viernes, 27 de marzo de 2015

13. ETNOGRAFÍA ACUÁTICA

"The old way of living". Joe Talirunili (1975)

Etnografía. Según el diccionario de la Real Academia de la Lengua Española: “Estudio descriptivo de las costumbres y tradiciones de los pueblos”. Lo que me pasa es que personalmente (será culpa de la tradición documental televisiva) a mí siempre me evoca a dicho estudio, pero de pueblos primitivos, anclados en tradiciones ancestrales y en cierta medida aislados con respecto al avance del desarrollo (especialmente occidental) y la globalización. La Wikipedia nos aclara y matiza la cuestión de forma bastante sencilla: “[…] es el estudio sistemático de personas y culturas. La etnografía es un método de investigación que consiste en observar las prácticas culturales de los grupos sociales y poder participar en ellos para así poder contrastar lo que la gente dice y lo que hace. Es una de las herramientas investigativas y algunos autores la consideran incluso como una rama de la antropología social o cultural, en un principio este método se utilizó para analizar a las comunidades aborígenes, actualmente se aplica también al estudio de cualquier grupo que se pretenda conocer mucho mejor”. Vayamos poco a poco con tanta información:
  • Estudio de las personas y culturas. Ancestrales o actuales.
  • Método de estudio “participante”, esto es, en el que quién estudia a un grupo social, convive con él para conocerlo de primera mano.
  • Una rama de la antropología social o cultural. La perspectiva social es clave en el asunto.
  • Tradicionalmente se utilizó para estudiar comunidades aborígenes. De ahí viene esa idea preconcebida que a algunos nos viene a la mente.
  • Pero es aplicable a grupos contemporáneos.

Pues sí, y de hecho es una rama de estudio que me apasiona, cuando por ejemplo, la aplicamos al estudio de sistemas o subculturas deportivas concretas. Tal y como Sands[1], explica y describe en su obra científica. Así que lo confieso, lo sabía, sabía que la etnografía podía aplicarse a grupos sociales actuales, en diferentes formatos de configuración como comunidad, e incluso ¡deportivos!. Así pues, probablemente podríamos llegar a definir comunidades deportivas determinadas como objetos de estudio etnográfico; patinadores de larga distancia, cicloturistas, ciclistas “retro”, etc. Pero en el fondo, no me acabo de convencer de ello. Tales objetivos se me antojan más apropiados para abordajes sociológicos diversos, pero no para “auténtica” etnografía.

En realidad, si a nuestra afición etnográfica (nada serio ni científico desde luego), le queremos dar cierto toque de antigüedad o incluso de primitivismo. Ni el patinaje ni la bicicleta parecen las modalidades más idóneas. El primero sería más apropiado sustituirlo por su pariente el esquí (especialmente en su versión nórdica), mientras que el segundo quizá por el repaso de las culturas corredoras mesoamericanas, africanas, etc. Algo que recientemente han abordado algunos autores forofos del correr largas distancias: McDougall[2], Finn[3] y otros. Pero ni una ni otra modalidad, son ejes fundamentales de la temática de este blog (por lo menos esta temporada). No conozco mucho de la historia del patinaje, y aunque no dudo que pueda tener contenidos de gran interés, la de la bicicleta me atrae mucho más, la conozco mejor, y no deja de sorprenderme más y más cuanto más me informo sobre ella. Sin embargo, puestos a satisfacer algún arrebato etnográfico eventual, me parece que el piragüismo les da mil vueltas a las otras dos disciplinas. Tanto las canoas, como los kayaks, han sido elementos fundamentales para la supervivencia de numerosas tribus, comunidades y civilizaciones a lo largo de toda la historia de la humanidad en todos los continentes. Si la cuestión la ampliamos a las embarcaciones de remos en general, podríamos afirmar que donde haya habido agua, y seres humanos, allí se han utilizado embarcaciones a remo. Si nos ceñimos un poco más al concepto de canoas o kayaks, la cuestión se reduce algo, aunque sigue siendo extendida. Así pues me voy a permitir la licencia de reducir más todavía el campo de visión, para centrarme en embarcaciones de tipo ligero, para uso individual o de pareja. Y en dicho caso, sin quitar méritos a otros pueblos o comunidades de diferentes puntos del planeta, el imaginario nos traslada casi inconscientemente a la parte norte del continente americano. Cosa de “indios” y “esquimales”.

Seguro que si le pregunto a Eduardo L. un conocido de siempre, con el que me cruzo cada vez que voy a correr por los acantilados de Langre, me diría que él ha visto embarcaciones que cumplen los requisitos enunciados, en unos cuantos rincones del globo, pues su afianzada afición fotográfico-etnográfica le ha llevado a visitar las tribus más desconocidas por los confines de África, Asia, América y Oceanía. Pero no estoy nada familiarizado con dichas culturas y menos aún con sus posibles embarcaciones, a excepción de las canoas amazónicas de la selva peruana, en las que tuve ocasión de embarcarme un par de veces cerca de Iquitos. Mi afición al piragüismo surge a través de la utilización del material deportivo moderno que hereda su forma y especificaciones de dos focos etnográficos de origen: las ya advertidas culturas de las tribus indias norteamericanas (de territorio estadounidense y canadiense), para el caso de las canoas abiertas; y por supuesto, todo el universo esquimal, o mejor dicho Innuit, con sus siempre atractivos kayaks. Ambas fueron, a la postre, las que se llevaron el gato al agua (nunca mejor dicho) en cuestión de exportación global de su diseño primigenio, pues en ambos casos, dicho diseño, con mayor o menor avance tecnológico, es el que ha prevalecido conceptualmente hasta nuestros días.

En canoa rígida, por el Amazonas peruano con un guía local.
Emerald Lake (Yono National Park, BC, Canadá).
Con mis hijos Cristina y Jacobo en una canoa de aluminio,
hace ya bastantes años. (Foto: Myriam).

Así pues, empezaré por las canoas, las cuales, antes de convertirse en útil vehículo de transporte, para tramperos y hombres blancos, cuando cerraban su temporada de verano y debían regresar a la civilización, cargados de pieles y demás enseres de valor, anticipándose a la llegada de las grandes nieves, aprovechando las corrientes de largos y agrestes ríos; fueron un elemento fundamental para el desarrollo de la vida original de muchas de las tribus indígenas en cuyo hábitat disfrutaban de ríos, lagos e incluso costa marítima. Algunas de ellas, especialmente en la costa, utilizaron cascos grandes y tallados en enormes troncos de árboles. Pero prefiero obviarlas y comentar concretamente las canoas más ligeras, las cuales permitían combinar largos, y muchas veces incómodos, porteos, para salvar rápidos excesivamente peligrosos o cascadas. Aún así, su diseño facilitaba ligereza, gran capacidad de carga, excelente navegación en aguas bastante bravas y buen compromiso de flexibilidad y resistencia. Todo ello con posibilidad de uso familiar, en parejas o incluso individual. Se trataba de embarcaciones lentas, para un mundo sin prisas, pero enormemente versátiles, ideales para las aguas tranquilas de los lagos y para los grandes trayectos de varios días con la corriente a favor o sin ella.
 Canoa de corteza de abedul (Foto Penobscot Marine Museum)

Canoa de caza (Foto: Canadian Museum of Histori)

La palabra canoa procede de “kenu” que es como algunos indígenas caribeños denominaban a sus grandes embarcaciones marítimas hechas de madera tallada. Sin embargo el nombre está, desde hace muchos años, completamente asociado a las típicas utilizadas por los indios del continente norteamericano, construidas por un armazón de maderas ligeras que, a modo de costillar, configuraban la forma de un casco abierto, que se forraba con corteza de abedul, o en ocasiones de olmo o cedro. Esa corteza además de ligera, duradera y muy fácilmente moldeable, añade la característica de ser resistente e impermeable al agua. Y el abedul, por su parte, una especie arbórea de lo más común en Canadá. Las juntas de todas piezas que constituían el armazón de las canoas se mantenían unidas por sogas o láminas de raíz del pino blanco, y después, al casco se le hacía más resistente al agua y a la intemperie mediante la aplicación de resina de abeto o de pino, caliente. Su utilización comercial fue tan importante en el nacimiento del desarrollo “occidental” norteamericano, que alrededor de 1750, los franceses fundaron en Trois-Rivieres (Quebec), la primera fábrica de canoas de la que se tiene noticia. Los indios construían modelos y tamaños muy diferentes en función de su futura utilización, siendo las más ligeras y manejables las de caza (aptas para uso individual), seguidas por las de pesca, transporte y llegando hasta las de viaje, alguna con capacidad para hasta 50 personas. Reconozco que a mí, desde pequeño, entre series de televisión sobre tramperos (Daniel Boone y otros), cine “western” y muchos juguetes como el fuerte “Comanchi”, la vocación y la querencia hacia este tipo de embarcaciones, me caló hondo. Y ahí sigue aún, instalada en mi ADN emocional y siempre lista para dar rienda suelta al deseo de aventura y viaje fluvial.
 Familia Ojibwe en canoa (Foto: ojibwe.org)

 Daniel Boone

 Años 60 en Comillas: mi hermano en una canoa hinchable,
parece que estoy revisando la popa (Foto: José Luis Gutiérrez).


A continuación incrusto aquí un documental que muestra paso a paso la construcción de una canoa india por el método tradicional. Advierto que el video dura casi una hora, por lo que solamente se lo recomiendo a las personas muy interesadas en el asunto, tanto desde el punto de vista etnográfico, como especialmente desde la perspectiva de la construcción náutica.


Al referirnos a las tribus indias norteamericanas, todos tendemos a simplificar demasiado el asunto por culpa de las películas de cine del “oeste”. Recuerdo que cuando era pequeño, me gustaba tanto jugar a “indios y vaqueros” que llegué a iniciarme un poco en el conocimiento de sus diferentes culturas y, junto a mi hermano mayor, me consideraba capacitado como para distinguir con claridad entre sioux, cheyenes, apaches, navajos, pies negros, arapahoes, cherokees, comanches y algunos otros más. Era necesario, tanto para jugar con figuras de juguete, como para hacerlo dramatizando nosotros mismos los guiones, eso sí, pertrechados con nuestro cuchillo de monte y un arco y flechas de avellano elaborados por nosotros mismos. Con tanta afición, cómo no me van a “tirar” tanto las canoas al convertirme en un adulto activo. En cualquier caso, si alguien desea abandonar el nivel lúdico básico y adentrarse en la etnografía de las mencionadas tribus, le resultará imprescindible desembarcar en la obra de Edward S. Curtis: “El indio norteamericano”, la cual consta de 20 títulos publicados en castellano y otros cuatro suplementos gráficos. Haber hay mucho más, pero yo tengo tres de los volúmenes de Curtis, y la verdad es que son contundentes y documentados. No en vano el autor estudió a los indios, fascinado por su cultura, durante treinta años, conviviendo con ellos y dejando un fantástico acopio de fotografías, pues era esta especialidad artística su principal pasión. La verdad es que tribus indias había a cientos, sus clasificaciones constan de algunos grupos troncales e infinidad de ramificaciones, clasificables por lengua común, territorio por el que se desplazaban o algún otro factor. Pero a la hora de dar un mayor protagonismo a las tribus que más se caracterizaban por hacer de las canoas de corteza un elemento vital y casi cotidiano para su supervivencia, surgen nombres como los Salish, Dogrib, Slave, Ojibwa, Algonquin, Attikamet, Malecite, Abnaki y Chippewa, con los cuales no estamos tan familiarizados. Muchos de ellos oriundos de territorio canadiense, tanto del este como del oeste.

Retrato de Edward S. Curtis.

Un ejemplo de las númerosas placas de ES Curtis.

Y pasamos al kayak. Con respecto a las tribus o categorías de indígenas de las regiones más septentrionales del planeta, mis conocimientos infantiles eran infinitamente más parcos. Prácticamente se reducían al burdo icono de los esquimales que todos teníamos de alguna forma instalado en nuestro imaginario. Poco a poco, leyendo alguna novela, disfrutando de algún que otro documental, uno se va formando una idea algo más clara y fundamentada de esas gentes, menos dadas a convivir en grupo y más a mantener cierta autonomía familiar, quizá por la amplitud de los espacios disponibles para tan escasa densidad de población, en regiones tan frías e inhóspitas. Pese a no formar parte del contenido de los juegos de mi niñez, los inuit y sus costumbres me fueron encandilando poco a poco, pero progresivamente, hasta hoy. La casi permanente convivencia con el hielo y la nieve, sus iglús, su ritmo de vida nómada, los perros y los trineos, esos ropajes tan elaborados y protectores… y por supuesto ¡los kayaks! que se me antojaban como la quintaesencia de cualquier embarcación a remo, por su maniobrabilidad, ligereza, dotes de navegación, estilizada figura y un sin fin de atributos ponderables. Cuando me inicié en el piragüismo lúdico (no competitivo), siendo un adulto aún joven, en seguida me percaté de que para mis necesidades y lugar de residencia, la embarcación ideal no era otra que un kayak de mar, que no es otra cosa que la versión moderna de los barcos individuales cerrados de los inuit. Al igual que sucediera con los indios de las praderas, bosques y montañas más sureños, sus “parientes” del norte se agrupaban en numerosas tribus de origen: aleutianos, tinglit, alutiiq, yup’ik, dena’ina, etc. Su espacio de vida era enorme, pues alcanzaba desde el estrecho de Bering hasta Groenlandia (toda ella incluida), ocupando, casi siempre de forma aislada y muy autónoma, cualquier parte del descomunal territorio que dicho sector constituye por debajo del Polo Norte. En función de su procedencia, cada grupo fue caracterizando su propia variante de kayak (también utilizaban embarcaciones abiertas mucho más grandes, especialmente para la pesca de ballenas u otros menesteres, pero eso no entra dentro de mi foco de atención de hoy). Si bien el concepto estructural era muy similar, los acabados variaban mucho en cuanto a forma, eslora, manga, decoración, volumen de la embarcación, etc. De tal manera que los expertos pueden distinguir perfectamente entre los kayaks elaborados en diferentes regiones de Groenlandia, islas Aleutianas, Bahía de Hudson, etc. De todas formas, el concepto era el mismo para todos, porque partía de idéntica precariedad de medios de elaboración: un entramado de maderas finas, procedentes (a falta de arbolado) de los restos aportados por las mareas, ingeniosa y laboriosamente moldeados al vapor del aliento humano y la tensión de diferentes utensilios; un sistema de ensamblaje y fijación mediante cuerdas de origen animal; y una cobertura impermeable y tensa a costa de pieles de mamíferos anfibios (focas y otras especies). El proceso era sin duda laborioso, pero como resultado aportaba un vehículo imprescindible para la caza, pesca, viaje, traslado y hasta placer, una herramienta insustituible para la supervivencia.

Serie de fotos de modelos de kayak construidos actualmente al estilo tradicional
(Todas las fotrogradías proceden de:
 http://www.traditionalkayaks.com/bibliographyandresources/KayakData.html)

 Modelo del Este de Groenlandia

 
 Entramado del modelo superior.

 Modelo del Norte de Alaska.

 Modelo del Norte de Baffin.

 Modelo Nuvimak.

 Entramado interior de una Okvik (muy artísticas).

 Un modelo Polar.

 El modelo superior visto por dentro.

Un modelo unaglit (algunos utilizaban remo de pala única).

La habilidad de aquellas gentes no se quedaba exclusivamente limitada a la construcción de sus “barcos”. También calaba en su manejo, ya fuera para pescar o para cazar. Su pericia quedó patente con el desarrollo de técnicas motrices tan sofisticadas y atrevidas como el esquimotaje (ser capaz de recuperar la posición del kayak tras un vuelco, sin tener que abandonar la embarcación). Quienes navegaban en tan esbeltos y ligeros cascos requerían buenas dotes de orientación, pero eso es algo que no debería sorprendernos, pues ya hace varias décadas Ashley Montagu (en “El sentido del tacto”) ponía el ejemplo de esta cultura como muestra de una excepcional capacidad de estructuración espacial, abstracción tridimensional e inteligencia mecánica. Algo que achacaba a dos hechos propios de su vida infantil: el permanecer los primeros meses de su vida en contacto cutáneo directo con la espalda de su madre, a través de un traje mochila especialmente diseñado para compartir el calor de ambos seres; y, por la misma causa, el haberse desarrollado con una visión del espacio circundante desde la verticalidad y altura de los adultos, y no desde la horizontalidad de la cuna.

Indios Noatak sobre sus kayaks (Foto: ES Curtis).
"Cazando-pescando" desde un kayak (Foto: ES Curtis).

Por mi parte no tengo más que admiración con respecto a muchas de las sabidurías y competencias vitales de la cultura de los inuit. Hace ya casi 14 años me propuse indagar un poco sobre la construcción artesanal de sus kayaks, y descubrí una ingente cantidad de información, así como muchas referencias de personas que se dedican actualmente a ello, con unos resultados preciosos y funcionales. La labor debe llevar bastante tiempo de entrenamiento y aprendizaje, pero creo que merecerá la pena. Además, el coste en materiales parece ser muy escaso. Tan sólo será cuestión de paciencia, cierta habilidad, información, tiempo, espacio y mucho cariño. No me he puesto a ello aún, pero ahí queda la idea, aguardando a una merecida jubilación, por la que aún no tengo prisa, pero que tarde o temprano acabará llegando. Una de las ventajas de poder ser capaz de hacerse uno su propio kayak (más que retro será ancestral) es que puede inspirarse en un aleutiano o uno de la Bahía de Baffin y nadie podrá venirle a poner pegas porque sus “componentes” no sean los originales, ni tendrá que sufrir las fiebres y las tendencias del mercado (siempre especulativo) de las antigüedades “de marca”.

Por si alguno decide animarse a esto de la etnografía del kayak, imprescindible visitar el canal de documentales inuit de la National Film Board:







[1] SANDS, RR: “Sport Ethnography”. Human Kinetics. Champaign, 2002.
[2] MCDOUGALL, Ch: “Nacidos para correr. La historia de una tribu oculta, un grupo de superatletas y la mayor carrera de la historia”. Debate. Barcelona, 2011.
[3] FINN, A: “Correr con los keniatas”. Una búsqueda épica y personal para descubrir los extraordinarios secretos de los mejores corredores del mundo”. BSA. Barcelona, 2013.

1 comentario:

  1. El video es un regalo. Muy interesante.
    ¡Se hace hasta corto!!

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