“Me gusta Italia, las
carreras italianas, los corredores italianos, los periodistas italianos, y
accesoriamente (porque vistos desde la bicicleta son bastante someros), los
paisajes italianos. En el Giro, el alborozo a menudo raya en la histeria, pero
los ciclistas extranjeros por lo general quedan al margen de los
desbordamientos de los tifosi. La
carrera es peligrosa, los corredores italianos, hábiles como ardillas, meten
manillar continuamente en el pelotón, pero, al final de las etapas, las
ciudades son de ensueño”.
Jean Bobet (“Mañana
Salimos”).
Llegó el momento, en pocas
horas embarco para Italia, rumbo a l’Eroica, la prueba causante de todo este lío
de la Challenge Retro 2013, del blog, los relatos, participaciones, anécdotas y
demás. Creí que nunca llegaría. A lo largo del año he pasado de la euforia
creativa inicial, en la que el tiempo se me hacía largo deseando que llegaran
los primeros eventos; a una larga fase intermedia en la que todo sucedía con
naturalidad, mayor tranquilidad y una cierta sensación de “profesionalidad”
otorgada por la experiencia; hasta llegar a este final en el que se me amontona
el estrés, cierto cansancio físico y psicológico y muchos nervios. Ya comenté
algo al respecto en la entrada pasada, así que no voy a insistir en ello. Tan
sólo un pequeño telegrama imaginario:
Listos, stop. Bicicleta
recogida hoy, piñón de 5 coronas nuevo, funciona bien, probada en cuestas,
falta montar cubierta delantera, stop. Reservas de todo hechas, pernocta un
poco separada, necesario enlace en coche, stop. Sin tiempo de nada hasta la
partida por el agobio laboral, stop. Riesgo de no llegar escribir el blog,
sería la única vez de la temporada, stop. Nervios, aprensiones, deseos, dudas,
ganas… stop.
Y descargado casi de forma
instantánea mi torbellino de sentimientos confusos y compulsivos, paso a dar
cuenta de mi entrada de esta semana, que como ha venido siendo habitual durante
toda la temporada, va dedicada al país o comarca a la que acudo para participar
en una prueba más. Por mucho que pueda sorprender si lo comparamos con mis
visitas a otros países, la relativa cercanía y el interés que despierta a nivel
mundial, yo a Italia apenas he viajado. Que recuerde, y quitando escalas de
aeropuertos, he visitado ese país tan sólo en dos ocasiones, y en ambas
ciñéndome mucho o algo a zonas o comarcas bastante concretas.
La primera vez fue hace
muchos años, cuando aún era estudiante universitario y me enrolé en un viaje de
esquí a los Alpes (cosa que hacía habitualmente por aquel entonces, unas dos
veces al año, ayudándome de la ventaja y contactos proporcionados por mi
desempeño laboral como monitor de esquí a tiempo parcial). El destino era la
estación Sauze D’ouze, que compartía dominio esquiable con Sestriere (cuartel
de invierno de los grupos de pilotos de Ferrari y Lancia). El viaje resultó muy
divertido, tanto en lo deportivo como en lo social. El pueblo tenía gran
ambiente, el grupo era de lo más peculiar, dos buenos amigos de la época me
acompañaban y, aunque al llegar todo estaba casi pelado, nos cayó encima tal
nevada que pudimos recorrer todo esquiando y dibujar huellas por nieve profunda
durante el resto de la semana. Ambas eran por aquel entonces dos estaciones
claramente anticuadas, pero muy extensas y con pistas francamente variadas. En
la primera de ellas dominaban los descensos entre bosques de árboles de hoja
caduca. En Sestriere había de todo, hasta un trazado de descenso de Copa del mundo.
Pero sin duda, lo mejor era una especie de excursión de regreso desde Sestriere
hasta Sauze que nos permitía enlazar varios largos descensos de fuera de pista,
sin remontes alrededor. Me puse morado de surcar nieve virgen de excelente
cantidad y buenas pendientes. Hubiera viajado más a Italia a esquiar, tanto a
los Alpes como a los Dolomitas, pero no me han surgido ocasiones o no me he
organizado bien. Resulta un poco incompatible o desventajoso si disfrutas de
vacaciones escolares, como me ha ocurrido a mí la mayor parte del tiempo.
Mi segundo viaje a Italia,
tiene mucho más que ver con la aventura actual. Fue un viaje de varios días a
la Toscana. Fuimos Myriam y yo solos (igual que hacemos ahora). Y aprovechamos
para recorrer en coche todo lo que nos fue posible en régimen de relajo y sin
lista de visitas obligadas. El primer detalle de alegría fue alquilar un Fiat
500, que probablemente fuera (de no poder contar con un deportivo italiano
biplaza y tirando a clásico) el coche que más ilusión nos pudiera hacer a
ambos. Lo confieso, tal y como me ocurre con las Vespa tradicionales, el Fiat
500 me tiene enamorado. Quizá tenga algo que ver el que un Seat 600 fuera el
primer coche que tuvo mi familia cuando éramos pequeños, en el que ya siendo
familia numerosa, íbamos a esquiar, a veranear por toda España y a hacer
pic-nic y excursiones de fin de semana (recuerdo que mi padre desmontaba hasta
los asientos traseros para sentarnos a comer y diseñó una mesa desmontable que
pudiera encajar en el maletero o algún otro recoveco del cochecito). O será por
está especie de encanto que tienen para mí las máquinas antiguas: coches,
motos… y, tal y como ha quedado sobradamente demostrado… bicicletas.
Mi hermana Teresa "condiciendo" el 600 hace décadas.
"Nuestro" Fiat 500 "brujuleando" por la Toscana.
La Toscana me gustó
muchísimo. Sus enrevesadas carreteras, sus paisajes llenos de montículos,
vallecitos, pueblos pequeños, etc. Nuestras visitas de ciudades grandes y
famosas se ciñeron a tres: Bolonia, Pisa y Siena. La primera fue una visita de
tarde y noche, de lo más agradable, en la que pasamos de pasear por su centro antiguo
e universitario a cenar y acabar escuchando música callejera por la noche.
Había oído hablar bastante de ella a mis dos amigas libreras (las hermanas
Gil), porque acuden muy a menudo a su Feria Internacional del Libro (creo que
con especialidad por la literatura infantil). Desde aquí recomiendo su visita,
el centro es muy impresionante y por todas partes se ve un ambiente joven
revitalizador. En Pisa (fuera de la Toscana realmente) nos limitamos a visitar
el complejo de la Torre inclinada y sus edificios circundantes. Tan bonito e
inmaculado como cualquiera se puede imaginar, harto de verlo en tantas fotos y
películas. Con gran cantidad de turistas por todas partes, pero aún así, merece
la pena su visita porque es un lugar desahogado pese al gentío y en mi opinión,
con una arquitectura exquisita. Pero por encima de las tres, para mí, Siena es
especial. Se trata de un complejo urbano medieval y renacentista, amontonado de
forma caóticamente latina sobre un cerro rocoso, en el que conviven y se funden
edificios religiosos, civiles, aristócratas, gremiales, militares, culturales,
etc. elevados sobre las estrechas y laberínticas calles que aparecen en todas
direcciones y a diferentes niveles de altura y se abren en distintas plazas
grandes o pequeñas, generando rincones simplemente encantadores. Lo de la plaza
del Campo no sé ni cómo describirlo: enorme, majestuosa, abierta, cerrada, singular,
con relieve irregular, ocre… maravillosa e irrepetible (hay que estar allí). Ya
he dejado claro anteriormente en otras narraciones que me gustan los caballos ¿verdad?
Pues aquí se celebra el Palio, que es una alocada y vertiginosa carrera de
caballos en la que éstos, con sus jinetes vestidos con los colores de cada
barrio de la ciudad, se juegan el físico negociando en tropel las curvas y
esquinas del peculiar polígono que forma la plaza. La ingente masa de público añade
al espectáculo aún más colorido y sonido. Desafortunadamente no lo vivimos,
pero no es difícil de evocar e imaginar sobre el terreno, después de haberlo
visto en algún documental.
Plaza del Campo (Siena)
Por lo demás conocimos
Bérgamo (tampoco en la Toscana) antes de tomar el avión de regreso. Su parte
antigua merece la pena. Está ubicada sobre otro montículo elevado, es también
algo laberíntica y en “3D”, con callejones y escaleras que te hacen cambiar de
niveles. Hay grandes construcciones de origen religioso, pues al parecer se
trata de una localidad de suma importancia histórica para el clero y sus tramas
e intrigas políticas, que en Italia, como es lógico, debieron proliferar más
que en ninguna otra parte. Por cierto que allí nos topamos con uno de los cafés
más agradables que me haya encontrado nunca. En cierta ocasión estuve tentado
de hacer un catálogo personal de cafés o bares fascinantes, pero no me puse a
ello. Tenía algunos seleccionados, por atributos diferentes y en cierta medida
singulares, pero es de esas cosas que dejas a un lado y poco a poco vas
olvidando. Pues bien, este me recordó aquella idea y hubiera sido incluido por
méritos propios.
"Caffe del Tasso" (desde 1476)
Además de las citadas,
recorrimos otra ciudad que ni es famosa ni muy grande, pero cuya visita fuera
quizá la chispa que encendió todo el proceso que tras muchas vueltas y giros
acabó cristalizando en la Challenge Retro 2013. Lucca es una ciudad pequeña y
amurallada muy agradable de recorrer en poco tiempo, muy llana, con todo el
casco viejo dispuesto dentro de la muralla, en forma de cuadrículas de
edificios formadas por calles rectas y alineadas. Allí abundan los bares,
restaurantes y comercios pequeños coquetos y específicos. También tiene bellas
plazas (como la de Puccini), entre las que destaca una oval (Plaza del
auditorio) y completamente conformada por edificios vecinales, es decir que sus
accesos son túneles en dichos edificios. Hermosísima. Por la ciudad, todos sus
transeúntes, tengan la edad que tengan y el aspecto que sea, se desplazan
fundamentalmente en bicicleta. También así los turistas, dadas las facilidades
para el alquiler de bicicletas a las puertas de entrada de la muralla. Pero es
que lo que más me llamó la atención fue las preciosidades de bicis que portaban
muchos de los vecinos, auténticas delicias retro o ciudadanas elegantes.
Precisamente tras regresar de este viaje, me dio por buscar bicicletas del tipo
de las que había visto. Y las encontré por Internet, y a partir de entonces, di con más y más marcas con
productos encandiladores y algunos restauradores. Y entonces se desbocó la vena
creativa y me decidí a empezar a restaurar yo mismo y a dar nueva vida a las
bicicletas viejas cercanas. Y me encontré con los Tweed Rides o Runs, que me
parecían el desenlace lógico donde estrenar los futuros proyectos una vez
restaurados o acabados… y así, tirando del hilo… me sumergí de lleno en los
eventos retro y aquí estoy, de nuevo en la Toscana, cuatro años después a punto
de lanzarme a por l’Eroica.
Carretera por la Toscana
De l’Eroica ya tenía
conocimiento años antes de aquel viaje, de hecho estuve tentado de apuntarme
con mi hermano Guti varias veces, pero finalmente nunca con demasiada seriedad,
así que el proyecto, como el del catálogo de bares fue perdiendo gas. Sin
embargo su atmósfera fue una de las cosas que intentamos respirar, buscar y
descubrir por nuestros recorridos rurales en la Toscana. A parte de disfrutar,
de comer, de fotografiar, recorrer, visitar… en definitiva, de hacer turismo
tranquilo y sin objetivos programados, dos temáticas subyacentes nos
acompañaron por aquellos pueblos, campos y carreterillas:
- L’Eroica, de la que salvo el nombre de algunos pueblos del Chianti, unos maillots en un escaparate en una plaza y algunos kilómetros sobre “stradas biancas”, apenas me topé con nada. Por cierto que hablando de carreteras sinuosas, debido a la localización de nuestro alojamiento, nos vimos obligados a negociar las eses del Paso della Futa en varias ocasiones. Se trata de una especie de puerto de montaña muy largo pero que casi ni sube ni baja mucho, sino que se mantiene elevado (algo más de 900m de máximo) y que era uno de los míticos tramos de la Mille Miglia. Una de las carreras automovilísticas más legendarias y fascinantes que se puedan recordar (de nuevo me voy a lo retro).
- El vino. El vino nos encanta, tanto a Myriam como a mí. Lo bebemos con moderación y siempre buscando su disfrute y el placer de la atmósfera, la compañía, el momento y hasta su componente cultural. Y nunca en pos de la embriaguez o la evasión. Sobre los vinos toscanos leímos especialmente gracias a un escritor de origen transilvano y “ciudadano del mundo”, que tras muchos oficios y residencias, ha acabado afincado en una “villa”, que es casa y bodega en Montalcino, donde entre otras cosas, se dedica a la producción de vinos tintos de gran calidad. Una novela autobiográfica suya nos ayudó a recorrer la zona y disfrutar de muchas de sus peculiaridades. Y muy especialmente de sus vinos, y en especial de los Brunello del Montalcino, de los cuales, alguna botella disfrutamos.
Montalcino
Viajes aparte, Italia es un
país ciclista de pura cepa. Además de contar con una de “las tres grandes
vueltas”, ha generado ciclistas para dar y tomar, ha aportado mitos únicos e
inolvidables con “il campionissimo” Fausto Coppi y Gino Bartali a la cabeza.
También allí se sitúan puertos míticos y brutales como el Gavia, Mortirolo,
Stelvio, etc. Los fabricantes de bicicletas italianas son especiales, nos
enamoran con sus modelos, diseños, detalles y acabados. Sus corredores son
extremos: Pantani, Moser, Cipollini, Saronni… Allí se organizan cientos de
eventos y carreras masivas, los aficionados se vuelven locos siguiendo a sus
ídolos. El ciclismo italiano es una cultura ¡qué digo! Un enjambre de culturas,
subculturas y contraculturas en sí mismo, que va desde el purismo competitivo más
desarrollado de la carretera, hasta la elegancia más sugerente del ciclismo
urbano o ciudadano. Con el ciclismo retro o vintage, ocurre igual. De hecho hay
más eventos de este tipo en Italia que la suma de los que se celebran en el
resto del Mundo. Algunos se enmarcan dentro del denominado Giro d’Italia
d’Epoca, pero hay muchos más. Y por encima de todos, italianos o extranjeros,
eventos o agrupaciones de ellos, destaca l’Eroica, al menos como cita de
referencia.
Antes de mi debut en
Manchester comenté cuestiones que tuvieron mucho que ver con el desarrollo del
estilo del ciclismo deportivo en Gran Bretaña. Aprovechando mis viajes a
eventos franceses también me he referido al ciclismo galo, al Tour y otros
tipos de manifestaciones deportivas. Inserté el famoso documental de Louis
Mallé sobre el Tour. Con el ciclismo italiano no voy a ser menos. Aquí me
despido con un delicioso documental de Paul William sobre el Giro de 1974
en el que los aficionados al ciclismo y a lo retro se van a chupar los dedos del
gusto. ¿Protagonistas? muchos, hasta los mecánicos, pero estelarmente destacan
dos: Eddy Merckx y José manuel Fuente (“El Tarangu”).
Hola! Enhorabuena por tu blog! Muy interesante y lleno de informaciones útiles. Solo un apunte: en este post has situado Bolonia dentro de Toscana y Pisa fuera...es al revés! Un aficionado al ciclismo retro toscano
ResponderEliminarGracias por el elogio y por el apunte corrector. Maravillosa tierra aquella.
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