“Todos aspirábamos a ser escaladores y nuestro sueño
inexpresado era coronar un día el Tourmalet en primer lugar. Recuerdo que en
aquella época, adquirí entre mis amigos, cierta fama de escalador. Y ¿es que
poseía yo, en realidad, algún don para escalar mejor que ellos? Yo siempre he
pensado que subir cuestas en bicicleta es una de las mayores maldiciones que
puede soportar un hombre, escalador o no. Pero ante el repecho de Boecillo, con
su pronunciado recodo y su empinamiento súbito en el último tramo, yo no me
amilanaba, dejaba pasar a mis amigos primero y, luego, les rebasaba como si
nada, pedaleando a un ritmo loco, a toda velocidad. – Claro, es que a Delibes
no le cuesta – comentaban ellos, compungidos.
Yo mantenía la superchería. Sonreía. Tácitamente les daba
la razón, porque ésa era la carta que me convenía jugar. Simular que no me
costaba”.
Miguel Delibes (“Mi
vida al aire libre”)
Inauguro una nueva sección, serie o saga de entradas. La
intención es triple: incrementar la variedad temática del blog, hacer acopio de
material sobre el que escribir algunas semanas que quedarán en medio entre las
crónicas previas o posteriores al cada evento, y dar rienda suelta a cierta
vocación reportero-viajera con la que poder evocar algunas de las experiencias
ciclistas más memorables que recuerdo haber vivido en primera persona, a través
de sus escenarios. Y todo ello se hace posible, si nos ponemos a hablar (si me
pongo a escribir) sobre puertos de montaña ascendidos (y descendidos ¡faltaría
más!) en bicicleta. Si estáis esperando crónicas competitivas, siento chafaros
la ilusión, de eso nada. Nada de famosos, de corredores míticos o de hazañas
deportivas históricas. Para eso ya tenemos suficiente y mejor, en las
hemerotecas y las editoriales especializadas. Aquí los protagonistas van a ser
los puertos: sus trazados, sus perfiles, sus carreteras y… todo el bagaje de
impacto objetivo y subjetivo que me procuraron cuando los ascendí. Ya tenemos
pues el principal criterio de la selección de los puertos sobre los que versará
esta entrada (y otras sucesivas que sobre la misma temática la puedan seguir):
que yo mismo los haya recorrido pedaleando, en bicicleta de carretera.
En esta primera oportunidad voy a referirme a puertos
españoles. Puertos de importancia o envergadura, exceptuando los del territorio
de la Comunidad Autónoma de Cantabria (“¡La Montaña!”). Porqué separo los de mi
región es sencillo de explicar. Los dedicaré un capítulo específico aparte, ya
que al ser cercanos a mi residencia habitual, conozco todos o casi todos los
que hay. Por si fuera poco, esta “tierruca” disfruta de muchas ascensiones con
entidad más que sobrada como para ser descritas o incluidas en una buena
selección. Pero además he de añadir que hoy mismo, día en que he empezado a
escribir sobre este asunto, haciendo un recado en mi librería habitual, me ha
dado tiempo para echar un vistazo rápido a un bonito libro (“libro-objeto”
plagado de fotografías espectaculares, datos y gráficas) dedicado a puertos
ciclistas míticos, y me he encontrado con que no sólo no aparecía ni uno sólo
de Cantabria, sino que además parte de la selección realizada era caprichosa y
de ningún modo acorde con lo que podría destacar una “subcultura” ciclista con
criterio popular, estadístico, deportivo, histórico… La injusticia me ha picado
(relativamente desde luego) y he decidido que en mis crónicas alternativas (“indy”),
los puertos de “La Montaña” merecerían un apartado de “categoría especial”.
Vamos pues con el resto de España. Seguro que los lectores
echarán de menos su favorito, el más odiado, el más cercano a su entorno, o
cualquier otro destacado por la razón que sea, pero insisto en que no estamos
ante un ranking o selección motivada o justificada, sino simplemente ante la
consecuencia de mis escarceos ciclistas por aquí y por allá. Ya advierto que si
bien voy a ordenar el listado por zonas de relativa cercanía, el salto de zona
a zona será errático y caprichoso, por lo que aviso que será estéril cualquier
intento de suponer coherencia en tal ordenación.
Por ejemplo en Pirineos, las circunstancias han hecho que
haya ascendido más puertos franceses que españoles. De hecho españoles sólo
recuerdo dos: Panticosa (1643 m) y el Portalet (1794 m). Ambos el mismo día. Aprovechando
un viaje de montaña para profesores del instituto, un día me escapé en
bicicleta y aparqué tanta jornada peripatética alpino-docente para no olvidar
el pedaleo entre caminata y caminata. El Portalet no lo recuerdo ni demasiado
duro, ni tampoco excepcional por atributos de belleza. Una carretera más bien
ancha, motivada por ser el acceso a una estación de esquí bastante
multitudinaria, y la proliferación de urbanizaciones residenciales para la
práctica de los deportes de montaña en invierno y en verano, no ayudan
demasiado a preservar el que circular por ella en bicicleta se convierta en una
experiencia sublime de inmersión en un territorio agreste y “pseudo-virgen”. El
paisaje, montañoso, encañonado inicialmente y más abierto después, es bonito,
pero no alcanza el impacto que nos darán otros parajes. El puerto no me resultó
demasiado exigente, puede dar sensación de pesado el hecho que tenga pocas
curvas y poco cerradas, así como la comentada anchura de la carretera e incluso
la exposición al viento en la parte superior. Pero se deja subir. Lo que si
hace ilusión es coronar y pisar otro país en la cumbre. Si no dispones de la
posibilidad muy habitualmente, resulta emotivo irte en bicicleta y atravesar la
frontera aunque sea unos metros. Casi allí al lado, en una bifurcación hacia el
este en la base del puerto, está el desvío al Balneario de Panticosa. Este
puerto me gustó más. La carretera da la impresión de ser más “de montaña”, ya
que además de ser estrecha, nos introduce en un paisaje más agreste y
escarpado. Dispone varias horquillas de 180º, necesarias para remontar un
paredón de roca y que nos darán acceso, al poco rato, a la cima del puerto, la
cual por cierto no es una cima, sino la base y el centro de un circo glaciar
muy hermoso, en la que reposa un conjunto de edificios de hostelería termal
decadente, con un aspecto de elegancia romántica y añeja que me encanta. El
puerto es suave inicialmente y se endurece durante 3 kilómetros en la segunda
mitad, tampoco resulta muy largo. Pirenaico (no se puede menospreciar ninguno,
no te vaya a pillar en un renuncio), pero de escala humana.
Desde allí me voy a Valencia, donde saliendo de Rocafort y
en dirección norte pude ascender dos puertos montañeros, luminosos y
relativamente costeros también. Pero para recordar sus nombres y datos debería
ponerme en contacto con quién por allí me hizo de guía (uno de mis cuñados
ciclistas que vivió allí algunos años) pero lamentablemente ahora no es el
momento ni el lugar para hacerlo. En compensación para los valencianos diré que
aquel territorio me sorprendió mucho y muy gratamente, y disfrute muchísimo de
ese par de ascensiones muy variadas, tanto en trazado, como en paisaje. Además
el calorcito, la luminosidad y ese olor a naranjas y otras “hierbas”, es algo
que merece la pena sentir.
En otra ocasión me fui a pedalear con alforjas por los
Ancares y subí dos o tres puertos. Las sensaciones en un viaje de ese tipo y
con tanta carga, no son comparables, por lo que no me ocuparé mucho de ellos,
aunque no quiero dejar de mencionar el principal, la subida al puerto de los
Ancares desde Ponferrada (1670m) que me resultó un puerto muy exigente y en al
que la altura y los girones de niebla, aún en pleno verano, le confirieron un
aspecto fantasmagórico. Recuerdo muchos peñascos, algunas horquillas espaciando
rectas con fuertes rampas y un descenso largo y entretenido que me acercaron a
una aldea famosa por sus pallozas (creo que Balouta).
Sin pérdida de tiempo me voy al sur, a ese compendio
montañoso que implica a la Sierra de Gredos y a la de Béjar. Esta localidad ha
sido cuna de ciclistas legendarios, no en vano fue acudir allí unos días a
pedalear, y hospedarnos en el hotel de Lale Cubino y encontrarnos a Roberto
Heras entrenando por la zona. Empezando por Béjar hablaré de la Covatilla (1962
m). Se trata de un puerto descarnado y muy elevado. Casi sin arbolado, asciende
a una estación de esquí “mesetaria”, tapizada por arbustos de montaña bastante
policromados pero sin arbolado, y salpicada con bloques de piedras. El puerto
no es muy largo (nosotros lo ascendimos desde el Hotel de Lale Cubino, con un
calentamiento previo a la Hoya (1260 m), pero incluye rampas bastante duras y
exigentes en determinadas fases del mismo. Tienes que pelear en él, o sufrir
mucho si no vas con un mínimo estado de forma. Ya en las inmediaciones de
Gredos me ha tocado esforzarme en Serranillos y alguno más (por cierto que
pasando por la parte extremeña recuerdo pedalear con un fuerte y delicioso olor
a olivas y aceite… debían de ser la fecha y los olivares, pero es algo
imposible de experimentar por mí tierra), pero sin lugar a dudas, el más
destacable de todos es Peña Negra (1909 m) por Piedrahita. Un puerto de
ascensión constante y gran altura, aunque sin violentas rampas ni grandes
cambios. Todo transcurre de forma continua en torno al 5-6 % de desnivel (pocas
veces sale de ahí: tres rampas separadas y un par de kilómetros no consecutivos
al 7 %). Eso sí, en la mayoría de los casos, bajo el sol y sin árbol alguno que
te ofrezca sobra. También es esta una montaña muy roma y redondeada. Nada
espectacular, de no ser los pilotos de parapente que se agrupan en su cima como
si se tratara de aves de comportamiento grupal. Sin embargo tiene un interés
paisajístico destacado, ya que al norte ofrece un panorama extensísimo de la
Meseta Castellana y al sur unas buenas vistas de la sierra de Gredos y la
cabecera del valle del Tormes. Toda esta zona de Gredos y alrededores la
pedaleé con mi amigo Alfonso en una estancia de varios días en una caravana,
durante la cual anduvimos alternando auténticas palizas de montañismo de a pié,
con largas jornadas de ciclismo de carretera, e incluso un día de equitación. ¡Memorable!
Aunque seguramente incompresible para los que suelen decantarse por la
dedicación “deportiva” exclusiva a una única modalidad.
Lale Cubino (2º por la izquierda arriba)
Roberto Heras (en el centro "rodeado")
Nos vamos ahora hacia el norte y pasaré en mi repaso por
León. Pandetrave (1562 m) desde Portilla de la Reina y Panderrueda (1463 m)
desde Posada de Valdeón, no son puertos ni duros, ni largos, pero te permiten
pedalear por las estribaciones de los Picos de Europa y disfrutar de recorridos
de bosque, brañas y altas cumbres, espectaculares. Recomiendo que nadie deje de
hacer el descenso del último de estos en dirección al Cantábrico atravesando el
desfiladero de los Beyos (me agradecerá el consejo para siempre). Lo que yo
denomino la vuelta asfaltada a los Picos de Europa (que incluye San Glorio) lo
hice en una de las rutas de nuestro antiguo grupo “Peñas Arriba” (como en el
caso de la Covatilla y otros puertos de los que hablaré) y os aseguro que es
una ruta que merece la pena completar (con un par de días basta). En plena
cordillera Cantábrica, por las montañas de Luna y Babia, ya sea en Asturias o en
León, encontramos un hermoso territorio en el que poder quitar la gana de subir
y bajar carreteras de montaña con poco tráfico y excelente paisaje. De allí
recuerdo Leitariegos (1525m), el Cerredo (1359 m) y Rañadoiro (1181 m), que sin
ser colosales, pueden variar bastante dependiendo de la vertiente elegida y te
pueden complicar la vida si te sorprenden en algún momento de flaqueza, como me
ocurrió a mí en el segundo, en una larga
jornada de ciclismo solitario en la que enlacé los tres con inicio y final en
Villablino. Todo fue bien hasta el último, que me hizo sufrir de lo lindo con
la llegada de un “mazo” repentino. Rañadoiro bordea el famoso bosque de
Muniellos y transcurre un buen rato por parte de él, es un puerto que asciende
desde una de las profundas cuencas mineras asturianas. En aquella ocasión me
encontraba en Villablino impartiendo docencia a guías de la Fundación Oso
Pardo, y con alevosía me llevé la bicicleta para al menos, disfrutar de una
escapada ambiciosa. Afortunadamente me recuperé bien, y el día que me marchaba
pude ascender a Peña Ubiña con las botas de caminar antes del viaje de regreso
a casa. Otra vez simultaneando actividades.
Y puestos ya en Asturias, mención especial requiere los
Lagos de Enol o Covadonga (1135 m), que tanto protagonismo ha tenido a lo largo
de la historia de la Vuelta a España. Es un puerto precioso que realmente
empieza en serio en Covadonga. Desde allí los primeros kilómetros son de
frondoso bosque y sucesivas horquillas. Conviene no confundirse porque quizá
allí esté la clave de subirlo bien entero. Resulta que en los primeros
kilómetros encontramos 3 y medio casi seguidos con un desnivel medio del 9-10
%. Tras ese esfuerzo nos vamos a topar con la Huesera, tramo del 13-15 % que se
sostiene bastante tiempo y forma parte parcial de otro kilómetro posterior al
11,4 %. Todo ello entre un paisaje de rocas calizas salpicando los pastos y ya
sin sombra protectora (la cual tampoco influye si el día es de los de niebla).
Si superas eso, el puerto es tuyo, estás en pastos de alta montaña, las
pendientes se suavizan y las curvas de amplio radio te hacen rodar entre lomas
y hasta incluyen algunos breves descensos que van acercándote hasta los dos
lagos. Merece la pena subir. Por el mito, por el esfuerzo y por el paraje, que
es realmente bonito. Pero eso sí, conviene ir entrenado. Será una garantía y te
permitirá disfrutar de todo mucho más.
Y para terminar este periplo nos vamos a tierras sorianas
y burgalesas. Rodando con “Peñas Arriba” unos días por los pinares sorianos,
intentamos ascender a la Laguna Negra (1715 m), pero bastante avanzada la
subida, una fuerte tormenta con amenazador aparato eléctrico nos obligó a
darnos la vuelta. Al día siguiente ascendimos Santa Inés (1753 m) por Vinuesa,
sencillo y asequible, pero muy agradable al atravesar hermosos y cuidados
bosques de abetos y orografía de montaña de aspecto bastante alpino; Las
Viniegras (1583 m); y el Collado (1404 m) por Neila (poquita cosa desde el punto
de vista de la dureza, aunque otro más que recomendable recorrido de tráfico
muy tranquilo y fantástico de paisaje). Pero el objetivo “escalador” del viaje
estaba claro, y lo habíamos dejado para el final: la ascensión a las Lagunas de
Neila (1872 m) por Quintanar de la Sierra. No os voy a engañar, se trata de un
puerto muy duro. No es largo, ni siquiera su primera mitad supone apenas
esfuerzo, pero la segunda (a partir del desvío tras alcanzar el Collado), se
convierte en lo que yo denomino una ascensión o un puerto violentos. Esos en
los que la pendiente te obliga a hacer tanta fuerza, aunque vayas despacio, que
el corazón se te dispara y se hace muy difícil o imposible ser conservador.
Allí hay rampas de todos los pelajes posibles entre el 12 y el 17%, todas
dentro de un estupendo bosque de coníferas y a través de una carretera de
montaña rugosa y algo revuelta con diferentes tipos de curvas. Da lo mismo, tú
a lo tuyo: retorcerte sobre la bicicleta y sufrir hasta que el bosque empieza a
abrirse, disiparse y la carretera, tan sólo al final, a suavizarse. ¡Qué no te
pille la encerrona, avisado estás!.
La afición al turismo motociclista me ha permitido conocer
bastantes más puertos españoles: catalanes, castellanos, mediterráneos,
aragoneses, andaluces, extremeños, madrileños… y hasta canarios. Tenemos
fantásticos puertos por toda la geografía, pero uno tiene sus limitaciones
temporales, familiares y ocupacionales y ni ha podido, ni podrá visitar todos
ellos pedaleando. Ya avisé de ello. Aquí faltan muchos más de los que hay, pero
el mayor perjudicado de no poder dar cuenta de ellos, que nadie lo dude, soy yo
por habérmelos perdido hasta la fecha.
Informaciones técnicas y perfiles son fáciles de
conseguir en diferentes sitios web como: www.altimetrias.net
o http://es.wikiloc.com/wikiloc/home.do
y por si alguien se anima ya a buscar montañas que ascender un cursillo rápido
muy simpático y preciso en este video:
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