viernes, 12 de abril de 2013

15. ¡PUERTOS DE MONTAÑA! (ESPAÑA)


“Todos aspirábamos a ser escaladores y nuestro sueño inexpresado era coronar un día el Tourmalet en primer lugar. Recuerdo que en aquella época, adquirí entre mis amigos, cierta fama de escalador. Y ¿es que poseía yo, en realidad, algún don para escalar mejor que ellos? Yo siempre he pensado que subir cuestas en bicicleta es una de las mayores maldiciones que puede soportar un hombre, escalador o no. Pero ante el repecho de Boecillo, con su pronunciado recodo y su empinamiento súbito en el último tramo, yo no me amilanaba, dejaba pasar a mis amigos primero y, luego, les rebasaba como si nada, pedaleando a un ritmo loco, a toda velocidad. – Claro, es que a Delibes no le cuesta – comentaban ellos, compungidos.
Yo mantenía la superchería. Sonreía. Tácitamente les daba la razón, porque ésa era la carta que me convenía jugar. Simular que no me costaba”.

Miguel Delibes (“Mi vida al aire libre”)

Inauguro una nueva sección, serie o saga de entradas. La intención es triple: incrementar la variedad temática del blog, hacer acopio de material sobre el que escribir algunas semanas que quedarán en medio entre las crónicas previas o posteriores al cada evento, y dar rienda suelta a cierta vocación reportero-viajera con la que poder evocar algunas de las experiencias ciclistas más memorables que recuerdo haber vivido en primera persona, a través de sus escenarios. Y todo ello se hace posible, si nos ponemos a hablar (si me pongo a escribir) sobre puertos de montaña ascendidos (y descendidos ¡faltaría más!) en bicicleta. Si estáis esperando crónicas competitivas, siento chafaros la ilusión, de eso nada. Nada de famosos, de corredores míticos o de hazañas deportivas históricas. Para eso ya tenemos suficiente y mejor, en las hemerotecas y las editoriales especializadas. Aquí los protagonistas van a ser los puertos: sus trazados, sus perfiles, sus carreteras y… todo el bagaje de impacto objetivo y subjetivo que me procuraron cuando los ascendí. Ya tenemos pues el principal criterio de la selección de los puertos sobre los que versará esta entrada (y otras sucesivas que sobre la misma temática la puedan seguir): que yo mismo los haya recorrido pedaleando, en bicicleta de carretera.

En esta primera oportunidad voy a referirme a puertos españoles. Puertos de importancia o envergadura, exceptuando los del territorio de la Comunidad Autónoma de Cantabria (“¡La Montaña!”). Porqué separo los de mi región es sencillo de explicar. Los dedicaré un capítulo específico aparte, ya que al ser cercanos a mi residencia habitual, conozco todos o casi todos los que hay. Por si fuera poco, esta “tierruca” disfruta de muchas ascensiones con entidad más que sobrada como para ser descritas o incluidas en una buena selección. Pero además he de añadir que hoy mismo, día en que he empezado a escribir sobre este asunto, haciendo un recado en mi librería habitual, me ha dado tiempo para echar un vistazo rápido a un bonito libro (“libro-objeto” plagado de fotografías espectaculares, datos y gráficas) dedicado a puertos ciclistas míticos, y me he encontrado con que no sólo no aparecía ni uno sólo de Cantabria, sino que además parte de la selección realizada era caprichosa y de ningún modo acorde con lo que podría destacar una “subcultura” ciclista con criterio popular, estadístico, deportivo, histórico… La injusticia me ha picado (relativamente desde luego) y he decidido que en mis crónicas alternativas (“indy”), los puertos de “La Montaña” merecerían un apartado de “categoría especial”.
Vamos pues con el resto de España. Seguro que los lectores echarán de menos su favorito, el más odiado, el más cercano a su entorno, o cualquier otro destacado por la razón que sea, pero insisto en que no estamos ante un ranking o selección motivada o justificada, sino simplemente ante la consecuencia de mis escarceos ciclistas por aquí y por allá. Ya advierto que si bien voy a ordenar el listado por zonas de relativa cercanía, el salto de zona a zona será errático y caprichoso, por lo que aviso que será estéril cualquier intento de suponer coherencia en tal ordenación.
Por ejemplo en Pirineos, las circunstancias han hecho que haya ascendido más puertos franceses que españoles. De hecho españoles sólo recuerdo dos: Panticosa (1643 m) y el Portalet (1794 m). Ambos el mismo día. Aprovechando un viaje de montaña para profesores del instituto, un día me escapé en bicicleta y aparqué tanta jornada peripatética alpino-docente para no olvidar el pedaleo entre caminata y caminata. El Portalet no lo recuerdo ni demasiado duro, ni tampoco excepcional por atributos de belleza. Una carretera más bien ancha, motivada por ser el acceso a una estación de esquí bastante multitudinaria, y la proliferación de urbanizaciones residenciales para la práctica de los deportes de montaña en invierno y en verano, no ayudan demasiado a preservar el que circular por ella en bicicleta se convierta en una experiencia sublime de inmersión en un territorio agreste y “pseudo-virgen”. El paisaje, montañoso, encañonado inicialmente y más abierto después, es bonito, pero no alcanza el impacto que nos darán otros parajes. El puerto no me resultó demasiado exigente, puede dar sensación de pesado el hecho que tenga pocas curvas y poco cerradas, así como la comentada anchura de la carretera e incluso la exposición al viento en la parte superior. Pero se deja subir. Lo que si hace ilusión es coronar y pisar otro país en la cumbre. Si no dispones de la posibilidad muy habitualmente, resulta emotivo irte en bicicleta y atravesar la frontera aunque sea unos metros. Casi allí al lado, en una bifurcación hacia el este en la base del puerto, está el desvío al Balneario de Panticosa. Este puerto me gustó más. La carretera da la impresión de ser más “de montaña”, ya que además de ser estrecha, nos introduce en un paisaje más agreste y escarpado. Dispone varias horquillas de 180º, necesarias para remontar un paredón de roca y que nos darán acceso, al poco rato, a la cima del puerto, la cual por cierto no es una cima, sino la base y el centro de un circo glaciar muy hermoso, en la que reposa un conjunto de edificios de hostelería termal decadente, con un aspecto de elegancia romántica y añeja que me encanta. El puerto es suave inicialmente y se endurece durante 3 kilómetros en la segunda mitad, tampoco resulta muy largo. Pirenaico (no se puede menospreciar ninguno, no te vaya a pillar en un renuncio), pero de escala humana.
Desde allí me voy a Valencia, donde saliendo de Rocafort y en dirección norte pude ascender dos puertos montañeros, luminosos y relativamente costeros también. Pero para recordar sus nombres y datos debería ponerme en contacto con quién por allí me hizo de guía (uno de mis cuñados ciclistas que vivió allí algunos años) pero lamentablemente ahora no es el momento ni el lugar para hacerlo. En compensación para los valencianos diré que aquel territorio me sorprendió mucho y muy gratamente, y disfrute muchísimo de ese par de ascensiones muy variadas, tanto en trazado, como en paisaje. Además el calorcito, la luminosidad y ese olor a naranjas y otras “hierbas”, es algo que merece la pena sentir.
En otra ocasión me fui a pedalear con alforjas por los Ancares y subí dos o tres puertos. Las sensaciones en un viaje de ese tipo y con tanta carga, no son comparables, por lo que no me ocuparé mucho de ellos, aunque no quiero dejar de mencionar el principal, la subida al puerto de los Ancares desde Ponferrada (1670m) que me resultó un puerto muy exigente y en al que la altura y los girones de niebla, aún en pleno verano, le confirieron un aspecto fantasmagórico. Recuerdo muchos peñascos, algunas horquillas espaciando rectas con fuertes rampas y un descenso largo y entretenido que me acercaron a una aldea famosa por sus pallozas (creo que Balouta).
Sin pérdida de tiempo me voy al sur, a ese compendio montañoso que implica a la Sierra de Gredos y a la de Béjar. Esta localidad ha sido cuna de ciclistas legendarios, no en vano fue acudir allí unos días a pedalear, y hospedarnos en el hotel de Lale Cubino y encontrarnos a Roberto Heras entrenando por la zona. Empezando por Béjar hablaré de la Covatilla (1962 m). Se trata de un puerto descarnado y muy elevado. Casi sin arbolado, asciende a una estación de esquí “mesetaria”, tapizada por arbustos de montaña bastante policromados pero sin arbolado, y salpicada con bloques de piedras. El puerto no es muy largo (nosotros lo ascendimos desde el Hotel de Lale Cubino, con un calentamiento previo a la Hoya (1260 m), pero incluye rampas bastante duras y exigentes en determinadas fases del mismo. Tienes que pelear en él, o sufrir mucho si no vas con un mínimo estado de forma. Ya en las inmediaciones de Gredos me ha tocado esforzarme en Serranillos y alguno más (por cierto que pasando por la parte extremeña recuerdo pedalear con un fuerte y delicioso olor a olivas y aceite… debían de ser la fecha y los olivares, pero es algo imposible de experimentar por mí tierra), pero sin lugar a dudas, el más destacable de todos es Peña Negra (1909 m) por Piedrahita. Un puerto de ascensión constante y gran altura, aunque sin violentas rampas ni grandes cambios. Todo transcurre de forma continua en torno al 5-6 % de desnivel (pocas veces sale de ahí: tres rampas separadas y un par de kilómetros no consecutivos al 7 %). Eso sí, en la mayoría de los casos, bajo el sol y sin árbol alguno que te ofrezca sobra. También es esta una montaña muy roma y redondeada. Nada espectacular, de no ser los pilotos de parapente que se agrupan en su cima como si se tratara de aves de comportamiento grupal. Sin embargo tiene un interés paisajístico destacado, ya que al norte ofrece un panorama extensísimo de la Meseta Castellana y al sur unas buenas vistas de la sierra de Gredos y la cabecera del valle del Tormes. Toda esta zona de Gredos y alrededores la pedaleé con mi amigo Alfonso en una estancia de varios días en una caravana, durante la cual anduvimos alternando auténticas palizas de montañismo de a pié, con largas jornadas de ciclismo de carretera, e incluso un día de equitación. ¡Memorable! Aunque seguramente incompresible para los que suelen decantarse por la dedicación “deportiva” exclusiva a una única modalidad.
Lale Cubino (2º por la izquierda arriba)

 Roberto Heras (en el centro "rodeado")

Nos vamos ahora hacia el norte y pasaré en mi repaso por León. Pandetrave (1562 m) desde Portilla de la Reina y Panderrueda (1463 m) desde Posada de Valdeón, no son puertos ni duros, ni largos, pero te permiten pedalear por las estribaciones de los Picos de Europa y disfrutar de recorridos de bosque, brañas y altas cumbres, espectaculares. Recomiendo que nadie deje de hacer el descenso del último de estos en dirección al Cantábrico atravesando el desfiladero de los Beyos (me agradecerá el consejo para siempre). Lo que yo denomino la vuelta asfaltada a los Picos de Europa (que incluye San Glorio) lo hice en una de las rutas de nuestro antiguo grupo “Peñas Arriba” (como en el caso de la Covatilla y otros puertos de los que hablaré) y os aseguro que es una ruta que merece la pena completar (con un par de días basta). En plena cordillera Cantábrica, por las montañas de Luna y Babia, ya sea en Asturias o en León, encontramos un hermoso territorio en el que poder quitar la gana de subir y bajar carreteras de montaña con poco tráfico y excelente paisaje. De allí recuerdo Leitariegos (1525m), el Cerredo (1359 m) y Rañadoiro (1181 m), que sin ser colosales, pueden variar bastante dependiendo de la vertiente elegida y te pueden complicar la vida si te sorprenden en algún momento de flaqueza, como me ocurrió a mí en el segundo,  en una larga jornada de ciclismo solitario en la que enlacé los tres con inicio y final en Villablino. Todo fue bien hasta el último, que me hizo sufrir de lo lindo con la llegada de un “mazo” repentino. Rañadoiro bordea el famoso bosque de Muniellos y transcurre un buen rato por parte de él, es un puerto que asciende desde una de las profundas cuencas mineras asturianas. En aquella ocasión me encontraba en Villablino impartiendo docencia a guías de la Fundación Oso Pardo, y con alevosía me llevé la bicicleta para al menos, disfrutar de una escapada ambiciosa. Afortunadamente me recuperé bien, y el día que me marchaba pude ascender a Peña Ubiña con las botas de caminar antes del viaje de regreso a casa. Otra vez simultaneando actividades.
Y puestos ya en Asturias, mención especial requiere los Lagos de Enol o Covadonga (1135 m), que tanto protagonismo ha tenido a lo largo de la historia de la Vuelta a España. Es un puerto precioso que realmente empieza en serio en Covadonga. Desde allí los primeros kilómetros son de frondoso bosque y sucesivas horquillas. Conviene no confundirse porque quizá allí esté la clave de subirlo bien entero. Resulta que en los primeros kilómetros encontramos 3 y medio casi seguidos con un desnivel medio del 9-10 %. Tras ese esfuerzo nos vamos a topar con la Huesera, tramo del 13-15 % que se sostiene bastante tiempo y forma parte parcial de otro kilómetro posterior al 11,4 %. Todo ello entre un paisaje de rocas calizas salpicando los pastos y ya sin sombra protectora (la cual tampoco influye si el día es de los de niebla). Si superas eso, el puerto es tuyo, estás en pastos de alta montaña, las pendientes se suavizan y las curvas de amplio radio te hacen rodar entre lomas y hasta incluyen algunos breves descensos que van acercándote hasta los dos lagos. Merece la pena subir. Por el mito, por el esfuerzo y por el paraje, que es realmente bonito. Pero eso sí, conviene ir entrenado. Será una garantía y te permitirá disfrutar de todo mucho más.
 

Y para terminar este periplo nos vamos a tierras sorianas y burgalesas. Rodando con “Peñas Arriba” unos días por los pinares sorianos, intentamos ascender a la Laguna Negra (1715 m), pero bastante avanzada la subida, una fuerte tormenta con amenazador aparato eléctrico nos obligó a darnos la vuelta. Al día siguiente ascendimos Santa Inés (1753 m) por Vinuesa, sencillo y asequible, pero muy agradable al atravesar hermosos y cuidados bosques de abetos y orografía de montaña de aspecto bastante alpino; Las Viniegras (1583 m); y el Collado (1404 m) por Neila (poquita cosa desde el punto de vista de la dureza, aunque otro más que recomendable recorrido de tráfico muy tranquilo y fantástico de paisaje). Pero el objetivo “escalador” del viaje estaba claro, y lo habíamos dejado para el final: la ascensión a las Lagunas de Neila (1872 m) por Quintanar de la Sierra. No os voy a engañar, se trata de un puerto muy duro. No es largo, ni siquiera su primera mitad supone apenas esfuerzo, pero la segunda (a partir del desvío tras alcanzar el Collado), se convierte en lo que yo denomino una ascensión o un puerto violentos. Esos en los que la pendiente te obliga a hacer tanta fuerza, aunque vayas despacio, que el corazón se te dispara y se hace muy difícil o imposible ser conservador. Allí hay rampas de todos los pelajes posibles entre el 12 y el 17%, todas dentro de un estupendo bosque de coníferas y a través de una carretera de montaña rugosa y algo revuelta con diferentes tipos de curvas. Da lo mismo, tú a lo tuyo: retorcerte sobre la bicicleta y sufrir hasta que el bosque empieza a abrirse, disiparse y la carretera, tan sólo al final, a suavizarse. ¡Qué no te pille la encerrona, avisado estás!.

La afición al turismo motociclista me ha permitido conocer bastantes más puertos españoles: catalanes, castellanos, mediterráneos, aragoneses, andaluces, extremeños, madrileños… y hasta canarios. Tenemos fantásticos puertos por toda la geografía, pero uno tiene sus limitaciones temporales, familiares y ocupacionales y ni ha podido, ni podrá visitar todos ellos pedaleando. Ya avisé de ello. Aquí faltan muchos más de los que hay, pero el mayor perjudicado de no poder dar cuenta de ellos, que nadie lo dude, soy yo por habérmelos perdido hasta la fecha.
Informaciones técnicas y perfiles son fáciles de conseguir en diferentes sitios web como: www.altimetrias.net o http://es.wikiloc.com/wikiloc/home.do y por si alguien se anima ya a buscar montañas que ascender un cursillo rápido muy simpático y preciso en este video:
 
 
 

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