de ciclismo
competición (de pista), que fue el que inicialmente triunfó en la mayoría de
los países y, especialmente, en los EEUU. Es una comedia. De las de trompazos,
desafortunadas coincidencias y vergüenza ajena. Todo ello en blanco y negro.
Pero la bicicleta permanece durante toda la película como elemento social, como
escenario, como razón de ser. Durante su segunda mitad, una competición de
pista de formato de “seis días” acapara el argumento. Conviene recordar que no
se trata de ninguna exageración, sino del reflejo de un tipo de espectáculo que
cuajó totalmente en el mundo occidental, movilizando mucho público y mucho dinero.
No fue casual su posterior evolución hacia los posteriores y diferentes
formatos de competiciones de pista en seis días, así como su posterior
minimización hacia los de “seis horas”. Los interesados la podrán encontrar en
Internet con acceso libre.
Cierro un listado que se está
dilatando peligrosamente con otra referencia más: “American Flyers” (John
Badham, 1985) con un jovencito Kevin Costner en acción. No es una película
importante ni destacada, pero a mí me gusta. Quizás porque sus imágenes se
quedan muy parcas en los medios materiales y cantidad de gente mostrados, algo
que se me antoja muy parecido a lo que debía ser el ambiente ciclista americano
del sur de los Grandes Lagos, del entorno de Colorado e incluso de California
en los años ochenta. Aquel ciclismo fue el embrión del posterior (desde el de
LeMond hasta el de Armstrong) y era un ciclismo modesto, de poca gente,
carreras sin apenas pelotones, sin el peso subcultural de la tremenda inercia
europea y muy amateur. Y todo ello, soviéticos de caricatura aparte, queda
bastante reflejado en la película. Que cada cual juzgue. El guion es lo de
menos.
¿He dicho Armstrong? ¿Qué pasa
con Armstrong? Pues que su caso ha generado, por sí solo, bastante filmografía.
Tanto dramática como documental. A mí no me interesa mucho. Para empezar porque
su personalidad como deportista, al menos la aparente, me resultaba bastante
desagradable. También porque, por lo general, como espectador deportivo, no me
gustan los monopolios victoriosos, así como tampoco los abusos logrados por
motivos presupuestarios. Y como tampoco me gusta la crónica negra o amarilla
del deporte, esa que busca y se recrea en lo oscuro, lo miserable, el cotilleo,
etc. Pues la conclusión es que Armstrong, como tema, me trae al pairo. Pero no
puedo negar la evidencia de que ha provocado bastante producción. Una vez vi un
documental al respecto en casa de mi amigo Javier en San Sebastián, en una
especie de sala de cine de pantalla enorme que tiene instalada en su
sótano-txoco. Me entretuvo y me dio una visión bastante completa de un proceso
que ya conocía “por partes”. Estuvo bien, pero no era mi estilo. Bruce Bennett,
en su libro, utiliza la película (con actores) “The program” (El ídolo, Stephen
Frears, 2015) como fundamento principal de su capítulo dedicado al cine y el
ciclismo deportivo. Me propuse ver esa película, tanto por su insistencia, como
porque conozco parte del trabajo de su director, a quien tengo en muy buena
consideración. Pero todavía no lo he hecho, como tampoco una pieza alternativa
de contraste, mucha mala leche, exageración histriónica, caricatura cómica,
etc. titulada “The Tour of Pharmacy” (Ruta adulterada, Jake Szymanski, 2017).
Ya veremos si la encuentro algún día a mano (en español, porque imagino que,
para seguirla bien, en su caso, me hará falta).
Cerradas las tres “categorías” prestablecidas,
voy a ir acabando este “especial” incluyendo algunas referencias de películas
en desorden o capricho. Hay algunas que no he visto pero me interesaría hacerlo
y otras que sí. Algunas me han gustado y otras no me parecen tan meritorias
como las que he presentado antes. Incluso me salto varias a las que ya hice
referencia en entradas antiguas del blog, cuando venían a cuento del tema tratado.
Antes de empezar con ellas,
aunque quede feo decirlo, quiero mencionar que incluso a mí me ha dado por hacer
algún pinito cinematográfico con el ciclismo como tema. Mis películas son
siempre documentales y artesanales, Nada profesional, sino casero. Tengo
varias, algunas de esquí y otras de temáticas algo variadas, entre ellas el
ciclismo. Que me vengan a la memoria ahora, dos cortos y otra de una hora de
duración. Uno de los cortos es una especie de homenaje al Tour de Flandes, nada
demasiado especial. Me siento más orgulloso del otro: un homenaje al Barón
Drais y su invento. Pero lo que más gente ha podido ver es mi documental largo
sobre el fenómeno del ciclismo retro en sus inicios. Lo titulé “Retrovisión”. Nunca
me he atrevido a publicar mis documentales porque para su montaje utilizo
muchas imágenes y fragmentos de audio ajenos, por eso siempre los proyecto en
actos de pequeña audiencia. Lo gracioso del asunto es que, gracias al esfuerzo
de estudio que hice sobre la ley de protección de la propiedad intelectual
que comenté antes, recientemente he sido
consciente de que mi modo de utilizar ese material ajeno es perfectamente legal
si lo proyecto sin cobrar por ello, en ámbitos educativos o de investigación (en
este caso, claramente, de sociología e historia del deporte).
Volviendo ya a los cineastas de
verdad, me gustaría ver “Saturday night and Sunday morning” (Reisz, 1960). Relata,
en blanco y negro, el contraste del mundo laboral industrializado del operario
en una fábrica de bicicletas británica (Raleigh), cuando se libera y desinhibe
durante el fin de semana. Está protagonizada por Albert Finney, actor principal
de algunas películas que guardo con aprecio en mi memoria.
“Sky bike” (Frend, 1967) es una
película infantil (o juvenil de época) que hubiera dado juego en su trama para
una producción de calidad y buenos efectos especiales, pero que hoy en día se
queda en muy poquita cosa. Tiene que ver con un certamen de bicicletas
voladoras.
Hasta en Bollywood han producido
largometrajes (esos sí que son largos) con las bicicletas como hilo conductor.
“Jo Jeeta Wohi Sikandar” (Khan, 1992) es una película juvenil de estudiantes
buenos y pobres, pugnando contra otros malos y ricos, con desenlace de lucha
entre clases y centros educativos a través de una carrera ciclista. No pasa de
la anécdota. Al parecer, hay otra titulada “Main Hoon Na” (Khan, 2004), mucho
más contemporánea, pero esta no la he visto.
El icono del humor
cinematográfico clásico, Jacques Tati, utilizó muchísimo la bicicleta en su
extensa obra cinematográfica. Lo he podido ver tanto en escenas sueltas como en
algunas de sus películas. Ahí está para quien desee curiosear, aunque no es una
recomendación específica para quien busca ciclismo cinematográfico.
Aunque “la película” de la
bicicleta como vehículo de libertad y autonomía de la chavalería es, sin duda,
“ET el extraterrestre” (S. Spielberg, 1982), para los fanáticos de la BMX
quizás sea más “de culto” la australiana “BMX Bandits” (Brian Trenchard-Smith,
1983), aventura juvenil de buenos y malos, con ese tipo de bicicletas y una
Nicole Kindman adolescente, con aquella exuberante mata de pelo rizado. La
película es muy básica de argumento, así como de alarde técnico sobre las
monturas. Nada comparado a cómo fue pronto evolucionando ese deporte en cuanto
a espectacularidad aérea y de trucos. Es la típica cinta por la que “sí han
pasado los años”. Sin embargo, hay un detalle que parece recurrente en varias
películas ciclistas, y que es común a algunas de mensajeros. Cerca de su
momento culminante, los amenazados ciclistas se organizan como tribu y logran
neutralizar al enemigo motorizado. Este efecto, frecuentemente utilizado,
parece que, de algún modo, evoca un concepto paralelo de las reivindicaciones
ciclistas urbanas, que es en el que se basa el movimiento Masa Crítica. La
unión hace la fuerza. Aunque simpatizo con tal movimiento, le encuentro algunas
pegas. Una, habitualmente rezuma cierto sentimiento de revanchismo y de
enemistad irreconciliable con el transporte motorizado. Dos, se fundamenta en
el efecto rebaño, algo que no me gusta nada y que le hace mantener dos
incoherentes causas derivadas: las siguientes pegas. Tres, que muchos usuarios
de la bicicleta se caracterizan por ser muy individualistas, y su vinculación a
la Masa Crítica no deja de ser una anécdota, pues el resto del tiempo se
comportan de modo indisciplinado e irrespetuoso con normas que “no van con
ellos”. La película de BMX es un buen ejemplo en el que los protagonistas
someten a muchos peatones a una amenaza similar a la que ellos sufren del
automóvil. Y cuatro, las manifestaciones del tipo masa Crítica y los días de la
bicicleta, me recuerdan mucho a las de la liberación de la mujer o a las
carreras populares femeninas, en el sentido de que logran una representación
poderosa puntual, pero no parecen muy eficaces a la hora de garantizar la
protección concreta diaria de las personas (ciclistas y mujeres
respectivamente). Eso sí resultan de lo más fotogénico para los Medios y los
políticos que saben aprovecharlas.
Los tres protagonistas de esta película australiana. (Imagen: reddit).
Mención especial otorgo a “Parpaillon”
(Luc Moillet, 1993), para mí todo un ensayo experimental socio-cinematográfico
sobre el ciclismo popular. La cinta es muy básica en medios y calidad de
película, y más aún en trama o guion. Sin embargo, lo dice casi todo, muy al
estilo francés, retratando la “fauna” humana de participantes en un evento de
cicloturismo popular consistente en ascender a un puerto tremendamente largo y
duro. Por allí desfilan cicloturistas competitivos, excursionistas, ligones,
frikis, tramposos, políticos en busca de la foto, figuras atemporales
simbólicas, etc. Aunque la perspectiva francesa, para esto del deporte popular,
suele ser, incluso, más bizarra y menos acomplejada que la española, permite
identificar fácilmente muchos estereotipos comunes en ese tipo de saraos.
¡Auténtica Francia ciclodeportiva!. (Imagen:gijonenbici).
También hago mención honorífica a
“A Day Out” (Stephen Frears, 1972). Efectivamente, del mismo director que “El
Programa”, pero retratando una historia completamente diferente, y haciéndolo
al principio de su fresca carrera como cineasta. En esta historia de media
duración y en blanco y negro, recrea una excursión de “pioneros” británicos durante
la primavera de 1911, proyectando una visión idílica de la Inglaterra
eduardiana. Todo eso teóricamente, porque en realidad, durante el rodaje hizo
muy malo, pasaron frío y perdieron días a causa de la lluvia, pero es algo que
“la escala de grises” logró camuflar. Por otro lado, el idilio no parece tal
cuando vemos la relación manifestada entre algunos miembros del grupo de
ciclistas durante la excursión. La película me encanta por su ambientación y
por la estética con la que recrea a los ciclistas de principio del siglo XX,
así como el placer de rodar por la campiña británica. Esto último sigue
vigente, pues he podido disfrutarlo en varias ocasiones. La atmósfera que se
desprende de la excursión me recuerda mucho a un magnífico documental
semi-publicitario que, a mediados del siglo XX, se produjo con el patrocinio
del Cyclists Touring Club y la compañía nacional de ferrocarriles. Es otra
cinta muy recomendable para los apasionados de lo vintage. Frears rodó la suya
por encargo del dramaturgo Alan Bennett para una exitosa serie de trabajos para
la televisión británica. Más allá del “encanto” visual de la película, posee
también mucha ironía (si sabe detectarse) y algo que todavía me parece mejor: y
es que, pese a narrar una sencilla salida ciclista dominical en grupo, de hace
más de un siglo, ¡hay muchos detalles que apenas han cambiado!. El trabajo de
los actores es magnífico, con muy poco diálogo, se expresan de maravilla con
sus rostros.
Finalizo haciendo mención del
cine de mensajeros en bicicleta. Hay varias películas al respecto y Bennett, en
su libro, las atiende en dos de sus capítulos, en el dedicado a la mujer y en
el que trata el ámbito laboral. Creo que he visto tres o cuatro, y la memoria
me traiciona confundiendo unas con otras. Se me parecen mucho en bastantes
aspectos relacionados con las tramas, la estética, los guiones y, sobre todo,
el escenario y el tratamiento dinámico. Me entretuvieron en su día, para pasar
el rato, pero no me engancharon ni me dejaron huella. “Premiun Rush” (Koepp,
2012) es una de ellas, relativamente reciente, pero ya digo que hay varias. A
quien le guste ese “ecosistema” no tiene más que buscar un poco y las
encontrará. Puestos a dejarse seducir por historias de mensajeros a pedales, a
mí, lo que me llamó la atención fue lo de Oswaldo Farrés, maltratado compositor
musical, quien, en algún momento de su vida pasó por ser mensajero (o
recadista) en bicicleta. La descubrí leyendo, de la mano del siempre
impredecible Mauricio Wiesenthal, y así la transcribo:
“’Toda una vida’. Este bolero
inmortal lo compuso el maestro cubano Oswaldo Farrés. Parece mentira que sus
canciones hayan sido interpretadas por los mejores artistas y, sin embargo,
esté hoy casi olvidado y se recuerde más a sus intérpretes, como Antonio Machín
o Lucho Gatica. Pero quiero recordar que es el autor de ‘Quizás, quizás,
quizás’, ‘Madrecita’, ‘Acércate más’ y ‘Tres palabras’, entre otros boleros
famosos. Este genio de la canción no se formó en una academia de música, sino
en la bohemia de la calle. Fue mensajero en bicicleta, pintor de vidrieras, empleado
en una colchonería y jefe de publicidad de la Cervecería Polar. Con este bolero
enamoró a su última mujer, que era treinta años más joven que él. Oswaldo
dirigió el programa de televisión más famoso de Cuba, por el que pasaron Nat
King Cole, Josephine Baker, Maurice Chevalier y Sara Montiel. Cuando la
dictadura de Castro se instaló en Cuba, huyó a España y Estados Unidos, donde
vivió hasta su muerte. Unos inquisidores de la burocracia estatal quemaron su
casa y sus recuerdos en La Habana. Una hoguera en mitad de la calle: un tesoro
perdido de partituras, fotos de artistas y reliquias que ya no pueden
recuperarse. Toda una vida…”. (Mauricio Wiesenthal, en “Siguiendo mi
camino”. Acantilado, Barcelona, 2013).
Casi podríamos titularlo como
“Muerte de un ciclista”, pero esa es otra historia, otra dictadura y otra película.
.De todas las que mencionas no he visto ni la mita. Asi que ya se que hacer este verano. Gracias!!
ResponderEliminarLa bicicleta verde. La vi hace años y me gustó.Échala un ojo.
Algunas te constará encontrarlas pero suerte, haya varias disponibles "en abierto" en Internet. En cuanto a mis valoraciones: no te fíes, los gustos, y muy especialmente en el cine, son algo muy personal. Respecto a la de la bicicleta verde, también la vi hace años sí. De hecho hay bastantes más de ls que no he hablado. No es un "informe" completo, obedece más bien ha cierta apetencia, sesgo retro y otros factores.
ResponderEliminarSaludos.