La política contemporánea tiene muchas disfunciones. Esta no
es una afirmación personal gratuita. Así lo aseguran muchos expertos
internacionales (no me refiero a políticos, sino a expertos en los análisis y
estudios políticos), y también lo piensa la mayoría de la gente corriente, al
comprobar, día tras día, la gran cantidad de chapuzas e inconveniencias de
gestión que aparecen en los noticiarios. Uno de esos mencionados fallos de
funcionamiento, viene ligado a que la clase política se sabe efímera. En
definitiva, que es consciente de que en la mayoría de las ocasiones ha de buscar
resultados inmediatos y por ello, son demasiados los gobernantes que
tratan de trabajar casi siempre a corto plazo. Es raro que se preocupen del
futuro de lo que gobiernan o administran más allá del tiempo que resta hasta la
próxima convocatoria a las urnas. Por ilustrar esta reflexión con un ejemplo,
podemos mencionar a un ministro actual cuya principal obsesión desde que ejerce
como gobernante parece ser, literalmente, el querer “sacar dinero hasta de
debajo de las piedras”. Ya lo intentó perforando el Mediterráneo cerca de la
costa, y además está, “erre que erre”, pretendiendo gasear nuestro subsuelo
cantábrico. El problema del denominado Fracking (del que
no sé más que cualquier ciudadano corriente) es que al ser una técnica de
explotación novedosa, poco se sabe de las posibles consecuencias que su
aplicación podría generar a medio o largo plazo, aunque eso es algo que no ha
de preocupar a quienes tan sólo se interesan por lo inmediato o cercano en el
tiempo. Sin embargo, en Cantabria, la oposición popular y ciudadana al fracking
está mostrándose claramente dinámica y extendida. Para empezar se habla de que
podría generar beneficios económicos, pero ni se les da concreción de magnitud,
ni se explica cómo, cuándo, para quién y con qué consecuencias. Y por otro
lado, a los habitantes de estas comarcas nos preocupa y nos incumbe mucho lo
que le pueda ocurrir a nuestro subsuelo, con el que desde siempre mantenemos
una relación muy estrecha.
Nuestra tierra caliza constituye un macro-sistema de
transporte, almacenamiento y comunicación hídrica fundamental para nuestra
vida, paisaje y patrimonio natural. Es de hecho una de las claves de que
nuestro territorio sea como es. Independientemente de que le tengamos un cariño
especial a nuestro subsuelo, especialmente por haber servido de cobijo de
nuestros antepasados, despensa y cámara de curado para nuestros quesos y
exponente actual de nuestra cultura prehistórica; para Cantabria, el subsuelo
es mucho más. Gracias a gozar de bastantes amistades que han incluido la espeleología
entre sus principales aficiones, he tenido la fortuna de haber podido visitar
muchas cavidades regionales en forma de exploraciones deportivas. Y ello me ha
mostrado a las claras lo que los especialistas siempre han afirmado con
respecto a nuestro territorio: que es un vasto espacio subterráneo, de una
riqueza, diversidad y recorrido casi incalculables, extendido todo él por la
mayor parte de la región. ¿Adónde quiero llegar con todo esto? En realidad tan
sólo pretendo establecer un símil que introduzca el tema de hoy. Por un lado
podemos afirmar con contundencia que Cantabria, desde un punto de vista
paisajístico, muestra tanta o más riqueza interior y oculta como exterior, y
eso a pesar de que la totalidad de visitantes que recibimos acostumbra a
quedarse pasmado con el espectáculo externo de nuestra tierra. Por el otro,
desde un punto de vista ciclista, los éxitos históricos deportivos de nuestros
corredores, que han sido muchos y notorios, se han debido, en su totalidad, a
la existencia de una estructura oculta de personas afanosas y desinteresadas
que han trabajado duro y sin descanso, durante décadas, por sacar adelante la
práctica competitiva de este deporte en nuestra región.
De entre todas esas personas, los responsables de la marcha
cicloturista retro “La Retrovisor”, han elegido a una, como objeto de homenaje
a través de la concesión de su primer Trofeo Vicente Trueba. Y no es otra que
José Manuel Pérez Rivas, en el mundillo ciclista: “Cundo”.
José Manuel Pérez Rivas (Cundo).
Escribir sobre Cundo o hablar con él supone zambullirse inevitablemente en un palmarés inagotable y espectacular de ciclistas que a lo largo de los años, en mayor o menor medida, han estado bajo su tutela. La mayoría siendo muy jóvenes o iniciándose, aunque de todo ha habido. Podemos empezar por un leve ejercicio de repaso mostrando algunos ejemplos de una lista que resulta en realidad interminable:
Alberto Fernández, Fran Ventoso, Alfonso Gutiérrez, los
hermanos Cobo (Juanjo ganador de la Vuelta a España de 2011), son algunos de
los nombres que aparecen en una hipotética y abrumadora relación de corredores
que en algún momento de sus carreras deportivas de formación estuvieron
vinculados a la disciplina de equipo o escuela de nuestro protagonista. Pero
hay más, hay mucho más. Con detalle y sin esfuerzo recuerda a “sus” campeones
de España, que alcanzan la cifra de 14 o 15 aproximadamente, y enseguida te
enumera algunos de categorías “inferiores” porque no puede evitar sentirse
apegado emocionalmente a las etapas de formación de los corredores. Su vocación
de “labrador deportivo” de forjador de campeones es innata. Así recuerda el
Campeonato de España cadete de Félix Vidal Celis; los cuatro Campeonatos de
España de Mario González Salas (CRI cadete, junior y sub 23, y de ruta sub 23);
a Lorena Palazuelos, que fue Campeona de España junior de ruta, seleccionada
para el mundial y “¿qué vería ella allí? que regresó y dejó el ciclismo” (nos
comenta él con tono enigmático, como dejando caer que lo que hay ahí fuera es
un mundo bien distinto del entorno familiar y saneado que siempre se respiró en
sus equipos). Cundo sabe muy bien quién ha estado en algún momento bajo su
tutela y quién no. Pero no presume, tan sólo hace inventario y de todos habla
con objetividad y con respeto. Recuerda por ejemplo sus carreras invernales por
el monte con los hermanos Díaz Zabala y Emilio Cruz “aunque no eran ciclistas
suyos”. No le hace falta justificar éxitos, simplemente ha estado allí, en el
ojo del huracán del ciclismo cántabro (en Torrelavega y sus alrededores)
dedicado activamente durante medio siglo. Así pues hubiera resultado
prácticamente imposible no establecer vinculación con tantos brillantes
deportistas. De entre todos ellos, hay dos que llaman especialmente la
atención, tanto por el incontestable éxito de sus carreras como por la estrecha
vinculación que ambos mantuvieran con Cundo a lo largo de su infancia y
adolescencia. José Iván Gutiérrez (Subcampeón del Mundo y Campeón sub 23 de
CRI; cuatro veces campeón de España de CRI y dos veces de ruta) y muy
especialmente Óscar Freire (tricampeón del mundo de ruta… entre otras muchas
cosas), con quien resulta evidente una mutua complicidad que solo parece
posible tras muchos años de convivencia.
José Iván Gutiérrez en una CRI (Foto: lagrandeboucle .com)
Para poder conocer a Cundo, para poder escribir sobre él,
Enrique Aja organizó una comida informal en la que ambos nos sentamos a la mesa
con el homenajeado y su pupilo Óscar. Y antes incluso de que nos pusiéramos
todos a hablar de ciclismo, del de ahora y del de siempre, ya me pude percatar
que me encontraba ante dos personas que mantienen una relación vital casi
paterno-filial. El hecho de que Óscar Freire se prestara, sin dudarlo, para
quedar a comer con nosotros para hablar con y de Cundo, podría por si sólo dar
una idea de su respeto y cariño hacia él, pero es que hay otro tipo de detalles
que, cuando los percibes, resultan mucho más ilustrativos: estaba la camarera
tomándonos nota del menú y ofreció entre otras cosas carrilleras de rape. Los
cuatro nos decantamos por ellas, pero cuando la mujer se retiraba de la mesa,
Óscar, con esa agilidad de reflejos emocionales que sólo se dan entre padres e
hijos, parejas de toda la vida o amigos inseparables, la detuvo educadamente,
mientras advertía a su antiguo director que las carrilleras eran de pescado y
no de carne. Ni que decir tiene que al escuchar eso, el propio Cundo renegó de
lo pedido y consiguió que le trajeran otra cosa. Precisamente el menú me fue
demostrando que entre otras muchas cosas, Cundo es además una persona asertiva,
en otras palabras, fiel a sus gustos e imagino que a sus principios. Y si no le
gusta la ensalada de berros o los platos de aspecto minimalista o
contemporáneo, no pasa por ellos, caiga quien caiga. Todo ello para el regocijo
de su pupilo, que se ríe a carcajadas, porque tiene pinta de ser bastante
aficionado a la nueva cocina y porque tantos años después uno coge cariño a los
rasgos atemporales de las personas de mayor edad a las que se les debe tanto.
Contertulianos de lujo: Enrique Aja, Óscar Freire y Cundo.
Gran parte de la conversación, cómo era lógico tuvo que ver con la vida ciclista del propio Óscar Freire. Cundo lo empezó a entrenar desde sus inicios a los 9 años y lo tuvo en el seno de sus equipos hasta su salto a aficionados. Durante las últimas temporadas ya a través de otros técnicos del club, pero manteniéndose siempre ahí, cerca, dedicado y tirando del carro de una auténtica multitud de chavalería. Óscar conserva excelentes recuerdos de todo aquello. Del “Gordo” y su coche que portaba como equipamiento extra todos los accesorios “frikis” posibles de aquella época (forro de felino al volante, perro con cabeza oscilante detrás, llamativas fundas para los asientos… ¡de todo!. O de un año en el que ganaban prácticamente en todas las categorías de clubes (cuando vestían los colores del Galón o de Toranzo). Se alternan charlando y es Cundo quien narra la época en la que al chaval le llamaban “chuparruedas” (en cadetes) y Óscar, cabreado, llegó a una carrera en Udalla y nada más darse la salida saltó escapado, y tal cual, llegó a meta… Personalmente escuché esa anécdota de voz de Fernando Ateca hace poco y a ello hay que añadir que el chaval lo consiguió aun habiendo sufrido un par de retenciones él sólo, a causa de un paso a nivel del tren con la barrera bajada. También mencionaron aquellos duelos con Isidro Nozal, en la época en la que la divergencia de categorías entre la federación regional y la nacional, dejó sin posibilidad efectiva a Freire de poder acudir a algún Campeonato de España. Por supuesto que surgieron muchos recuerdos de viajes: a Francia con victorias del equipo en juvenil, cadete y en escuelas; la primera carrera de Óscar en su barrio en la que tuvo que competir escayolado en el antebrazo; o cuando uno del equipo ganó por fin una carrera y al recibir el premio explotó diciendo que “estaba de Óscares hasta los…” porque siempre ganaba alguno de los tres que coincidían en la formación con ese nombre. En un momento concreto Cundo me enumeró todos los maillots que su “hijo deportivo” había vestido desde que empezó a montar en bicicleta: Laf, Florman… López Páblo… ¡todos!. Y me explicó como en un viaje a Palencia para disputar una carrera, vieron un trofeo enorme que se otorgaría al que ganara entre dos días seguidos. Decidieron que si ganaba el primer día, el equipo quedaba para disputar el segundo. Así fue y con la segunda plaza del día siguiente ganaron el premio, sin embargo al recibirlo, aquel había “mermado” considerablemente (les habían dado el cambiazo). Y por supuesto lo del día que se encontró a nuestro campeón con su hermano mayor y le dijeron que habían subido el Escudo, rodado hasta Aguilar y regresado por Reinosa. Él incrédulo les siguió la corriente, pero un día después, alguien le comentó que los había visto por algún tramo de aquella ruta, y allá que fue Cundo a su casa a montar una bronca monumental y a decir que si eso se volvía a repetir, con él no corrían más (Óscar estaba en “escuelas” por aquel entonces). Pese a todos aquellos recuerdos entrañables, a día de hoy Freire no quiere que sus hijos salgan ciclistas. En especial el mayor al que ve demasiado competitivo… Cundo mira al horizonte con esos ojos azules de sabio de las ruedas y sentencia: “ya caerá”.
Óscar y Cundo en animada conversación.
Mi impresión personal es la de haberme topado con un auténtico experto del ciclismo. No un científico de laboratorio, ni un sesudo sabio capaz de escribir manuales técnicos, ni siquiera un hábil director deportivo de esos que se desenvuelven bien entre los patrocinadores, los agentes y los periodistas. No, me refiero a un experto de pié de pista y de arcén, que a la postre suelen ser, en este país, los que más acaban sabiendo de la disciplina a la que se dedican. Sean capaces o no de expresar todo su saber a terceras personas. Entre los autores y expertos internacionales del Alto Rendimiento Deportivo, desde hace algunos años, pasadas las fiebres y modas de tanto avance científico y tanta innovación tecnológica, se viene reivindicando la recuperación y el estudio de esas personas habitualmente ocultas, que siempre se han caracterizado por haber estado miles de horas observando, reflexionando y analizando las actuaciones deportivas de entrenamiento y competición de sus pupilos. Habitualmente son personas con enorme afición, las cuales han puesto empeño y dedicación sin la búsqueda del beneficio propio ni de recompensas materiales. Algunos después llegan a destacar en el campo profesional, aunque la mayoría no, porque se mantienen fieles al entorno y edad de los deportistas a los que forman. La cuestión es que todos esos autores a los que me refiero, aseguran que el conocimiento especializado que acaban atesorando estas personas es impresionante, que no siempre es fácil “traducirlo” para los demás en forma de libros o conferencias, pero que está ahí y es insustituible. En definitiva, que son capaces de “ver” en un instante o en un par de detalles, lo que a los demás se nos escapa. Insisto, tengo la impresión de acabar de conocer a uno de esos expertos. De hecho creo que alguien le preguntaba hace poco, al borde de una pista en la que rodaban algunos chavales, si había potencial y filosóficamente contestó que “andar no anda ninguno pero mira: 2000, 3000, 4000, 5000… de material van sobrados”.
Qué le otorguen el Trofeo Vicente Trueba en La Retrovisor,
se me antoja como una especie de bucle temporal con los que en algunas
ocasiones nos sorprende el destino. Resulta que su padre fue empleado de la
tejera que los Trueba regentaban en Torrelavega. Incluso Cundo llegó a trabajar
en ella durante cinco años, pisando el barro para la fabricación de las tejas.
Eso antes de salir a entrenar con la bicicleta. Y es que Cundo también corrió
en bicicleta. En juveniles y aficionados. Entonces no había categorías
inferiores, echaban carreras sin licencia federativa. Asegura que en una
ocasión ganó el Campeonato Provincial de ciclo-cross, pero es evidente que no
lo comenta para fardar, pues reconoce que hubo un juvenil vasco que le ganó a
él. Pero su vida ciclista es insignificante si la comparamos con su trayectoria
como pilar fundamental del desarrollo del ciclismo de base. De un ciclismo de promoción
con efecto a medio y largo plazo, que década tras década ha ido cristalizando
en forma de grandes éxitos profesionales, nacionales y mundiales. Y no hay que
engañarse, para logar todo eso, ha habido que repartir premios, hablar con
familias, poner dinero propio, mostrar mucha paciencia, dar masajes y, desde
luego, crear y sostener un clima agradable y sano en el que practicar ciclismo
a cualquier edad y con el que lograr que los chiquillos se aferren a la afición.
Entramos así de lleno en el terreno de la dedicación, en el
que reside el mayor mérito de nuestro personaje. Han sido 50 años al servicio
del ciclismo en Cantabria, sobre todo alrededor de la comarca de Torrelavega.
Se dice pronto, pero es medio siglo. Han sido miles de kilómetros en coche como
director, en desplazamientos y en viajes. Riñendo, aconsejando o cantando jotas
como sustitución de la radio. Tantos, que ya no quiere conducir en carrera ni
aunque haga falta. Tantos, que le han convertido en un geógrafo de las
carreteras. Da igual qué pueblo de la región le menciones que él lo conoce, así
como sus cuestas y sus curvas. Pero mucho antes del volante fueron tiempos de
sacar por la carretera, desde Torrelavega hacia Barros, hasta a 50 críos juntos
en pelotón y él detrás, cerrando, ¡en una moto…! recogiendo averías, errores,
pérdidas, fatigas y demás. Y aquello dos días a la semana, hasta que luego
llegara el carnet de conducir y los coches prestados de vez en cuando. Entre
sus recuerdos numéricos me canta el 416: la cantidad de trofeos que tuvo que
repartir en una carrera para que nadie se fuera a casa con las manos vacías. De
hecho me dice que con lo que más ha disfrutado del ciclismo ha sido con los
“pequeñajos”; enseñanzas, circuitos, carreras, meriendas improvisadas, etc. o
cuando liaba al “Platanito” para que subiera con su camión de fruta a repartir
entre los chavales. Debía de hacer las cosas muy bien pues la gente no
abandonaba hasta que en juveniles, los resultados, los estudios o las novias,
les mostraban a los corredores la realidad de la vida. En sus equipos la atmósfera
era alegre y llena de actividad y motivación.
Actualmente va a ver todo el ciclismo que puede, en directo;
y echa una mano en lo que le pidén, que aún es mucho. Disfruta del ciclismo sin responsabilidades,
riesgos ni preocupaciones. La agenda sigue cargada porque le lían para ir aquí
y allá, a vueltas y carreras, pero en otro plan, sin tanta implicación directa.
Tiene un nieto que corre en cadetes de primer año, pero Cundo es realista, por
ahora nada… le brillan los ojos al imaginar que… pero por ahora nada. Una cosa
es la familia y otra el ciclismo, aunque ambas tienen, en su caso, más de una
vinculación que me comenta de pasada. Me menciona el nombre del chaval (Sergio Pérez Pérez). En realidad me da
los nombres de todos, de cientos de ciclistas, porque no quiere que se le
olvide nadie y porque debe pensar que voy a hacer un listado o algo así. No me
conoce, sólo quiero escucharle y observarle, por encima de todo y de todos me
interesa él y esos 50 años al servicio de todos nosotros, corredores,
aficionados y sociedad en general. Me encuentro sentado con un ex-ciclista
profesional de larga carrera deportiva al que siempre he admirado, así como con
uno de los únicos tricampeones del Mundo de Ciclismo de la historia, pero se
centrar mi atención. Me interesa él, su mirada clara, pícara y directa, sin
esconderse, de tú a tú. Sus ganas de hablar de ciclismo. Sus historias, sus
anécdotas, toda su enciclopedia histórica verbal del ciclismo regional. Con datos
crudos, no refinados por la prensa o los almanaques, extraídos directamente de
las reuniones de escuelas, de las cunetas y desde los coches de las caravanas
de carreras.
Hablando con él no hemos planteado ningún enfoque concreto.
A medida que la reunión avanzaba sospecho que se iba soltando progresivamente
al experimentar que, como todos nosotros, iba disfrutando más y más al charlar
preferentemente de ciclismo. En ningún momento hemos pretendido dirigir la
conversación, y menos aún ceñirla al repaso de alguna época concreta. Y aquí
viene lo curioso del asunto, después de todo el repaso de anécdotas, datos y
ciclistas del que nos hizo gala, puedo aseguraros que la presencia y carga
emocional del ciclismo clásico tuvo tanto o más peso específico en sus relatos,
que la del actual. Esto corrobora muchas
cosas: que el ciclismo retro está justificado, que su patrimonio material y
memorial es muy valioso, que La Retrovisor es una propuesta necesaria en
Cantabria y, desde luego, que adjudicarle el primer Trofeo Vicente Trueba a
este hombre es todo un acierto. El problema lo tendrán los organizadores de la
marcha en años venideros, para conseguir nominar a otras personas ocultas de
similar talla, aunque bien pensado puede que no acabe resultando tan difícil,
seguro que habrá bastantes por España y por el mundo, y en cualquier caso también nos queda Cantabria, donde la estructura ciclista ha demostrado ser,
a lo largo de su historia, tan rica y extensa como su geografía subterránea.
Muy merecido este reconocimiento para el gran Cundo. Le trasmito mi enhorabuena desde aquí.
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